Hace poco el filósofo
brasileño Vladimir Safatle apareció en el programa “Café filosófico” de la
televisión de su país. Si Safatle ya iba siendo bastante conocido, sus teorías
y su estilo tuvieron muy buena acogida y gran difusión en ese momento, con su
exposición y mesa redonda sobre la “melancolía del poder”. Aunque al público le
preocupaba la traumática situación política brasileña, la teoría de la melancolía
es extrapolable a cualquier sociedad moderna.
Lo que sugiere este filósofo
es que hoy en día el poder se mantiene mediante la inducción a la melancolía en
los sometidos. Parte de una de las proposiciones básicas de Freud: en la relación
madre-hijo, en una de sus patologías, el hijo se autoconcibe como objeto
rechazado por la madre, cuando espera una reciprocidad amorosa y ésta no
ocurre. Safatle traslada esta idea del ámbito familiar y personal al ámbito
social y político. Los ciudadanos que nos podamos sentir “rechazados” incubamos
esa misma patología.
Según Safatle, la melancolía
es el sentimiento amoroso a un objeto
perdido e irrecuperable. Este objeto puede ser cualquier cosa: una persona,
una idea, una creencia, etc., pero lo esencial es que no hay posibilidad de
recibir ese mismo sentimiento recíprocamente, ya sea porque la persona ha
muerto, nos odia, o una creencia es inaplicable porque han cambiado las circunstancias.
No hay manera de suplantar el objeto de nuestro amor, no hay nada que pueda
sustituirlo. Ese sentimiento enfermizo (recordemos lo que era la melancolía en
la medicina griega, la “bilis negra”, que decía Galeno) es íntimo y personal,
autoinducido: nos lo creamos nosotros mismos.
“O poder age em nós através da
melancolia. Não há nenhuma dominação que seja baseada apenas na coerção, mas
toda dominação só pode se realizar como uma forma de amor. Amamos o que nos
domina, o que nos leva à questão de saber que forma é esta de amor que organiza
nossa servidão. Se partirmos da compreensão freudiana de que a melancolia é uma
forma de amor, a saber, amor por objetos perdidos que nunca podem ser
elaborados, podemos ter um eixo para compreender as dinâmicas psíquicas da
sujeição”, afirma Safatle.
Las estructuras del poder han
logrado respaldarse en esto. La forma de poder por coacción ya no tiene tanta
fuerza, sino que se sabe que la auténtica fuerza del poder está interiorizada
en las personas. La persona que trata de actuar con normalidad pese a un estado
patológico se mantiene en un autocontrol,
que se consigue en un estado concreto de resignación:
cuando se acepta que la situación no se puede cambiar, que no hay nada mejor,
cuando se dan por perdidas otras opciones. La contrapartida de ese autocontrol
que nos permite seguir viviendo pese a la melancolía es la parálisis: la imposibilidad de actuar, la sensación de impotencia.
"Formas de ressentimento
e resignação podem ganhar múltiplos desenvolvimentos. Um deles, diz Freud, é
internalizar o objeto perdido no eu. Como se o eu estivesse sobre a sombra de
algo. Era algo que se amava, foi perdido e se torna uma reprimenda contínua de
quem se questiona: como fui capaz de perdê-lo? Ou, nesses processos de inversão
clássicos da descrição de Freud, transformar isso numa agressividade ao objeto.
Como ele foi capaz de ir embora, me trair ou me enganar? Esses são vocabulários
não só afetivos, mas também políticos. É quando uma situação de paralisia, de
impotência e de fraqueza, então, se constitui”, disse Vladimir Safatle durante
o Café Filosófico CPFL sobre “A Melancolia do Poder” na última sexta-feira,
19/08.
El filósofo no da una solución
directa, pero sí que aporta algunas directrices para que cada uno busque una
manera de curarse. Al no poderse reemplazar el objeto amoroso (que, como hemos
dicho, puede ser una aspiración, la esperanza de un futuro mejor), no poderse
realizar “trueques” para amar otra cosa, lo que nos queda es intentar
transformar nuestra concepción interior del objeto perdido, como forma de superación.
La frustración se supera cuando el objeto perdido cuya presencia nos causa
melancolía lo transformamos de alguna manera que nos permita volver a actuar.
Esta represión psicológica
alude a las dos formas de vida de la antigua Grecia. Había dos palabras para
referirse a la vida: zoé y bios. Zoé era la vida propia de los animales, la “vida desnuda”, enfocada
a la reproducción. Bios era la vida
propia de los seres humanos, porque se radicaba en una forma de comunicación,
mediante el habla, que construye realidades (el logos). Era, por tanto, muy superior a la zoé. La lengua, que recoge las relaciones entre conceptos, que hace
comprender y desarrollar el logos, construye la estructura política, de la vida
en la polis. Por eso lo peor que se
le podía hacer a un ciudadano griego era desterrarlo de la polis: sin actuar en
la sociedad, la vida no tenía sentido; le reducían a una vida zoé. Una persona prefería morir a vivir
así, de manera apolítica. Recordemos al poeta romano Ovidio, deportado al Ponto
Euxino, escribiendo sus obras más tristes.
El poder nos degrada a ese
tipo de vida, a una vida degradada. Nos convencen porque nos autoconvencemos de que el cuerpo tecnocrático
jamás desaparecerá, de que es invulnerable. Este autoconvencimiento es muy
poderoso, como ocurre en el amor. Las ideas autoinducidas, donde la realidad no
puede interceder, nos conducen y nos sitúan en un determinado estado que hemos elegido, o al que nos
vemos sometidos por ese amor destructivo que fomentamos desde dentro. Kierkegaard
decía (cita Safatle) que el verdadero amor es el dado a las personas queridas
que ya están muertas. Es “el mejor” porque no tiene reciprocidad, y así no se
espera nada más de él, no hay un horizonte de expectativas. Pero como hemos
dicho, esto implica un autocontrol: en la melancolía nos bloqueamos en ese
proceso de resistencia. La resignación jamás será superación. El objeto se
interioriza en el yo. Según Freud, se puede sentir rabia o rencor hacia el
objeto amado o hacia el propio yo, y en este caso, el sentimiento es de culpa. En
cualquier caso, el resultado siempre es la inacción, la parálisis y la
impotencia.
La resignación marca todo
discurso en la situación política actual: “ganan los de siempre”. Está
sucediendo en todas partes. Lo que hace que este discurso tenga tan buena
acogida es que es tremendamente realista; efectivamente es así, es innegable. Nos
identificamos al escucharlo, porque toda la sociedad es melancólica. Bajo este
imperio de melancolía la resignación se garantiza y el poder se consolida.
Safatle nos pretende
incentivar a la imaginación y a no descartar otras formas políticas que han
resultado nefastas en el pasado, porque las circunstancias actuales no son las
mismas que en el pasado. Todo lo que se haga, aunque sea repetido, forzosamente
va a ser diferente. Lo que ocurre hoy en día con la democracia es que se asume
que no hay nada mejor. Como
dijo Winston Churchill: “Democracy is the worst form of government, except for
all the others”. “La democracia es la única forma posible”, nos quieren
decir los beneficiados por ella, anquilosados en su “castillo kafkiano”.
No nos queremos dar cuenta de
que ese castillo en el que se fortifican no existe, o es mucho más vulnerable
de lo que parece. Hay mucho que cambiar, mucho que hacer que sí puede servir
para algo, que puede mejorar las cosas, pero hay que echarle voluntad e
imaginación. Y no descartar nada que haya fracasado antes.
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