Estaba como siempre en el
trabajo, cuyas rutinarias tareas ya dije que se distinguen frecuentemente por
el hecho de no pensar, cuando por simple fenómeno físico me vinieron a la cabeza
una serie de asociaciones. Lo que se me iluminó en mi pobre conocimiento no
tiene nada de especial, y lo peor de todo es que al compartirlo aquí me asediarán
unos cuantos sabihondos que dicen ir sobrados de este tema, pero aún así lo
escribo para ordenar y aclarar ideas.
Pues bien, la situación era la
siguiente: teníamos que sangrar el agua de los tanques de combustible del avión,
tarea básica en el mantenimiento de esos aparatos. El agua se deposita abajo
porque el combustible (queroseno) es más ligero que aquélla. A lo largo de las
alas hay una serie de tomas donde se enchufa una manguera con un adaptador que
hace caer el combustible por ella y, por tanto, el agua, por acción de la
gravedad.
El caso es que, estando mi
compañero arriba en el elevador y yo abajo con la garrafa, sujetando el
terminal de la manguera, viendo ambos que el fluido traía bastantes burbujas de
aire y bajaba despacio, me dijo él: “sumerge el tubo en el líquido que tenga la
garrafa, que tira más rápido, por vasos comunicantes”. Era cierto, se me había
olvidado. No es que fuera milagroso, pero se notó una sensible mejora en la caída
del fluido.
Los vasos comunicantes. El líquido
arrastra al líquido como sea, venciendo cualquier estrechez, con el único propósito
de intentar nivelarse lo antes posible. Un fluido desnivelado está en
desequilibrio, está inestable, y sólo se “da cuenta” o se inicia el proceso
cuando “se sumerge” un terminal en otro depósito, cuando se establece una
conexión. Entonces me acordé de la monja alemana.
Hildegard von Bingen es una célebre
figura de la Edad Media alemana, una verdadera sabia, una mente inquieta que
quiso ahondar en varias ciencias en el siglo XII. En sus libros constan
tratados sobre medicina y cosmología; escribió multitud de cartas,
hagiografías y obras musicales. Incluso trató de inventar una lengua, la Lingua ignota. Debió ser una figura de
la talla de Aristóteles para su época, solamente que, al ser mujer, la sociedad
y sobre todo la Iglesia se encargaron de minimizar sus logros. Afortunadamente,
quizá por estar en Alemania y no en España, donde la habríamos quemado junto a
sus libros, vivió hasta los 82 años y nos dejó su fecunda obra bibliográfica.
Sin embargo, hoy en día
Hildegard es famosa por sus visiones y, sobre todo, por sus conocimientos de
sexo, de los que escribía con inusitada libertad en sus tratados de medicina. La
cita que leí hace bastante, y de la que me acordé con la práctica de los vasos
comunicantes, explicaba cómo sucedía el orgasmo y la subsiguiente inseminación:
Cuando la mujer se une al varón, el calor del cerebro de ésta, que tiene en sí el placer, le hace saborear a aquél el placer en la unión y eyacular su semen. Y cuando el semen ha caído en su lugar, este fortísimo calor del cerebro lo atrae y lo retiene consigo, e inmediatamente se contrae la riñonada de la mujer, y se cierran todos los miembros que durante la menstruación están listos para abrirse, del mismo modo que un hombre fuerte sostiene una cosa dentro de la mano.
De esa unión entre hombre y
mujer, donde destaca esa acción de “retener”, procede la asociación que tuve,
por la semejanza entre la conexión de vasos comunicantes y su “arrastre” de
fluidos. No es exactamente, a lo que me refiero, lo que explica mayormente la
monja, el acto de la fecundación. Me interesa más lo que se sintetiza en la
primera frase: «cuando la mujer se une al varón, el calor del cerebro de ésta,
que tiene en sí el placer, le hace saborear a aquél el placer de la unión y
eyacular su semen». Lo más misterioso del acto sexual es lo que vienen a decir
los Beatles en la canción “Come together”: cuando uno de los dos (generalmente
la mujer) está iniciando ese proceso irreversible de alcanzar el orgasmo -como
si se transmitiese esa sensación de manera invisible, inmaterial-, el otro se
siente “arrastrado” por el vertiginoso cauce que le lleva al orgasmo al mismo
tiempo.
Durante el contacto, el cariño
verdadero y sincero que puede llamarse amor, o una forma de éste, que sucede en
el ayuntamiento, se establece la conexión por “vasos comunicantes”. Entonces
puede darse esa urgente nivelación de fluidos de la que hablaba más arriba, que
se manifiesta mediante el “come together”.
Por lo enormemente misterioso
y por cuyas llamésmoslas “divinas” experiencias este hecho inexplicable ha
fomentado la creencia de la “unión mística” con el dios de turno, según qué época
histórica y área geográfica. Lo que tiene, además, esta hermosa sensación es
que parece que no sólo se nivelan ambos cuerpos, sino todo lo que rodea a los
amantes. Angélica Salmerón Jiménez, de la Universidad Veracruzana, dice en su
artículo:
Hildegarda entendía que la medicina debía consistir en fomentar en el hombre el equilibrio y la armonía tanto entre su cuerpo y espíritu como con respecto de su entorno, lo que la reivindica como una pionera de la ecología.
Si la monja afirmaba que el
acto sexual era esencial para la salud, y éste entraba, por tanto, en la práctica
y eficacia de la medicina, dicho acto fomentaría en un sujeto esa bella
afirmación, «el equilibrio y la armonía tanto entre su cuerpo y espíritu como
con respecto de su entorno».
El equilibro de toda nuestra
estructura social, y quizá hasta de la propia naturaleza, viene de esta
nivelación bien llevada a cabo. Cuando nuestro san Juan de la Cruz decía: «¡[…]
Oh, noche que juntaste / amado con amada, / amada en el amado transformada!» se
refería a esto mismo, amplificado a la unio
mystica, donde para el entendedor agnóstico lo divino se puede entender como
una especie de “gran alma del mundo”.
Para los ateos, como el que
subscribe, nos queda leer algo de endocrinología y seguir investigando cómo
funciona la psique humana en sus enfoques tanto individual como sociológico, lo
cual también es un misterio muy largo de desvelar.
Bibliografía consultada:
MENDOZA, VIRGINIA (2016), «El
orgasmo femenino explicado por una monja medieval», Yorokobu. Texto ligero y
ameno con interesantes imágenes:
SALMERÓN JIMÉNEZ, ANGÉLICA
(2008), «Hildegarda de Bingen: la voz silenciada de la ciencia medieval», La ciencia y el hombre, vol. XXI, nº 1
(México). Muy bien redactado y estructurado artículo:
Wikipedia (2016), «Hildegarda
de Bingen»:
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