sábado, 22 de octubre de 2016

"Reglas y consejos sobre investigación científica", de Santiago Ramón y Cajal (1912)




RAMÓN Y CAJAL, SANTIAGO, Reglas y consejos sobre investigación científica (1898, 1912).
Prologo de Severo Ochoa. Colección Austral. Ed. Espasa-Calpe, S. A. Madrid, 1995.

Este libro “debería ser lectura obligatoria de todos los estudiantes de los últimos cursos de bachillerato”, como dice S. Ochoa. Adaptado a nuestros tiempos, debería serlo en los últimos cursos de la carrera universitaria, como preparación para el largo camino de la investigación.
No tiene desperdicio. A veces, como médico que fue don Santiago, predominan temas o ejemplos de biología o medicina, pero trata una larga serie de consejos muy bien expuestos para la investigación en cualquier rama de la ciencia. Concretamente, para los que somos de letras, sirve muy bien en Filología.
Hay que destacar dos puntos algo anacrónicos, uno que se puede valorar negativamente, y el otro más bien lo contrario.
El primero es cierto “machismo tradicional”, muy de la época, en el capítulo correspondiente a la familia que debe tener un investigador. No se debe culpar a Ramón y Cajal de eso, ni de lejos. La obra debe ser situada en su contexto, y en la cultura de su época. Lo que debe hacerse es comprender, en esa serie de consejos, que tanto un investigador varón como una mujer, deben tener una pareja que les apoye, y no que les supongan impedimentos para su labor.
El segundo es constante en la obra, y es el patriotismo. Es algo que hoy no tiene sentido y sí debería tenerlo, en su justa medida. Con el exceso de individualismo de nuestra época, que se tiñe irremisiblemente de egoísmo, nadie piensa que un trabajo académico eleva también la dignidad del país entero. Culpa de esto es la patente corrupción general, la inmoralidad y el interés que tiene cada uno tan sólo en sí mismo, que diluyen y borran la consciencia de la necesidad de aportar algo a la nación en la que hemos crecido. Don Santiago tenía muy claro que, recién perdidas las últimas colonias en 1898, cuando escribió el libro, hacía mucha falta ese sentimiento. De ahí que los regeneracionistas (Joaquín Costa) y los institucionalistas (Institución libre de enseñanza) promovieran aquello de “escuela y despensa”, y escritores como Antonio Machado hablasen de lo más profundo de España, la vieja y triste Castilla. Como se puede ver, la intelectualidad de la época, tanto en la rama científica como humanística (que se fundían en la Residencia de Estudiantes, por ejemplo) era plenamente consciente del naufragio en que se encontraba el país, y había que rescatarlo.
Recomiendo encarecidamente la lectura de este libro, el aprendizaje de sus bien expuestos conceptos, y la aplicación de ellos en uno mismo y en la proyección social que conlleva, para contribuir como Santiago, aunque sea tarde, al empuje intelectual de nuestro atrasado mundo hispanohablante.

E. M. C.


A continuación copio fragmentos y notas de la edición mencionada.


Capítulo I: Consideraciones sobre los métodos generales. –Infecundidad de las reglas abstractas. –Necesidad de ilustrar la inteligencia y de tonificar la voluntad. –División de este libro.

Como ha declarado Claudio Bernard, el investigador no puede pasar del determinismo de los fenómenos, su misión queda reducida a mostrar el cómo, nunca el porqué de las mutaciones observadas. Ideal modesto en el terreno filosófico, pero todavía grandioso en el orden práctico, porque conocer las condiciones bajo las cuales nace un fenómeno nos capacita para reproducirlo o suspenderlo a nuestro antojo, y nos hace dueños de él, explotándolo en beneficio de la vida humana (p. 24).

Órgano de acción encaminado a fines prácticos, nuestro cerebro parece haber sido construido no para hallar las últimas razones de las cosas, sino para fijar sus causas próximas y determinar sus relaciones constantes (p. 25).

A la voluntad, más que a la inteligencia, se enderezan nuestros consejos; porque tenemos la convicción de que aquélla, como afirma cuerdamente Payot, es tan educable como ésta, y creemos además que toda obra grande, en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea (p. 29).

Capítulo II: Preocupaciones enervadoras del principiante.

a)      Admiración excesiva a la obra de los grandes iniciadores científicos

¡Qué gran tónico sería para el novel observador el que su maestro, en vez de asombrarlo y desalentarlo con la sublimidad de las grandes empresas acabadas, le expusiera la génesis de cada invención científica, la serie de errores y titubeos que la precedieron, constitutivos, desde el punto de vida humano, de la verdadera explicación de cada descubrimiento! Tan hábil táctica pedagógica nos traería la convicción de que el descubridor, con ser un ingenio esclarecido y una poderosa voluntad, fue, al fin y al cabo, un hombre como todos (p. 33).

En la vida de los sabios se dan, por lo común, dos fases: la creadora o inicial, consagrada a destruir los errores del pasado y el alumbramiento de nuevas verdades, y la senil o razonadora (que no coincide necesariamente con la vejez), durante la cual, disminuida la fuerza de producción científica, se defienden las hipótesis incubadas en la juventud, amparándolas con amor paternal del ataque de los recién llegados. [...] Muy triste, pero muy verdadera, suele ser aquella amarga frase de Rousseau: “No existe sabio que deje de preferir la mentira inventada por él a la verdad descubierta por otro” (p. 34).

b)      Creencia en el agotamiento de los temas científicos

Pero no exageremos esta consideración, y tengamos presente que, aun en nuestro tiempo, la construcción científica se eleva a menudo sobre las ruinas de teorías que pasan por irreductibles; consideremos que si hay ciencias que parecen tocar su perfección, existen otras en vías de constitución y otras que no han nacido todavía (p. 36).

c)      Culto exclusivo a la ciencia llamada práctica

Cultivemos la ciencia por sí misma, sin considerar por el momento las aplicaciones. Éstas llegan siempre, a veces tardan años; a veces, siglos (p. 42).

d)     Pretendida cortedad de luces

Quien disponga de regular criterio para guiarse en la vida, lo tendrá también para marchar desembarazado por el camino de la investigación (p. 46).

Las deficiencias de la aptitud nativa son compensables mediante un exceso de trabajo y de atención. Cabría afirmar que el trabajo sustituye al talento, o mejor dicho, crea el talento (p. 46).

Los libros inútiles, perturbadores de la atención, pesan y ocupan lugar tanto en nuestro cerebro como en los estantes de las bibliotecas, y deshacen o estorban la adaptación mental del asunto. El saber ocupa lugar, diga lo que quiera la sabiduría popular (p. 48).

Capítulo III: Cualidades de orden moral que debe poseer el investigador

a)      Independencia de juicio

¡Desgraciado del que, en presencia de un libro, queda mudo y absorto! La admiración extremada achica la personalidad y ofusca el entendimiento, que llega a tomar las hipótesis por demostraciones, las sombras por claridades (p. 50).

b)      Perseverancia en el estudio

[...] Polarización cerebral o atención crónica, esto es, la orientación permanente, durante meses y aun años, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio (p. 52).

No basta la atención expectante, ahincada; es preciso llegar a la preocupación (p. 53).

En España, donde la pereza es, más que un vicio, una religión [...] (párrafo entero y siguientes, p. 57-58)

Si nuestras ocupaciones no nos permiten consagrar al tema más que dos horas, no abandonemos el trabajo a pretexto de que necesitaríamos cuatro o seis (p. 57).

c)      Pasión por la gloria

Sólo al genio le es dado oponerse a la corriente y modificar el medio moral; y bajo este aspecto es lícito afirmar que su misión no es la adaptación de sus ideas a las de la sociedad, sino la adaptación de la sociedad a sus ideas (p. 60).

d)     Patriotismo

Entre los sentimientos que deben animar al hombre de ciencia merece particular atención el patriotismo. Este sentimiento tiene en el sabio signo exclusivamente positivo, ansía elevar el prestigio de su patria, pero sin denigrar a las demás (p. 64).

e)      Gusto por la originalidad científica

Por encima de todos los estímulos de la variedad y del interés, está el goce supremo de la inteligencia al contemplar las inefables armonías del mundo y tomar posesión de la verdad, hermosa y virginal cual flor que abre su cáliz a las caricias del sol matinal (p. 70).

Capítulo IV: Lo que debe saber el aficionado a la investigación biológica

a)      Cultura general

Descubrir, como ha dicho Laplace, es aproximar dos ideas que se hallaban separadas (p. 71).

b)      Necesidad de especializarse

El entendimiento inquisitivo es como un arma de combate. Si en ella se labra un solo filo, tendremos una espada tajante. Si dos, el arma podrá cortar todavía, aunque menos eficientemente, pero si le sacamos tres o cuatro, la acuidad de los filos irá disminuyendo hasta convertirse en inofensivo cuadradillo [...].
Como el acero informe, nuestro intelecto representa una espada en potencia. Merced a la forja y lima del estudio, transfórmase en el templado y agudo escalpelo de la Ciencia. Labremos el filo por sólo un lado, o por dos a lo más, si queremos conservar su eficacia analítica y herir a fondo el corazón de las cuestiones; y dejemos a los bobalicones del enciclopedismo que transformen su entendimiento en inofensivo cuadradillo (p. 75).

c)      Lectura especial o técnica

d)     Cómo se deben estudiar las monografías

Nuestro novel hombre de ciencia debe huir de resúmenes y manuales como de la peste. [...] Quien resume, se resume a sí mismo, quiero decir que a menudo expone sus juicios y doctrinas en lugar de las del autor (p. 79).

e)      Necesidad absoluta de buscar la inspiración en la Naturaleza

f)       Dominio de los métodos

g)      En busca del hecho nuevo

[...] La casualidad no sonríe al que la desea, sino al que la merece, según la gráfica frase de Duclaux (p. 86).

Capítulo V: Enfermedades de la voluntad

Estos ilustres fracasados agrúpanse en las principales clases siguientes: dilettantes o contempladores, eruditos o bibliófilos, organófilos, megalófilos, descentrados y teorizantes (p. 92).

Capítulo VI: Condiciones sociales favorables a la obra científica

A la formación y cultivo de estos patriotas del laboratorio deben contribuir gobiernos e instituciones docentes, creándoles un ambiente social propicio y librándoles, en lo posible, de las preocupaciones de la vida material (p. 104).

Para la obra científica, los medios son casi nada y el hombre lo es casi todo (p. 105)

-          Deficiencias de medios materiales.
-          Compatibilidad entre el ejercicio profesional y la labor investigadora.
-          El investigador y la familia:

Si la mujer es un mal, convengamos que es un mal necesario (p. 114).
Contra el parecer de muchos, hemos declarado que el hombre de ciencia debe ser casado y arrostrar valerosamente las inquietudes y responsabilidades de la vida de familia (p. 116).
[...] El soltero vive en plena preocupación sexual (p. 116).
        No escogerá la mujer, sino su mujer, cuya mejor dote será la tierna obediencia y la plena y cordial aceptación del ideal de vida del esposo (p. 118).
           Entre las mujeres de clase media, donde el hombre de estudio suele buscar compañera, figuran cuatro tipos principales, a saber: la intelectual, la heredera rica, la artista y la hacendosa.
           La mujer intelectual [...] constituye especie muy rara en España. Hay, pues, que renunciar a tan grata compañía.
[...] La mujer sabia, colaboradora en las empresas científicas del esposo [...] constituye la compañera ideal del investigador (p. 119).
No queda, pues, a nuestro sabio en cierne, como probable y apetecible compañera de glorias y fatigas, más que la señorita hacendosa y económica, dotada de salud física y mental, adornada de optimismo y buen carácter [...] (p. 121).

Capítulo VII: Marcha de la investigación científica

a)      Observación: hay que limpiar la mente de prejuicios y de imágenes ajenas (p. 123). [...] No basta examinar, hay que contemplar: impregnemos de emoción y simpatía las cosas observadas; hagámoslas nuestras, tanto por el corazón como por la inteligencia (p. 124).
b)      Experimentación
c)      Hipótesis directriz
Nota a pie p. 135: El cerebro es un árbol cuyo ramaje se desarrolla y complica con el estudio y la meditación. Notas mías a lápiz: “Tenemos que parecernos más a los árboles. Los árboles se elevan para acercarse al cielo. Son siempre más altos que nosotros”.

Capítulo VIII: Redacción del trabajo científico

a)      Justificación de la comunicación científica
Siguientes reglas: 1ª, tener algo nuevo que decir; 2ª, decirlo; 3ª, callarse en cuanto queda dicho, y 4ª, dar a la publicación título y orden adecuados (p. 137).
b)      Bibliografía
c)   Justicia y cortesía en los juicios: La frase horaciana genus irritabile vatum, aplícase a los sabios mejor aun que a los poetas. Ya lo nota el perspicaz Gracián: “Los sabios fueron siempre mal sufridos; quien añade ciencia añade impaciencia” (p. 140).
d)     Exposición de los métodos
e)      Conclusiones
f)       Necesidades de los grabados
g)      El estilo
h)      Publicación del trabajo científico

Capítulo IX: El investigador como maestro

Aun miradas las cosas desde el punto de vista egoísta –de un egoísmo sano y clarividente-, importa al sabio proceder a su multiplicación espiritual. La tarea es, sin duda, penosa. La actividad del maestro bifúrcase en las corrientes paralelas del laboratorio y de la enseñanza. [...] Ya no declinará su vida triste y solitaria; antes bien, se verá en su ocaso rodeado de un séquito de discípulos entusiastas, capaces de comprender la obra del maestro y de hacerla, en lo posible, luminosa y perenne (p. 149). –Relacionar con la obra y vida de Juan Victorio.

Capítulo X: Deberes del Estado en relación con la producción científica

Nuestro atraso científico y sus causas pretendidas. –Explicaciones físicas, históricas y morales de la infecundidad científica española. –Los remedios.

Teorías físicas:
a)      Hipótesis térmica;
b)  Teoría oligohídrica (Indicio y manifestación de esta perpetua lucha entre el cerebro y el estómago es nuestra literatura picaresca, según ha hecho notar elocuentemente don Rafael Salillas, p. 168);

Teorías político-morales:
-      Teoría económico-política: [...] despensa y escuela: tales son los remedios de nuestros males (relacionar con regeneracionismo, Joaquín Costa). Las teorías de Cánovas y de Costa son hoy doctrina inconcusa. Naciones desangradas y empobrecidas por guerras inútiles, emigraciones continuas y exacciones agotadoras no suelen sentir ansias de cultura superior (p. 173).
-     Hipótesis del fanatismo religioso (nótese que aquí dice “hipótesis”, no teoría. El tema de la Iglesia lo toca con cautela).
-         Hipótesis del orgullo y arrogancia españoles.
-         Teoría de la segregación intelectual

El remedio de nuestro atraso. –Método histórico de elevación científica y cultural.

Capítulo XI: Órganos sociales encargados de nuestra reconstrucción.

El Estado y los Ministerios encargados de ciencia y cultura.

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