Resumen
El
siguiente artículo estudia el motivo de la rebeldía en los romances medievales,
centrándose en tres figuras: Bernardo del Carpio, Fernán González y El Cid. Se
resaltará el contraste con comportamientos opuestos de los mismos personajes en
sus correspondientes cantares de gesta. Asimismo se expondrán teorías de la
génesis de los citados cantares y romances, así como su acogida y función en el
contexto social.
- PRESENTACIÓN
Contexto histórico
y literario
Los protagonistas de las
narraciones que se estudiarán a continuación tuvieron que ser, con toda
probabilidad, personajes reales. Que los actos que realizaran en sus vidas fueran,
en mayor o menor medida, inventados o exagerados, ya es otro tema; pero algo deben
tener de ciertos, como si intentásemos reconstruir episodios de la historia
troyana con la Ilíada: al menos
Agamenón existió. Por eso, los textos literarios que nos han llegado como
fuentes de información, deben, al menos, tenerse en cuenta para el
contexto histórico; sobre todo del momento en que se redactó la obra, y no
tanto sobre la biografía del personaje que se retrata. Teniendo en cuenta,
además, que por lo general los cantares de gesta relatan acciones de personajes
que murieron uno o más siglos antes, y que los romances, al transmitirse
oralmente, sufren diversas variaciones, la información histórica no puede ser
muy fidedigna. Para la literariedad de la historia a menudo se inventan
personajes, como en el Cantar de Roldán,
con Marsil, Oliveros, etc., y en el Cantar
de Mio Cid con los Infantes de Carrión, por ejemplo.
Serán tres, pues, los
personajes
reales que vertebrarán el
siguiente estudio: el conde Fernán González, Bernardo del Carpio y el Cid. De
todos, sobre todo del Cid, quedará una fecunda tradición escrita, con múltiples
refundiciones y versiones, lo que dificulta la delimitación de lo histórico a
partir de lo literario. Como se puede suponer, llega un momento, sobre todo en
los cantares de gesta, donde lo verídico queda reducido al mínimo
.
Comencemos por Fernán
González. A pesar de que su existencia no plantea muchas dudas, los principales
textos literarios conservados aportan poco contenido fiable de valor histórico.
Estos textos son: el
Poema de Fernán González, que a su vez proviene de
un
Cantar juglaresco perdido, y los romances que tratan sobre él. El
primero es un poema épico de naturaleza híbrida, pues el tema es épico, pero se
incluye dentro del mester de clerecía por sus aspectos formales
.
La fecha de composición se puede situar a mediados del siglo XIII,
concretamente entre 1250 y 1252. Reinaba en Castilla (y León) Fernando III “el
Santo”, y la intención del compositor del
Poema se ve claramente:
incentivar al rey a emular al famoso artífice de la independencia de Castilla
en comprometerse con la Iglesia y, sobre todo, destinar fondos al Monasterio de
San Pedro de Arlanza, tal como supuestamente hizo el célebre conde. Si el
CMC enseñaba lo que era un buen vasallo,
el
PFG muestra la otra cara de la
moneda, lo que debe ser un buen señor: nunca desfallece, siempre está dispuesto
al combate, no abandona a sus hombres... Y por supuesto, piadoso y generoso con
la Iglesia.
|
Monasterio de San Pedro de Arlanza. Fuente: Wikipedia. |
El sentido propagandístico ya
nos hace cuestionar la veracidad de lo que se cuenta, si es que ese aspecto nos
importa, pero además hay que añadir que “cuando el Arlantino redactaba en pleno
siglo XIII su [...]
PFG, hacía ya dos y siglos y medio que el conde
castellano había muerto”
.
Es decir, como si hoy día se relatasen acontecimientos del siglo XVIII.
Teniendo en cuenta que lo único que circulaba por entonces era el
Cantar
juglaresco, de manera oral, y por tanto, ya seguramente ornamentado y
mitificado, al añadir la propaganda aristócrata y clerical del Arlantino,
nuestro
PFG probablemente sería la última fuente a la que recurriría un
historiador.
|
Edición del PFG de
Juan Victorio (1983). |
Pero del conde Fernán González
tenemos además otro “canal” de información, composiciones fabricadas por el
vértice opuesto de la escala social, y por tanto de grandísima importancia,
pues en ellas se contrasta todo lo anterior: son los romances; también
transmitidos mediante la oralidad, y conservados no en un sencillo códice
manuscrito protegido de la luz y la humedad en un monasterio, sino por el más
fiero de los críticos, que es el pueblo. No se enseñan ni se memorizan
composiciones pobres, porque pronto caen en el olvido, sino aquellas que tienen
éxito asegurado en el auditorio. Los romances de Fernán González, como se verá,
aportan con viveza la estampa de un héroe rebelde, y por ende llamativo para el
pueblo llano. La rebeldía es prácticamente, y obligatoriamente, su rasgo más
determinante, pues tuvo que librar a su condado del indeseado vasallaje de
León. Atenuar la rebeldía en este personaje es difícil y poco literario, no
obstante el Arlantino lo logró con bastante éxito.
El siguiente personaje, aunque
cronológicamente anterior, es Bernardo del Carpio. Si el conde Fernán González
ya era un formidable héroe rebelde, audaz por plantarle cara al mismo rey,
Bernardo del Carpio lo es igualmente
,
e incluso lo aventaja, según ciertas fuentes, en la humildad de su origen. En
efecto, según los romances, a Fernán González lo crió un carbonero, pero
Bernardo era tratado por el rey y los suyos como bastardo, ya que fue hijo de
un matrimonio no concertado. Todo esto se verá más adelante.
|
Monumento a Roldán
(Roncesvalles). |
Sin embargo, las fuentes
oficiales no pueden consentir que sus afamados héroes tengan el menor trato
vulgar, por eso quizá el
PFG sitúa a
Bernardo como sobrino del rey Alfonso II (que lo era realmente), sin el menor
trato de bastardo, y como cabeza de la nobleza leal al rey. Pero, ¿quién era
realmente Bernardo del Carpio, y qué papel jugó en el devenir histórico? Como
explica el prólogo del
Cantar de Roldán
de la edición que trabajamos
,
encarna un espíritu nacionalista español, y por tanto antifrancés, ante la
falsedad de dicho cantar y la ínfima posición de los españoles en que éste nos
dejaba. En la retirada del ejército de Carlomagno, tras la traición de sus
aliados árabes sublevados al poder del emirato de Córdoba, los franceses
destruyeron las murallas de Pamplona; quizá por eso, a su paso por
Roncesvalles, un contingente español (según los franceses, aliado con árabes)
de
wascones et nabarros, capitaneados por
Bernald
del Carpio
,
aniquilaron el ejército franco y sus célebres
Doze Pares. Todo esto sucedió en el año 778.
En donde resalta el
nacionalismo de este personaje es en su iniciativa para atacar, por su propia
cuenta y riesgo, cuando el rey Alfonso iba a convertirse en tributario de
Carlomagno, según una versión, o cuando directamente le había cedido el reino,
según otra. En el PFG, en las
estrofas 127, 128 y siguientes, al ser una obra escrita por un clérigo, se
cuenta cómo Carlomagno envía un mandado solicitando soberanía sobre España, y
cómo Alfonso lo rechaza orgullosamente. No obstante, se deduce que si el
monarca francés solicita aquello, es porque el español previamente se lo había
ofrecido. Obsérvese la sutileza.
Aquí entra Bernardo del
Carpio, como caballero leal en el
PFG,
que cumple la voluntad del rey para capitanear sus tropas
,
y en contrapartida, como rebelde absoluto en los romances: frente al
antipatriotismo del rey, que ha entregado España a los franceses
,
el héroe denigrado por su origen “bastardo” salvará el país de un humillante
vasallaje, por su propia iniciativa, no tanto para limpiar su honra como para
demostrar al rey que un infanzón de cuestionable alcurnia es capaz de hacer lo
que un rey no puede: ganar una batalla. Así es Bernardo del Carpio en los
romances, admirablemente rebelde.
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Edición del CMC de Juan Victorio (2002),
con regularización métrica. |
Por último, situaremos
históricamente al célebre Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, de quien existen más
datos. Podemos dar bastantes detalles de su compleja historia; la versión quizá
más aceptada: Rodrigo, hijo de Diego Laínez, pertenecía a una nobleza baja,
pero cuando Fernando I, en 1063, dividió el reino entre sus hijos (Castilla
para Sancho, León para Alfonso y Galicia para García), el joven Rodrigo se
convirtió en favorito de Sancho, hasta que en guerras fraticidas fue asesinado,
quedando así al servicio de Alfonso. Aunque el nuevo rey leonés lo trató
generosamente y le otorgó a su prima Jimena como esposa, tenía su propio
favorito, García Ordóñez, y mantenía así a Rodrigo en segundo lugar, apartado
de la actividad política y guerrera.
Debido a un enfrentamiento con
García Ordóñez en torno a un conflicto entre los reyes moros de Sevilla y
Granada, y a la iniciativa del Cid, por buena voluntad, de atacar el reino
árabe de Toledo para ayudar a Alfonso (año 1081), lo cual a éste le resultó
molesto, fue por primera vez Rodrigo desterrado. Así comienza su larga
trayectoria de guerrero independiente, pues pasa a servir a varios reyes moros
de Zaragoza, combatiendo tanto contra otros moros como contra cristianos.
Un desembarco de almorávides
pone en peligro todo el territorio controlado por Alfonso, y tras una colosal
derrota, no puede postergar más su reconciliación con Rodrigo (1087). Ya
desligado el Cid de su compromiso con Zaragoza, por conflicto de intereses con
Alfonso en torno a Valencia, acuerda ayudar a su rey a hacer frente a otra
invasión almorávide. Pero un error organizativo hace creer a Alfonso que el Cid
le ha desobedecido, por lo que lo destierra nuevamente (1089).
Otra vez independiente,
Rodrigo, tras una victoria a una coalición del moro Alfayib y del conde de
Barcelona, se convierte en definitivo señor del Levante, región que fortifica
previendo los sucesivos ataques almorávides. Sin embargo, Alfonso, ante su
fallido intento de conquistar Valencia, y otra oleada de almorávides, con
también aspiraciones levantinas, decide reconciliarse definitivamente con el
Cid.
Ante la tensión política en el
seno valenciano, debido a recelos hacia los conquistadores almorávides, y el
continuo asedio cidiano en sus alrededores, la ciudad de Valencia se entrega a
Rodrigo (1094), quien es su dueño y señor hasta el fin de sus días (1099). En
estos años culminantes casa a sus hijas Cristina y María con el infante de
Navarra y con el conde Ramón Berenguer III de Barcelona, respectivamente.
Como se puede suponer, la
figura del Cid gozó de una enorme fama, debido sobre todo a que sólo era un
infanzón
,
no ilustre, que obtuvo logros y conquistas mayores que las del propio rey. Es
por tanto explicable la abundancia de composiciones en las que aparece como
protagonista. La primera de ellas, fechable aún en vida del Cid (1093-1094), es
el
Carmen Campidoctoris, poema
laudatorio en latín. Es interesante en este texto, como se verá más adelante,
su ya patente hostilidad con el rey. En esto se diferencia el siguiente
testimonio en orden cronológico, la
Historia
Roderici (1145-1160), que ya falsea algunos datos con el objeto de no poner
al vasallo por encima del rey.
Las obras más famosas son los
romances y el célebre Cantar de Mio Cid,
entre los que la divergencia en cuanto a acontecimientos y a la actitud del
protagonista es abismal. El hilo argumental del Cantar transcurre en torno a la imploración del vasallo del perdón
de su rey, y cómo obedece constantemente a éste en todo, incluso casando a sus
hijas con quien el rey le pide, y cómo, siguiendo esa vida de obediencia,
iguala su linaje al de los reyes. Como se puede comprobar, se suprime toda la
actividad del Cid en Zaragoza, los malentendidos con el rey que son la causa de
su destierro, y se inventan amplios episodios y personajes, como lo relativo a
los Infantes de Carrión y la Afrenta de Corpes. La intención propagandística o
doctrinal patente en el CMC no afecta para nada, ni disminuye en lo más mínimo,
sin embargo, su valiosísima calidad literaria.
Muy diferentes serán los
romances, que recogen fragmentos significativos de la historia cidiana, en los
que se narran episodios ausentes en el CMC
y se retrata al Cid como a un completo rebelde. El mejor ejemplo y el que mejor
muestra este contraste es el de la Jura
de Santa Gadea, uno de los núcleos de estudio de este trabajo.
En cuanto a las fechas,
sabemos que la copia conservada del CMC
del siglo XIV proviene a su vez de la copia de Per Abbat de 1207, pero la
redacción del original tuvo que tener lugar antes de 1150, fecha de la Chronica Adefonsi Imperatoris, texto en
donde se menciona la existencia del Cantar.
Este rey de la crónica, Alfonso VII, era nieto del Alfonso VI de la historia
cidiana, y por tanto estuvo muy interesado en moldear tal historia, ya a una
prudente distancia temporal, para recrear un vasallo modélico en obediencia en
la figura del famoso héroe, y así adoctrinar a los jóvenes cortesanos.
Merecen también atención las
crónicas, puesto que en ellas se prosificaban los cantares, y gracias a las
cuales ha sido posible reconstruir varios de aquéllos perdidos. El CMC aparece en la Primera Crónica General, por ejemplo, y así en refundiciones de
ésta, como la Crónica de 1344 o Segunda Crónica General. Existe incluso
una Crónica Particular del Cid, parte
de la Crónica de Castilla.
Más difícil, por no decir
imposible, es aproximar aunque sea remotamente la fecha de composición de los
romances. Hay dos teorías tradicionales contrapuestas: la de Menéndez Pidal,
que sostiene que los romances viejos provienen de los cantares de gesta y son
tardíos; y la más antigua teoría “romántica”, que decía que los romances, de
carácter noticiero, eran anteriores a los cantares. Estudios más recientes
demuestran que ninguno de los textos conservados es más antiguo que otro, dado
que siempre se trata de copias y refundiciones de algo más antiguo: ciertos
cantos noticieros (que J. Victorio llama directamente
romances
noticieros) de los que se desligaban fragmentos que daban origen a los
romances, o que inspiraban en su totalidad a clérigos como el Arlantino para
confeccionar cantares completos. Lo más interesante de esta teoría es que este
“arquetipo”, o antecesor, no es una obra en sí, sino que el tronco común es la
forma:
“[...] aquellos romances noticieros [...] no encuentran mejor conducto formal
que el del propio romance (rimas, sílabas, fórmulas, etc.) [...]”. Así,
mediante esta deducción demostrada por el cotejo de cantares, romances y
crónicas
, lleva
inexorablemente a aceptar que, originariamente, los cantares de gesta tenían
medida octasilábica, y no anisosilábica, como se solía creer y se sigue
creyendo.
Otra obra de gran importancia
en donde el Cid es protagonista es Mocedades de Rodrigo, cantar de gesta
de una época ya tardía -siglo XIV- y que, por sus peculiaridades, Menéndez
Pidal y seguidores consideraban “ruina de la épica”. En ningún momento de la
Edad Media se pudo invertir en pergamino y en un artesano para confeccionar una
obra pobre, por lo que las Mocedades tuvieron que garantizar cierto
éxito, y ello gracias a la innovación y la adaptación al contexto histórico
presente: la guerra civil entre Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara. El
autor, partidario de Pedro, ensalza a las regiones petristas, y condena a las
regiones partidarias de Enrique: Aragón, Francia y el papado. El tono
“antifrancés” es predominante.
Este texto, efectivamente
posterior a los que hemos visto, fechable en torno a 1370, relata
acontecimientos previos a los más conocidos del CMC. El argumento, en síntesis, es el siguiente: tras el saqueo de
Vivar por el conde don Gómez, Diego Laínez y su hijo, el joven Rodrigo,
contraatacan y el Cid lo mata. La hija del conde, Jimena, pide justicia al rey,
pero para reemplazar a su padre muerto pide casarse con Rodrigo. El joven Cid
accede muy a regañadientes, y propone no casarse con ella hasta que lleve a
cabo cinco lides, y éste será el hilo conductor de la narración. Así, tras
derrotar a reyes moros, conspiradores de la corte y al mismo rey de Francia,
Rodrigo es nombrado caballero y se casa con Jimena.
Es muy llamativo el tono
popular de las Mocedades. Por primera vez se representa al Cid
considerablemente altanero en un cantar de gesta, lo cual había sido imposible
hasta entonces, siendo, como eran, clérigos sus autores. La razón es que tal
cantar, en gran medida, se reconstruyó con “romances noticieros” originales,
tema que se expondrá en el epígrafe acerca de la sociedad receptora.
Contexto social
El sistema político y social
de la Edad Media, el feudalismo, se perfila con unos rasgos generales bien
conocidos: es un sistema muy cerrado, formado por estamentos, entre los cuales
hay escasísima permeabilidad; las relaciones de producción se basan en una
economía natural y agrícola, en donde el intercambio comercial funciona
escasamente; y quizá lo más característico es el concepto de vasallaje
contractual, forma de unión y de relación entre las distintas jerarquías.
Estos lazos se imponen siempre
desde las capas más altas
,
es decir, los impone la nobleza y la Iglesia, cuyo poder procede de la posesión
de los excedentes de producción de los campesinos, es decir, al gozar de poder
económico, y por tanto, político.
Hay que recordar, además, que
en los siglos X y XI, la Iglesia, principal artífice del control ideológico,
control que aseguraba su poder y perpetuidad, incrementó su presencia con el
establecimiento de las órdenes de Cluny en 910 y del Císter en 1098.
Prácticamente igual que ahora,
como se puede ver, la sociedad está jerarquizada y la posibilidad de ascenso o
descenso, fuertemente inmovilizada. Se establece la creencia de que cada hombre
debe estar satisfecho con la condición social en que ha nacido, con lo que
ayuda al sistema y al bien común. Y lo que es más: se gana el ascenso al Reino
de los Cielos, no menos jerarquizado. La insatisfacción o la rebeldía provocan
la ira de los señores o del rey, que supone lo mismo que decir la ira de Dios.
En el CMC comprobamos que quien desobedezca la orden de no dar posada al
Cid en su primer destierro tiene por seguro un severísimo castigo:
“e aquel que ge la diesse – sopiesse vera palabra:
que perderié los averes – e los ojos de la cara,
e aun demás perderié – e los cuerpos e las almas.”
(vv. 26-28)
Así no cabe ninguna duda del
severo vasallaje impuesto desde los estamentos más altos a los más bajos. Sin
embargo, es también notable que entre los poderosos no había tanta unión, e
incluso el cargo más alto, la monarquía, tan deseada, a veces era indeseable,
como cuenta el Arlantino sobre Wamba:
“por que el non reinasse, - andava ascondido:
nombre se puso Vanba – por non ser conosçido.
Buscando l’ por España – lo ovieron de fallar,
fizieron le por fuerça – esse reino tomar.
Bien sabie que con yervas – lo avian de matar,
por tanto de su grado – el non quirie reinar.”
La nobleza es una heteróclita
sociedad adinerada formada por familias que luchan unas contra otras, o en su
propio seno, por mayor poder y riquezas. Por su propia naturaleza es
beligerante (por ello se les llama
bellatores),
y arrastra en sus pugnas a todos sus vasallos (
laboratores). Estos trabajadores, para no rebelarse, necesitan un
control ideológico que les viene dado por la Iglesia (
oratores), la cual también se alimenta del pueblo llano, de los
mismos vasallos que la nobleza. De aquí se deducen dos cosas: 1) que “un
entendimiento total entre
bellatores
y
oratores era condición esencial
para que la sociedad estuviese bien gobernada
”,
y 2) que los vasallos estaban sujetos a doble lealtad; que podían encontrarse
en la tesitura de tener que elegir a quién obedecer, en caso de que no
estuviesen en sintonía.
Como, por supuesto, no la
había, en la esfera europea ocurría lo siguiente: en 1075 el papa Gregorio VII
lanzaba el
Dictatus Papae, que
defendía la
plenitutio potestatis
para el Romano Pontífice: sólo él podía nombrar obispos, nadie podía juzgarle,
podía deponer al emperador… Enrique IV, emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico, conminó al pontífice a abdicar, por lo que fue excomulgado; luego
pidió perdón en Canossa (1077), y tras una larga serie de conflictos, se firma
el Concordato de Worms en 1122, donde se separan definitivamente el poder civil
del religioso.
Algo de todo esto tuvo que
llegar a España. Por lo pronto, el poder religioso, que tampoco podía
permitirse divergencias, sufrió las imposiciones centralizadoras europeas: de
la extranjera orden de Cluny llegó la erradicación de vicios como el nicolaísmo
(concubinato eclesiástico, nuestra llamada “barraganía”) y la simonía,
compraventa de cargos eclesiásticos. Respecto a la barraganía, el Libro de Buen Amor deja un buen
testimonio del descontento que supuso la centralización y unificación litúrgica
de signo romanista, que acabó definitivamente con el rito mozárabe.
En el seno de la nobleza
también hay constantes tiranteces, y en esto no afecta el contexto europeo,
sino la mencionada naturaleza beligerante de la aristocracia. Aquí yace el
sustrato sociológico de los tres personajes épicos del presente trabajo: el
constante conflicto entre la nobleza hereditaria y la nobleza “por méritos”.
Como se sabe, el Cid y sus tropas pretendían constantemente ganar en “ondra”,
es decir, llegar con sus méritos personales a alcanzar grandes riquezas y
prestigio social, y así adquirir los mismos derechos que la nobleza de sangre
.
Mientras que la baja nobleza crecía batallando y conquistando, jugándose el
pellejo, la alta prosperaba mediante matrimonios concertados. Los Infantes de
Carrión son de “natura más alta” que el Cid, pero éste, tras sus conquistas,
los supera económicamente. Por eso quieren casarse con sus hijas (“creçeremos
en nuestra ondra”). El autor, partidario de la nueva nobleza, ridiculiza a los
nobles de sangre: episodio del león (vv. 2278-2310) y batalla contra el rey
Búcar (vv. 2311 y ss.).
El contraste entre los dos
tipos de nobleza también se encuentra, con mayor intensidad, en los romances.
En el de “Castellanos y leoneses…”, se ilustra humorísticamente cómo la
autoridad real mediante el cetro es inútil contra un hombre armado y su
ejército:
“vos venís en gruessa mula, – yo en ligero cavallo;
vos traéis sayo de seda, – yo traigo un arnés trançado;
vos traéis alfanje de oro, – yo traigo lança en mi mano;
vos traéis cetro de rey, – yo un venablo azerado;
vos con guantes olorosos, – yo con los de azero claro;
von con la gorra de fiesta, – yo con un casco afinado;
vos traéis ciento de mula, – yo trezientos de cavallo.”
Que la posesión de riquezas
equivale a la adquisición de autonomía, y por tanto, a poder imponerse a otros
nobles, queda probada en el episodio histórico de la independencia de Castilla.
En la versión del
PFG y en las
crónicas, se edulcora el tema con la venta del caballo y el azor; de lo que
nada dicen los romances. Puede deducirse, sin embargo, que el mismo Fernán
González mató al rey leonés Ordoño III, por la curiosa cita de la
PCG: “pero dizen algunos que lidio con
el cuende Fernand Gonçalez et quel mato.” Como apunta J. Victorio, ese “dizen
algunos” es más que elocuente
.
No tanto para hacer contratos
de compraventa, sino para formar un ejército eficaz, sirven las riquezas adquiridas.
Castilla optó a la independencia al ampliar sus territorios a costa de los
moros y los navarros, y ella, en sí misma, encarna esta nueva clase de nobleza
por méritos. El Cid en sí mismo encarna lo castellano y lo nuevo, frente al rey
Alfonso VI, símbolo de lo leonés, lo tradicional. El CMC busca convencer de que se ha llegado a la armonía entre ambos
mundos. Los romances, todo lo contrario.
Los romances de Bernardo del
Carpio también señalan que un hombre denigrado como bastardo por la alta
nobleza es un verdadero héroe, con atributos de los que carecen el rey y los
nobles: valentía, gallardía, honestidad. Y del mismo modo que el conde Fernán
González, se enfrentará al rey respaldado con su ejército, que ha formado con
su dinero, con “su pan”:
“–Aquí, aquí los mis doscientos, – los que comedes mi
pan,
que hoy era venido el día – que honra habemos de ganar.”
El Cid también irá a
encontrarse con el rey fuertemente armado, en las Mocedades de Rodrigo. Cuando es convocado con su padre a dar
explicaciones al rey por la muerte del conde Gómez, nada puede impedir que se
presente en la corte armado y con su ejército:
“maguer sodes mi padre, - quiérovos yo aconsejar:
treçientos cavalleros, -
todos convusco los levat,
a la entrada de Çamora, - sennor, a mí los dat.”
El tema de la relación rey-vasallo y la
sociedad receptora
La relación rey-vasallo se
ilustra de una manera o de otra en función del receptor para el que se componga
la obra, y esta composición dirigida tiene que satisfacer para el emisor una
determinada necesidad. Así, en el CMC
se trata de adoctrinar a los jóvenes miembros de la nobleza para que sean
obedientes a ultranza, como ese Cid literario y moldeado, para prosperar y
llegar a emparentarse con lo más alto, como remata el Cantar: “hoy los reyes de España / sus parientes son”. En los
romances, por el contrario, en su primigenia versión de “noticieros”, tenían la
función de informar de sucesos importantes, más o menos objetivamente; sin
embargo, como el receptor era el pueblo llano, y a la gente sometida a
vasallaje forzosamente le tenía que gustar el tema de la rebeldía, los romances
conservados ilustran personajes rebeldes, altaneros con el rey.
Un rasgo
característico y exclusivo de nuestra narrativa medieval es la oralidad. La
sociedad receptora era, casi en su plenitud, analfabeta, y en este aspecto
queda una prueba que sirve para interpretar el uso que se daba de los poemas
narrativos. Se trata de que en Francia, país vecino y con el que tenemos
muchísimo en común, se conservan decenas de miles de versos en multitud de
manuscritos, mientras que en España, sorprendentemente, hay poquísimos. Esto se
debe a que en Francia los cantares se elaboraban financiados por particulares
para su uso personal en bibliotecas, mientras que en España las copias
circulaban para su memorización por juglares, y solían ser copias de mala
calidad, baratas, no para ninguna colección privada, sino para su uso práctico.
Esta prosperidad de la vehiculación oral indica que en España preponderaba lo popular, y esto popular lleva inherente el canal oral, es su forma de difusión por
antonomasia. Y como es sabido, el término “popular” engloba a todo el pueblo, populus, la totalidad de la población,
así que a los nobles también les gustaba escuchar, además de o junto con la
lectura.
Así,
tenemos que tanto plebeyos como nobles esperaban con muchísimo interés estos
cantos que tan bien debían interpretar los juglares, y éstos sabían qué cantos
o qué fragmentos debían recitar para llevarse algo al pasar la gorra. El tema de
la relación con el rey de algún héroe famoso, viviera éste o no, si se sabía
que era conflictiva, tendría que ser un éxito. Recordemos que el pueblo estaba
sujeto a irritantes tributos por el rey y el clero, y se suele creer que los
héroes rebeldes al principio liberan al pueblo de estos impuestos. En un
romance sobre Fernán González
,
el conde castellano dice:
“cada día que amanece – por mí hacen oración,
no la hacían por el rey, – que no la merece, no,
él les puso muchos pechos
– y quitáraselos yo.”
Si esto era cierto, ya
triunfaría el romance en vida del conde; mas no puede haber quien niegue que a
los personajes reales que realizaron buenas obras se les mitifica, y sus
acciones se embellecen y se cantan generación tras generación, porque la gente necesita
referencias, necesita creer que hubo o que hay algo mejor. Que se recuerde a un
rebelde es ya una forma de rebeldía, y una forma de evasión de un mundo
tristemente real. Más o menos como si hoy cantásemos el himno de Riego…
Un buen
ejemplo de relación rey-vasallo conflictiva y el papel que en ello juega el
público receptor es el
Carmen
Campidoctoris (1093-1094). Que en él conste su hostilidad con el rey es
bastante revelador: “[…] todo aquel afecto se torna en rencor / y busca
ocasiones para hacerle daño
”.
Teniendo en cuenta que el poema se escribió en vida del Cid, tuvo que estar de
acuerdo con lo que se decía, y estando además en la cumbre de su gloria tras la
conquista de Valencia, pudo haber sido magnánimo con su rey y perdonarlo, pero
no lo hizo, o así quiso que constase en el poema. Juega aquí un papel
importante el público, en el que figura el propio Cid:
tenían que exigir que se dijese todo ese afán del rey por hacer
daño a Rodrigo (“busca su muerte aunque sea a traición / por lo que dispone que,
de ser apresado / sea degollado
”),
porque era algo tan patente y tan ofensivo que no decirlo sería rebajarse o
venderse. Al público “hay que darle lo que le gusta o, si se prefiere, no hay
que darle lo que no interesa
”.
Había
que ganarse el público como fuere, para la intención que se buscase. Ya se ha
visto que clérigos como el Arlantino o el autor del
CMC utilizaban héroes famosos, convertidos, eso sí, en buenos
vasallos de su rey, para adoctrinar. Al público le atraía el personaje, el
héroe nacional, principalmente, y tras él, que queda en primer plano, se puede
añadir el telón de fondo que interese. En el caso del
CMC, según a qué público se dirigiese, tal vez sí “colaría” que el
Cid fuera obediente a ultranza; en cambio, para otro tipo de receptor, como el
más habitual acostumbrado a los romances, no. El poema de
Mocedades de Rodrigo, al buscar como receptor a lo más popular del
pueblo (valga la redundancia), fue confeccionado con los romances existentes,
más o menos enlazados, y con insertados de ese “telón de fondo”, la diócesis de
Palencia. Los romances populares garantizaban el éxito, por el retrato del Cid
como era conocido, altanero y rebelde. Con ese ingrediente tan suculento, los
voraces receptores engullirían sin notarlo el material añadido sobre la
diócesis de Palencia, mera propaganda
,
igual que el Arlantino insertaba el compromiso de Fernán González con el
monasterio de San Pedro de Arlanza, de lo que nada se dice en los romances.
Adscripción al género
La épica precisa, por su propia
naturaleza, que se narren historias. Muchos libros de texto la designan
directamente como el género de la “narrativa”. Dentro de estas historias, el
tema de la relación rey-vasallo puede garantizar el éxito de la obra y sirve
como hilo conductor, ya sea para enlazar acciones que fortalezcan la
obediencia, si el personaje es sumiso, o bien para destacar la altanería, si es
rebelde.
En la narración es necesaria
una forma concreta que facilite la exposición de una historia, de un relato. En
nuestros tiempos la forma que más ha triunfado es la prosa, en su versión de
novela o cuento, según la extensión, pero como en la Edad Media la mayor parte
de la literatura se transmitía por canal oral, era necesaria otra técnica.
Desde los tiempos más antiguos
se narraban gestas en verso, siendo Grecia la principal referencia. Los
artesanos que escribían, siempre pagados o protegidos por aquellos
bellatores,
lo hacían con mecanismos que facilitasen el recitado (ritmo, métrica) y la
memorización (fórmulas fijas, epítetos, rima), ya que la gente no solía saber
leer, y si alguno sabía, siempre era preferible escuchar, pues leer costaba
esfuerzo
.
En la España medieval ocurría
esencialmente lo mismo. Los cantos o romances noticieros precisaban de fórmulas
que facilitasen la memorización y el canto. Supuestamente el canto épico fue
traído a la Península por los pueblos germánicos, según Menéndez Pidal
,
aunque cuesta creer que antes de su llegada no existiera nada parecido en la
España romana. Sí que hay que admitir, por el contrario, que la épica, al
narrar fundamentalmente acciones bélicas, era un género ligado inherentemente a
Castilla, el pueblo más belicoso, y que los castellanos descendían directamente
de los visigodos. Como se ha visto, León mantenía fueros y tradiciones aún más
visigóticas, pero mantenía su nobleza de forma hereditaria y no alcanzaba las
cotas heroicas de la nobleza castellana. De hecho, dos de los tres personajes
más famosos, Fernán González y el Cid, son castellanos
.
La forma establecida para los
cantos noticieros era el romance. El verso corto ayuda a crear ritmo en el
recitado, y la rima asonante resulta fácil y cómoda. Es, además, sólo rimado en
los pares, así que, junto con la asonancia, este hecho implica que el romance
es una composición poética con una rima mínima, pero suficiente. La medida en
octosílabos es puramente castellana: prácticamente sale solo.
Otra ventaja del romance para
la función narrativa es su apertura: al no ser una forma preestablecida y
cerrada, puede ampliarse o acortarse. Las largas tiradas de versos admiten
insertados o modificaciones según se necesite, o como sucede con los romances
épico-históricos, se pueden extraer fragmentos de especial relieve que
funcionen como células independientes. Estos fragmentos, estos romances que
conservamos, casi nunca narran historias con principio y fin, sino que se abren
in media res y suelen quedar
inconclusos. Su autonomía y sostenibilidad responde a la actitud de los
personajes de los que tratan, que es lo que importa. Los personajes que tanto
motivan al pueblo quedan así inmortalizados, con esa “foto”, ese momento
característico que los retrata, y que suele ser descrito con toda su viveza
mediante la función dramática que aporta el uso del diálogo. Los héroes
“hablan”, los romances repiten sus palabras.
En la línea sucesoria de los
romances noticieros brotan las ramas de los romances, que acabamos de ver, y
los cantares de gesta, que se escriben de dos maneras. La primera y principal
es la completa reelaboración, sin mantener apenas nada de los romances
originales, por un autor culto, entendiéndose por ‘culto’ perteneciente a una
élite cultural y que trabaja para ésta (porque los autores de los romances
también tenían que ser “cultos”
).
Los clérigos, pagados o sustentados por el poder, utilizaban la misma forma que
los romances, para ganar así la atención del público, y moldeaban la historia
para hacerla propagandística. También podían utilizar su forma particular de
clerecía, más compleja, que es el alejandrino monorrimo consonante
(“cuaderna vía”), en hemistiquios de heptasílabos, para destacar el ornato y la
dificultad, y distanciarse así del vulgo; pero sin que se pueda negar que se
trata de una obra magnífica, que debía atraer por su belleza. Algo así como la
rica ornamentación del pórtico de una iglesia. El ejemplo es el
PFG, escrito en cuaderna vía.
La otra forma de composición
de cantares de gesta es la de
Mocedades
de Rodrigo. Como no trata de adoctrinar, sino de reclamar la atención sobre
Palencia, no tiene la necesidad de atenuar la rebeldía del Cid, y por tanto, no
precisa moldear la mayor parte de la historia romancera cidiana. Por eso, a
diferencia de los cantares de gesta anteriores, no reelabora completamente sino
que se puede permitir reutilizar romances tradicionales. Sin mayores problemas
puede insertar invenciones sobre acciones del personaje en Palencia, que más o
menos cuadran con el resto de la narración
.
Esta teoría hasta aquí
expuesta sobre el origen de los romances, defendida en estudios de las últimas
décadas, entra en conflicto con las teorías anteriores. D. Guillermo Díaz-Plaja
,
por ejemplo, decía así: “Prescindiendo de la teoría, hoy en desuso, según la
cual los romances eran obra del pueblo y más antiguos que los primeros cantares
de gesta (hasta el punto que estos poemas procederían de los romances), hoy se
cree, por el contrario, que los romances no son otra cosa que los fragmentos
más gustados y más conocidos de los cantares de gesta que recitaban los
juglares. De estas recitaciones, el pueblo recordaba los momentos culminantes
que aplaudiría y gustaría de aprender y repetir: los primeros romances son,
pues, fragmentos de la poesía épica de Castilla transmitidos independientemente
por tradición oral […]”.
D. Guillermo acertó en su
naturaleza fragmentaria
,
pero en su origen no pudieron ser cantares de gesta tal y como los conocemos,
como el
CMC. Primero, por el
comportamiento del personaje, totalmente opuesto entre el
Cantar y los romances; y segundo, si los fragmentos que nos han
llegado como romances eran los más aplaudidos y garantizaban el éxito, ¿por qué
no hay ni rastro de éstos en el
CMC?
Y si nos remitimos a un texto perdido, del que se reelaborase el
Cantar, ¿qué ganaría el autor
suprimiendo los pasajes de mayor éxito? Como se ha visto, el artesano de las
Mocedades no lo hizo.
- ESTUDIO DE LAS RELACIONES REY-VASALLO
A continuación se estudiarán,
mediante el análisis de los romances seleccionados, las relaciones con el rey
que tuvieron los tres personajes literarios que sustentan este trabajo. Tales romances
han sido copiados en su mayoría del libro de Mercedes Díaz Roig El romancero
viejo editado en Cátedra; sin embargo, al tratarse de las versiones en
imprenta del siglo XVI, hay que tener en cuenta que en bastantes casos el
lenguaje está modernizado.
Los mismos romances
constan en el célebre libro de D. Ramón Menéndez Pidal Flor nueva de
romances viejos; sin embargo, al no constar en él aparato crítico, ni las
versiones originales de donde provienen sus variantes, optamos por las más
modernas ediciones de Díaz Roig y Juan Victorio, sin descartar la de M. Pidal
para posibles referencias.
Los análisis se limitarán al aspecto social y las
relaciones rey-vasallo, sin detenerse excesivamente en otros puntos como la
lingüística o el análisis de contenido.
Bernardo del Carpio
El nacimiento de Bernardo
En los reinos de
León – el casto Alfonso reinaba;
hermosa hermana tenía, – doña Jimena se llama;
enamorárase de ella – ese conde de Saldaña,
mas no vivía engañado, – porque la infanta lo amaba. 5
Muchas veces fueron juntos, – que nadie lo sospechaba;
de las veces que se vieron – la infanta quedó preñada.
La infanta parió a Bernardo, – y luego monja se entraba.
Mandó el rey prender al conde – y ponerle muy gran guarda.
En este poema se explica con toda claridad el origen
de Bernardo del Carpio. Forma en sí mismo una unidad, donde no se necesita más
información de ningún tipo. Es rotundo y escueto. En la versión de Menéndez
Pidal hay añadidos a partir del v. 7 y cierta atenuación de un dato importante:
[…]
de las veces que se vieron – la infanta encinta quedaba
de ella naciera un infante – como la leche y la grana;
Bernardo le puso nombre – por la su desdicha mala;
mientras empañaba al niño – en lágrimas le bañaba: 10
“¿Para qué naciste, hijo, – de madre tan desdichada?
Para mí y para tu padre – eres amor y desgracia.”
El buen rey desque lo supo – mandó en un claustro encerrarla,
y mandó prender al conde – en Luna la torreada.
Esta versión
es más lírica, donde se resalta la desgracia del amor por un matrimonio no
concertado. Queda así marcado el matiz doctrinal de que en los amores
“ilegales” siempre se acaba mal: el “buen” rey (v.13), que tiene que ser bueno
por el hecho de ser rey, dispone que sea la madre encerrada en un monasterio y
el padre en una fortaleza. La atenuación de lo injusto a lo que el rey somete a
una pareja de enamorados está en ese adjetivo “buen” y en no decir expresamente
que a la madre metían “a monja”, que es lo más terrible que se solía hacer a
una mujer bella, joven y enamorada.
En la versión
breve queda este hecho muy destacado en los últimos versos:
La infanta parió a Bernardo, – luego (a) monja se entraba. /
Mandó el rey prender al conde – y ponerle muy gran guarda. Queda claro que
sendos amantes acaban su historia así, en esos dos versos que oponen y enumeran
el destino de cada uno. Ambos son forzados: Jimena, si se hizo monja
voluntariamente, cosa más que dudable, fue por la presión social y porque era
la única forma de paliar su manchada reputación, su honra; y el conde tuvo que
pasar lo suyo por tener amores con la hermana del rey sin permiso de éste.
También el
léxico es más coloquial o popular: preñada
por encinta; parió por de ella naciera.
No es de
extrañar que este romance y los siguientes se imprimieran
, al
dejar translucir el matiz de protesta ante el despotismo del rey y las férreas
normas sociales. Lo que se imprimía era lo que se vendía, lo que tenía éxito,
lo que era del gusto popular.
Por las riberas de Arlanza…
Por las riberas de Arlanza – Bernardo el Carpio cabalga,
en un caballo morcillo – enjaezado de grana;
la lanza terciada lleva – y en el arzón una adarga.
Mirábanle los de Burgos, – toda la gente admirada,
porque no se suele armar – sino a cosa señalada; 5
también le miraba el rey, – que está volando una garza.
Decía el rey a los suyos: – –Esta es una buena lanza;
o era Bernardo del Carpio, – o era Muza el de Granada.
Estando en estas razones, – Bernardo el Carpio llegaba;
sosegando va el caballo, – mas no dejara la lanza. 10
Habló como hombre esforzado, – de esta suerte al rey hablaba:
–Bastardo me llaman, rey, – siendo hijo de tu hermana;
tú y los tuyos lo dicen, – que ninguno otro no osaba;
cualquiera que tal ha dicho – ha mentido por la barba,
que ni mi padre es traidor, – ni mala mujer tu hermana, 15
que cuando yo fui nacido, – ya mi madre era casada.
Metiste a mi padre en hierros – y a mi madre en orden sacra
por dejar esos tus reinos – a aquesos reyes de Francia.
Con gascones y leoneses – y con mi gente asturiana
yo iré por su capitán – o moriré en la batalla. 20
Este romance es de una belleza y una fuerza
incomparables, donde el personaje encarna un majestuoso espíritu de justicia y
de patriotismo. Comienza en tiempo presente (cabalga, la lanza
terciada lleva), con lo que se revive y se aproxima la acción al receptor,
al tiempo del recitado, como si Bernardo viviera siglos después. Todo en él es
fascinante: cabalga, no trota ni pasea; en un caballo morcillo
(totalmente negro); lleva la lanza terciada, no apoyada, que es la
posición más aguerrida; y además va provisto de adarga, de escudo. No
puede sino producir admiración (v. 4), porque alguien así de armado no era
frecuente de ver (v. 5). El mismo rey se admira, que andaba con sus
distracciones (volando una garza), y ante él Bernardo no se desarma: no
baja del caballo ni deja la lanza (v. 10), es decir, se presenta muy amenazante
ante el rey.
El juglar recurre a una típica fórmula de captatio
benevolentiae: “de esta suerte al rey hablaba” (v. 11), que causa expectación entre el
público. Y aquí comienza a hablar el propio Bernardo, en estilo directo.
Antepone en un hipérbaton la palabra más sonora, el insulto del que es víctima
(v. 12): bastardo. El rey y los suyos pertenecen a los detractores de
Bernardo, porque todos los demás lo apoyan y no se les ocurre llamarlo así: que
ninguno otro no osaba. Nuestro héroe, por tanto, dispone de apoyo popular y
está bien armado.
Le explica sus razones al rey con un énfasis
soberbio, usando hipérbatos, repeticiones y paralelismos léxicos y sintácticos:
que ni mi padre es traidor / ni mala mujer tu hermana, / que cuando yo fui
nacido / ya mi madre era casada. Y le espeta los crímenes que contra él ha
hecho: a su padre lo encarceló
y a su madre la metió a monja (v. 17), por el ignominioso motivo de ceder sus
reinos a franceses. Lo más humillante para Bernardo no es sólo el motivo
patriótico, que cediese la nación a extranjeros, sino que
no se lo cediese a
él, que es el heredero. Recordemos que ese rey era Alfonso II el Casto, que
no tuvo mujer (se dedicó principalmente a construir iglesias), y por no dejar el reino a su sobrino,
prefirió enviar embajadas a Carlomagno para ofrecérselo a éste. Por eso, sobre
todo, y de paso para dejar al rey como un cobarde delante de todos, reúne a
quienes lo apoyan (vascos, leoneses y asturianos, v. 19) para echar a los que
vienen a usurpar el trono. Y esto lo dice con toda virilidad y audacia de la
que se nutre por tan injusta situación:
yo iré por su capitán /
o
moriré en la batalla (v. 20), es decir, que está dispuesto a todo.
Este desplante de rebeldía, tan bien
inmortalizado en el poema, tuvo que pervivir durante siglos, y hasta hoy tiene
fuerza todavía. Al pueblo, no a la nobleza, tenía que entusiasmarle ese héroe
gallardo, denigrado injustamente, que planta cara al rey. En las versiones de
la Flor nueva de Menéndez Pidal, siempre más conservadoras, encontramos
añadidos sobre patriotismo y la demanda de la libertad de su padre:
[…]
Metiste a mi padre en hierros – y a mi madre en orden sacra,
y porque no herede yo – quieres dar tu reino a Francia;
morirán los españoles – antes de ver tal jornada.
Mi padre pido que sueltes, – pues me diste la palabra,
si no, en campo, como quiera, – te será bien demandada.
Hay
que mencionar, en conexión con la lírica tradicional, otros ingredientes del
poema que despiertan interés y familiaridad con lo popular en el receptor
medieval. Se trata del comienzo “Por las riberas de Arlanza…”. ¿Por qué tiene
que ubicarse la acción en la margen de un río? ¿Y por qué el rey “vuela una
garza”? Puede notarse un matiz sexual, y como filólogos hay que decirlo, en que
todo lo que ocurre cerca de una fuente o río, en el decorado poético, significa
la realización de amor físico
. Y
una
garza siempre es una mujer, que
suele ser cazada por un halcón. Este “Bernardo”
cabalga por la
ribera,
ricamente ataviado (de
grana), y con
la
lanza terciada. Si nos lo tomamos
en plan cómico, con ciertos gestos de un juglar desvergonzado, el poema
perduraría con otra simbología muy diferente. Como unidad funcional y autónoma,
con este significado grotesco, acabaría en los vv. 8-9:
Decía el rey a los suyos: – –Esta es una buena lanza; /
o era Bernardo del Carpio, – o era Muza el de Granada. Se centra la
atención en el arma, es como si el poema dijera: ¡menuda lanza!
Entrevista de
Bernardo con el rey
Con cartas y mensajeros – el rey al Carpio envió;
Bernardo, como es discreto, – de traición se receló;
las cartas echó en el suelo – y al mensajero así habló:
–Mensajero eres, amigo, – no mereces culpa, no,
mas al rey que acá te envía – dígasle tú esta razón: 5
que no lo estimo yo a él – ni aun a cuantos con él son;
mas por ver lo que me quiere – todavía allá iré yo.
Y mandó juntar los suyos, – de esta suerte les habló:
–Cuatrocientos sois, los míos, – los que comedes mi pan:
los ciento irán al Carpio, – para el Carpio guardar, 10
los ciento por los caminos, – que a nadie dejan pasar;
doscientos iréis conmigo – para con el rey hablar;
si mala me la dijere, – peor se la he de tornar.
Por sus jornadas contadas – a la corte fue a llegar:
–Dios os mantenga, buen rey, – y a cuantos con vos están. 15
–Mal vengades vos, Bernardo, – traidor, hijo de mal
padre,
dite yo el Carpio en tenencia, – tú tómaslo en heredad.
–Mentides, el rey, mentides, – que no dices la verdad,
que si yo fuese traidor, – a vos os cabría en parte;
acordárseos debía – de aquella del Encinal, 20
cuando gentes extranjeras – allí os trataron tan mal,
que os mataron el caballo – y aun a vos querién
matar;
Bernardo, como traidor, – de entre ellos os fue a sacar.
Allí me disteis el Carpio – de juro y de heredad,
prometístesme a mi padre, – no me guardaste verdad. 25
–Prendedlo, mis caballeros, – que igualado se me ha.
–Aquí, aquí los mis doscientos, – los que comedes mi pan,
que hoy era venido el día – que honra habemos de ganar.
El rey, de que aquesto viera, – de esta suerte fue a
hablar:
–¿Qué ha sido aquesto, Bernardo, – que así enojado te
has? 30
¿lo que hombre dice de burla – de veras vas a tomar?
Yo te do el Carpio, Bernardo, – de juro y de heredad.
–Aquesas burlas, el rey, – no son burlas de burlar;
llamásteme de traidor, – traidor, hijo de mal padre;
el Carpio yo no lo quiero, – bien lo podéis vos guardar, 35
que cuando yo lo quisiere, – muy bien lo sabré ganar.
Aquí se trata de cómo responde
Bernardo a una embajada del rey. Como en la mayoría de los romances, no importa
tanto la historia como la estampa de los personajes, el momento en que queda
plasmada una actitud admirable y encomiable. Se destaca enormemente la de
Bernardo y se denigra totalmente la del rey.
En el v. 1 se destaca,
mediante el hipérbaton, la abundancia de medios con que el rey quiere reclamar
la presencia de Bernardo: “con cartas y mensajeros” (1a). Bernardo, que sabía
que del rey no podía esperar nada bueno, adivinó la traición (2b) y tiró las
cartas con desprecio (3a). Ahí ya se ve su actitud ante el rey. Pero no es nada
comparado con lo que sigue: ante la inocencia que declara del mensajero, que no
tiene culpa, la conjunción
adversativa mas anticipa que el rey
sí la tiene, y le envía el siguiente mensaje: que no lo estimo yo a él – ni a cuantos con él son (v. 6). Bernardo
es tan audaz y tan gallardo que aun así quiere presentarse ante él (v. 7), por
ver qué quiere, pero no irá de cualquier manera.
En los versos siguientes se
hace honor a la cita latina Amat victoria
curam, “la victoria ama el cuidado, la preparación”, con las estudiadas
precauciones que se toma el general con sus soldados, distribuyendo
cuidadosamente su ejército. Los doscientos que irán con él serán su guardia
personal para protegerse del rey, precaución muy bien tomada, como se verá. Con
ellos podrá defenderse: si mala me la
dijere, – peor se la he de tornar (v. 13). Como se ve, las relaciones
rey-vasallo no eran muy cordiales.
El saludo de Bernardo será en
son de paz, mintiendo cautelosamente en paralelismo con sus palabras al
mensajero: no lo estimo yo a él – ni aun
a cuantos con él son (v. 6) // Dios
os mantenga, buen rey, – y a cuantos con vos están (v. 15). La respuesta
del rey contrasta por su ira y desprecio: le llama traidor, hijo de mal padre,
y ladrón, acusándole de quedarse con el Carpio. El poeta deja siempre hablar
más al héroe para que reluzca en su discurso: lo primero que hace es acusarle
de mentiroso, con insistencia (v. 18), y explica sus razones. Salvó la vida al
rey en una batalla y por eso le dio el Carpio en heredad, ‘para él y sus descendientes’, y además le prometió el
rey liberar a su padre cautivo, cosa que tampoco hizo (no me guardaste verdad, v. 25).
La reacción del rey es muy
expresiva: –Prendedlo, mis caballeros, –
que igualado se me ha (v. 26). La forma de contestar del vasallo, sin
temor, de cara, con la fuerza que otorga la verdad y, en casos de tanta
injusticia, la rabia, elevan al personaje en dignidad y hasta en honor, por eso allí queda a la misma
altura del rey, hombre ante hombre, enfrentándose sus razones. Por eso se
alarma el rey ante su vasallo, que se le ha igualado.
Rápidamente Bernardo hará uso
de su planificada protección, sus doscientos
(27a). Es muy interesante el apelativo los
que comedes mi pan (27b), porque está diciendo que es él su señor, no el
rey; es él quien les proporciona protección y alimento. Tal enfrentamiento,
además, proporcionará una limpieza de honra (v. 28), y para nada sería un
crimen, por tanto, matar a un rey. Éste, cobarde, aparte de mentiroso, intenta
disimular su agravio aludiendo a que se trataba de una broma (v. 31), y ahora
promete que sí le da el Carpio (v. 32). Pero Bernardo no perdona las ofensas,
ni se cree la broma, ni está dispuesto a seguir jugando con un rey tan mentiroso
y deleznable. Con toda la chulería y soberbia de que es capaz, rechaza el
Carpio (v. 35), que aunque bien lo guarde el rey, en cuanto quiera lo puede
volver a conseguir: que cuando yo lo
quisiere, – muy bien lo sabré ganar (v. 36).
En la
versión de Menéndez Pidal
,
no aparece el altanero desplante de Bernardo en la frase “no lo estimo yo a él
/ ni a cuantos con él son”, ni la chulería última de “cuando yo lo quisiere /
muy bien lo sabré ganar”. En su lugar dice que nadie se lo podrá quitar:
El castillo está
por mí, – nadie me lo puede dar;
quien
quitármelo quisiere, – yo se lo sabré vedar.
Fernán González
Romance de Fernán
González
Castellanos y leoneses – tienen grandes divisiones,
el conde Fernán Gonçález – y el buen rey don Sancho
Ordóñez;
sobre el partir de las tierras, – aí passan malas
razones:
llámanse de hideputas, – hijos de padres traidores;
echan mano a las espadas, – derriban ricos mantones; 5
no les pueden poner treguas – cuantos en la corte sone;
ponénselas por quinze días, – que non pueden por más,
non,
que se vayan a los prados, – que dizen de Carrión.
Si mucho madruga el rey, – el conde no dormía, non.
El conde partió de Burgos – y el rey partió de León; 10
venido se han a juntar – al vado de Carrión,
y a la passada del río – movieron una quistión:
los del rey que passarían, – y los del conde que non.
El rey, como era risueño, la su mula rebolvió;
el conde con loçanía – su cavallo arremetió: 15
con el agua y el arena – al buen rey él salpicó.
Allí hablara el buen rey, – su gesto muy demudado:
–«Buen conde Fernán Gonçález, – mucho sois desmesurado;
si non fuera por las treguas – que los monjes nos han
dado,
la cabeça de los ombros – yo vos la oviera quitado, 20
con la sangre que os sacara, – yo tiñera aqueste vado.»
El conde le respondiera – como aquel que era osado:
–«Esso que dezís, buen rey, – véolo mal aliñado;
vos venís en gruessa mula, – yo en ligero cavallo;
vos traéis sayo de seda, – yo traigo un arnés trançado; 25
vos traéis alfanje de oro, – yo traigo lança en mi mano;
vos traéis cetro de rey, – yo un venablo azerado;
vos con guantes olorosos, – yo con los de azero claro;
von con la gorra de fiesta, – yo con un casco afinado;
vos traéis ciento de mula, – yo trezientos de cavallo.» 30
Ellos en aquesto estando, – los frailes que an allegado:
–«¡Tate, tate, cavalleros! – ¡Tate, tate, hijosdalgo!
¡Cuán mal cumplisteis las treguas – que nos avíades
mandado!»
Allí hablara el buen rey: – –«Yo las compliré de grado.»
Pero respondiera el conde: – –«Yo de pie puesto en el
campo.» 35
Quando el buen rey vido
aquesto, – non quiso pasar el vado;
buélvese para sus tierras, – malamente va enojado,
grandes vascas va haziendo, – reziamente va jurando,
que avié
de matar al conde – y destruir su condado,
y mandó llamar a cortes, – por los grandes ha enbiado; 40
todos ellos son venidos, – sólo el conde a faltado.
Romance muy arcaico y de tono
muy popular, con lenguaje y con imágenes cómicas. La ironía está presente en
todo el poema. Tal vez coexistió con el PFG,
o quizá fue el resultado de los hechos históricos turbulentos entre el reino y
el condado, y consecuencia también de los cantares de gesta que se derivasen.
El caso es que, para la mentalidad popular, el resumen del conflicto puede
expresarse con un romance como éste. Todo el mundo tenía claro que “entre
castellanos y leoneses hay grandes divisiones”, y que a lo que diga uno, el
otro va a decir lo contrario.
El tema que subyace es el
conflicto entre la nobleza hereditaria y la nobleza por méritos
,
y se oponen y contrastan los símbolos de cada una, como se verá.
Comienza el poema con esa
alusión clara al problema político: castellanos y leoneses…, y los personajes
que van a simbolizar sendas regiones. Llama la atención el epíteto buen del rey (v. 2b), probablemente
irónico, con un matiz de ‘inofensivo’, ‘pacífico’. El motivo del enfrentamiento
es el que suele ser siempre, sobre el
partir de las tierras, y por eso se lanzan terribles insultos (hideputas, hijos de padres traidores), e incluso echan mano a las espadas. Es muy gracioso ver cómo gente de tan
elevada nobleza se rebaja al típico litigio entre simples labradores, “por el
partir de las tierras”, y que se insultan igual que ellos.
La mayor tregua que les pueden
poner es de tan sólo quince días (v. 7a). En el ínterin, conciertan verse en el
punto intermedio entre sus territorios, el vado del río Carrión. Se resalta la
oposición entre ambos, uno parte de Burgos, el otro de León; y que uno quiere
ser más que el otro siempre: Si mucho
madruga el rey, – el conde no dormía, non.
En el vado tiene lugar el
momento más tenso, que es el de “cruzar el Rubicón”: el rey quiere cruzar el
río, la frontera, pero no lo va a permitir el conde (vv. 12-13).
En las aguas, el rey, “que es
risueño”, provoca al conde, moviendo su mula; pero el conde va provisto de
mejor cabalgadura, un caballo, con el que salpica de barro al rey; ofensa que
significaría una muerte segura para cualquier vasallo. Así se lo hace saber el
rey, que le amenaza con cortarle la cabeza (v. 20). Sin embargo, en el diálogo
se explaya el conde con las múltiples razones por las que su amenaza no tiene
fundamento, y es que él va mucho mejor armado, y va contrastando (
vos…/yo…) todas sus ventajas con las
carencias beligerantes del rey (vv. 23-30): guantes olorosos / guantes de
acero; gorra / casco; etc. Es conveniente recordar que el caballo es el mayor
símbolo guerrero, frente a la mula, que no es apta para el combate
.
Los frailes detienen la
trifulca que estaba a punto de comenzar (vv. 31-33), donde el rey estaba en
clara desventaja, y prefiere respetar la tregua. Pero el conde ya no está
dispuesto a respetarla (v. 35). Así, el rey no tiene otra que volverse a sus
tierras, enojado y deseando matar a su enemigo (vv. 36-39), pero realmente no
va a poder, porque aunque convoque a todos sus vasallos de la nobleza (los grandes, v. 40b), le faltará el más
poderoso, que es precisamente el conde rebelde (v. 41b).
Nótese el enorme contraste que
dibuja el poema con toda viveza y humor entre el rey y el vasallo, entre lo
leonés y lo castellano: lo leonés, lo tradicional, representa una nobleza
acomodaticia, rica, de oro y seda, que se siente con autoridad suficiente para
con sus vasallos; por otro lado, el castellano es austero, belicoso, armado
hasta los dientes, dispuesto al combate, y con igual o mayor altanería que el
propio rey. El héroe castellano se siente orgulloso de haberse posicionado
gracias a sus hazañas, es más práctico; mientras que la nobleza leonesa se
siente superior sólo por su nacimiento.
Por esto siempre van a tener
éxito romances que representen esta relación entre rey y vasallo, donde se
destaca al vasallo por sus cualidades: es lo capaz frente a lo incapaz,
es lo honrado frente a lo despótico. Cualquiera que trabaje,
cualquiera que esté obligado a luchar por la supervivencia, siempre va a
sentirse identificado con uno de estos vasallos. Y eso implica a la inmensa
mayoría, de ahí el éxito editorial de los romances.
Buen conde Fernán
González...
–Buen conde Fernán González, – el rey envía por vos,
que vayades a las cortes – que se hacen en León,
que si vos allá vais, conde, – daros han buen galardón:
daros han a Palenzuela –
y a Palencia la mayor,
daros han las nueve villas, – con ellas a Carrión, 5
daros han a Torquemada, – la torre de Mormojón;
buen conde, si allá no ides – daros hían por traidor.
Allí respondiera el conde – y dijera esta razón:
–Mensajero eres, amigo, – no mereces culpa, no;
yo no tengo miedo al rey, – ni a cuantos con él son; 10
villas y castillos tengo, – todos a mi mandar son:
de ellos me dejó mi padre, – de ellos me ganara yo;
las que me dejó el mi padre – poblélas de ricos hombres,
las que me ganara yo – poblélas de labradores;
quien no tenía más que un buey – dábale otro, que eran
dos, 15
al que casaba su hija – doile yo muy rico don;
cada día que amanece – por mí hacen oración,
no la hacían por el rey, – que no la merece, no,
él les puso muchos pechos – y quitáraselos yo.
En la edición de Díaz Roig
viene este romance a continuación del anterior, enlazado con los versos: Mensajero se le hace – a que cumpla su
mandado; / el mensajero que fue – de esta suerte le [ha] hablado.
Forzosamente tiene que ser una
reelaboración del romance de Entrevista
de Bernardo del Carpio con el rey, o quizá existía el tópico del mensajero
enviado por el rey para llevarse la negativa o amenaza del vasallo rebelde. En
este caso, se niega a ir, pero en el de Bernardo, éste iba aunque sabía que se
trataba de una traición, con las medidas pertinentes (armas y soldados). Como
se puede ver, la misma situación se puede aplicar tanto a un héroe como a otro.
La mayor prueba de la
tradición común son los versos de respuesta del héroe al mensajero, exactamente
iguales:
–Mensajero eres, amigo, – no mereces culpa, no;yo no tengo miedo al rey, – ni a cuantos con él son;
(Versos 9 y 10 en Buen
conde Fernán González; versos 4 y 6 en el de Entrevista de Bernardo con el rey.)
El
desplante altanero del vasallo es lo que importa. Al mensajero, que le agasaja
con regalos si accede a ir a las cortes –y
si no va, quedará como traidor– le encomendará
una respuesta con gran soberbia en este caso, con lo que prueba que no le
importa que el rey considere traición su negativa. Los motivos que le dan tanta
seguridad se los expone al mensajero: tiene a su mando villas y castillos (v.
11); ha incrementado la herencia que le dejó su padre (vv. 12-16), y todos esos
súbditos le apoyan, por él hacen oración
(v. 16), siendo destacable que la hagan por él y no por el rey, que no la
merece (v. 18). El motivo es que el conde, como buen señor de sus vasallos, les
quitó los muchos pechos, impuestos,
que les había puesto el rey (v. 19).
Cita en
nota al pie Díaz Roig “Nótese el juego de palabras en los versos 4-7: “daros…
(regalos), daros (por traidor)”, detalle en que destaca la maestría de quien lo
compuso.
Crianza de Fernán
González
En Castilla no había rey, – ni menos emperador,
sino un infante niño, – [niño] y de poco valor;
andábanlo por hurtar – caballeros de Aragón.
Hurtado le ha un carbonero – de los que hacen carbón.
No le muestra a cortar leña, – ni menos hacer carbón, 5
muéstrale a jugar las cañas – y muéstrale justador,
también a jugar los dados – y las tablas muy mejor.
–Vámonos, dice, mi ayo, – a mis tierras de Aragón;
a mí me alzarán por rey – y a vos por gobernador.
Este romance, que no tiene
ninguna fidelidad histórica en cuanto a lo relativo a Aragón y el conde,
responde a algún motivo tradicional en relación con el carbonero. En el PFG también está presente:
Enante que entremos – delante en la razon,
decir vos he del conde – qual fue su criazon:
furto le un pobreciello – que labrava carbon;
tovo lo en la montaña – una muy grand sazon
El
carbonero es lo más bajo de la escala social, el vértice opuesto de la nobleza
y la caballería. Que el héroe de la independencia de Castilla haya crecido
criado por un carbonero lo convierte en popular, lo aproxima al pueblo. Su
ascenso será así más grande, cuando llegue a su cima, que si hubiera sido
criado en la corte.
Es un
recurso muy literario. El niño de sangre real que quieren hurtar ciertos
miembros de la nobleza, pero que afortunadamente cae en manos de una persona
pobre y sencilla que lo cría, hasta que pueda valerse por sí mismo, está en
múltiples leyendas. Es un cuento que inmediatamente despierta interés; sobre
todo, si el receptor es un niño, pero en este caso, hay además un ingrediente
de interés social, su origen humilde.
Sin
embargo, su ayo, conocedor de su
valía, lo prepara para rey (aunque el conde Fernán González nunca lo fue): le
enseña a jugar las cañas y a ser justador (v.6); también a los dados y a las tablas (v. 7), es decir, las aptitudes nobles por
antonomasia. Muy cotizada era la habilidad de jugar a las tablas, al ajedrez,
como se prueba también en el romance del ciclo de los Siete infantes de Lara
que empieza Pártese el moro Alicante…,
cuando Gonzalo Gustios toma la cabeza de su segundo hijo, y dice así:
–¡Dios os perdone, el mi hijo – hijo que mucho preciaba;
jugador de tablas erais – el mejor de toda España;
mesurado caballero, – muy bien hablabais en plaza!
Los dos
últimos versos de la Crianza de Fernán
González, aparte de demostrar esperanza y energía en el niño-rey, parecen
recordar lejanamente a la motivación del Quijote hacia Sancho, a quien promete
ser también gobernador de una “ínsula”.
Sea cual
sea la intención subliminal del poema, en gran parte debe su éxito a lo bien
ensamblado que está, con el hábil uso de paralelismos y repeticiones: ni menos emperador (v. 1b) / ni menos hacer carbón (v. 5b); muéstrale… / muéstrale… (v. 6); a jugar…/ a jugar… (vv. 6a, 7a). También utiliza el poliptoton: hurtar / hurtado (vv. 3a, 4a); hacen
/ hacer (vv. 4b, 5b).
Hay que
destacar, por último, que cuando un vasallo se iguala a un rey, como hemos
visto que hacían Bernardo y Fernán González, es también porque su origen es ilustre
y su ascendencia no tiene nada que envidiar a la de los reyes. Bernardo del
Carpio era hijo de la hermana de Alfonso; Fernán González provenía de uno de
los dos famosos alcaldes de Castilla, Nuño Rasura
.
Del otro alcalde, Laín Calvo, descenderá el linaje del Cid, héroe que viene a
continuación.
El Cid
Romance del Cid Ruy
Díaz
Cabalga Diego Laínez – al buen rey besar la mano,
consigo se los llevaba – los trescientos hijosdalgo,
entre ellos iba Rodrigo, – el soberbio castellano.
Todos cabalgan a mula, – sólo Rodrigo a caballo.
Todos visten oro y seda, – Rodrigo va bien armado, 5
todos espadas ceñidas, – Rodrigo estoque dorado,
todos con sendas varicas, – Rodrigo lanza en la mano,
todos guantes olorosos, – Rodrigo guante mallado,
todos sombreros muy ricos, – Rodrigo casco afilado,
y encima del casco lleva – un bonete colorado. 10
Andando por su camino, – unos con otros hablando,
allegados son a Burgos, – con el rey se han encontrado.
Los que vienen con el rey – entre sí van razonando;
unos lo dicen de quedo, – otros lo van preguntando:
–Aquí viene, entre esta gente, – quien mató al conde
Lozano. 15
Como lo oyera Rodrigo – en hito los ha mirado,
con alta y soberbia voz – de esta manera ha hablado:
–Si hay alguno entre vosotros – su pariente o adeudado
que se pese de su muerte – salga luego a demandarlo,
yo se lo defenderé, – quiera pie, quiera caballo. 20
Todos responden a una: – – Demándelo su pecado.
Todos se apearon juntos – para al rey besar la mano.
Rodrigo se quedó solo, – encima de su caballo;
entonces habló su padre, – bien oiréis lo que ha hablado:
–Apeaos vos, mi hijo, – besaréis al rey la mano 25
porque él es vuestro señor, – vos, hijo, sois su vasallo.
Desque Rodrigo esto oyó – sintióse más agraviado,
las palabras que responde – son de hombre muy enojado:
–Si otro me lo dijera – ya me lo hubiera pagado,
mas por mandarlo vos, padre, – yo lo haré de buen grado. 30
Ya se apeaba Rodrigo – para al rey besar la mano;
al hincar de la rodilla – el estoque se ha arrancado;
espantóse de esto el rey – y dijo como turbado:
–Quítate Rodrigo allá, – quítateme allá, diablo,
que tienes el gesto de hombre – y los hechos de león
bravo. 35
Como Rodrigo esto oyó – aprisa pide el caballo;
con una voz alterada – contra el rey ha hablado:
–Por besar mano de rey – no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre – me tengo por afrentado.
En diciendo estas palabras – salido se ha del palacio, 40
consigo se los tornaba – los trescientos hijosdalgo.
Si bien vinieron vestidos, – volvieron mejor armados,
y si vinieron en mulas, – todos vuelven en caballos.
De nuevo comienza un poema con
una cabalgada, y en tiempo presente, igual que el de Bernardo: Por las riberas de Arlanza / Bernardo el Carpio cabalga. Aquí Cabalga
Diego Laínez / al buen rey besar la
mano. La diferencia estriba en que don Diego va a humillarse, a demostrar
su obediencia como vasallo con el acto más representativo, besar la mano. Lleva consigo los trescientos hombres (v. 2b) que
quiso su hijo que llevase, y a éste, un joven Cid (arrogante y justiciero, como
se verá) muy bien armado. Ya de joven el Cid destacaba por su admirable
soberbia: el soberbio castellano (v.
3b).
El Cid destaca enormemente
entre toda la comitiva por ir dispuesto al combate, con todo el equipamiento
preciso: todos van a mula (animal
lento, para la paz) menos él que va a
caballo (indispensable para la superioridad en la batalla), todos van
vestidos como para ir a la corte, con guantes olorosos y sombreros, menos el
Cid que lleva cota de malla y yelmo. La lanza
también es muy guerrera, superior a varicas
o alfanjes, como se vio en Castellanos y leoneses. Como colmo de la
chulería lleva, además, en el casco un
bonete colorado.
Se relata con expresividad
dramática, muy visual, la llegada a la corte y el impacto que causa entre los burgaleses,
que reconocen al Cid:
unos lo dicen de
quedo, – otros lo van preguntando: / –Aquí viene, entre esta gente, – quien
mató al conde Lozano. Efectivamente, tenía que haber sembrado admiración
que un adolescente de doce años matara a todo un conde, don Gómez
,
a quien en este y en otros romances se le llama con el sobrenombre “Lozano”
.
Puede contemplarse de nuevo la
altivez del Cid en los versos siguientes: los mira de hito en hito (v. 16b) y
les habla con alta y soberbia voz (v.
17a), retando a duelo a quienes demanden la muerte del conde (vv. 18-20).
A continuación todos se bajan de sus monturas, para besar
la mano al rey, menos el Cid, que sigue en su caballo (vv. 21-23). Su padre le
pide que se baje y le pide que bese la mano al rey, porque: él es vuestro señor, – vos, hijo, sois su vasallo (v. 25), cosa
que Rodrigo, orgulloso, obedece con reticencia (vv. 29-30).
Que el
Cid accediese a humillarse al rey iba en contra de su naturaleza, y un hecho
fortuito lo pone en su sitio: al postrarse su espada se desenvaina (v. 32). Que
un vasallo sacase el acero delante del rey era una cosa muy seria. Por eso el
rey se asusta y responde en un estallido de cólera, llamándolo “diablo” y “león
bravo”, instándolo a apartarse. Aquí viene una de las mayores citas del Cid
romancero, con su mayor estampa de soberbio y altanero: –Por besar mano de rey – no me tengo por honrado, / porque la besó mi
padre – me tengo por afrentado. Exactamente la misma frase que en el
romance de la Jura de Santa Gadea,
aunque en el de Cabalga… tuvo que
referirse al rey Fernando, y en el de la Jura,
a Alfonso.
El mismo episodio consta en
las Mocedades (vv. 424-429), con
ligeras variantes:
Rodrigo fincó los ynojos – por le bessar la mano,
la espada traýa luenga, – el rrey fue mal espantado.
A grandes bozes dixo: – «Tiratme allá esse peccado».
Dixo entonçe don Rrodrigo: – «Querría más un clavo
que vos seades mi sennor – nyn yo vuestro vassallo:
porque vos la bessó mi padre – soy yo mal amanzellado».
En el
verso 39, con ese “me tengo por afrentado”, podría terminar el romance, por
acabar en la mejor y más admirable altanería del héroe. Sin embargo, hay un
añadido interesante, y es que al retirarse con sus trescientos hombres, éstos Si bien vinieron vestidos, – volvieron mejor
armados, / y si vinieron en mulas, – todos vuelven en caballos. Esto
significa que adoptaron todos la pose del Cid, que si vinieron prestos a
humillarse, salieron rebeldes; y si iban en son de paz, salieron aguerridos. Es
decir, que “se crecieron” con el ejemplo de la gallardía de su joven señor.
Romance del
juramento que tomó el Cid al rey don Alonso
En Santa Águeda de Burgos, – do juran los hijosdalgo,
le toman la
jura a Alfonso – por la muerte de su hermano;
tomábasela el buen Cid, – ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro – y una ballesta de palo
y con unos evangelios – y un crucifijo en la mano. 5
Las palabras son tan fuertes – que al buen rey ponen
espanto.
–Villanos te maten, rey,
– villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo, – que no sean castellanos;
mátente con aguijadas, – no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos, – no con puñales dorados; 10
abarcas traigan calzadas, – que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas, – no de contray ni frisado;
con camisones de estopa, – no de holanda ni labrados;
caveros vengan
en burras, – que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel, – que no cueros fogueados. 15
Mátente por las aradas, – que no en villas ni en poblado,
sáquente el corazón – por el siniestro costado,
si no dizes la
verdad – de lo que te es preguntado,
si fuiste, o consentiste – en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes – que el rey no las ha
otorgado. 20
Allí habló
un caballero – que del rey es más privado:
–Hazed la
jura, buen rey, – no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor, – ni papa descomulgado.
Jurado había el buen
rey – que en tal nunca se ha hallado;
pero así hablara el rey – malamente y enojado: 25
–Muy mal me conjuras, Cid, – Cid, muy mal me has
conjurado,
mas hoy me tomas la jura, – cras
me besarás la mano.
–Por besar mano de rey – no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre – me tengo por afrentado.
–Vete de mis tierras, Cid, – mal caballero probado, 30
y no vengas más a ellas – dende este día en un año.
–Que me place– dijo
el Cid – que me place de buen grado,por ser la primera cosa – que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno, – yo me destierro por cuatro.
[…]
Este es el más famoso romance
del Cid, donde más rotundamente se muestra rebelde. Tras el asesinato del rey
Sancho en Zamora por el desertor Vellido Dolfos, el Cid somete a esta jura al
recién proclamado rey Alfonso, quien accede al trono gracias a la muerte de su
hermano. Era, por tanto, el principal sospechoso de la urdimbre. Si con los antecedentes
“monarcófobos” que ya tenía el Cid con Fernando I, se añade ahora la muerte de
su señor castellano por su indeseable hermano leonés (presuntamente), se
comprende el tono con el que le habla: “las palabras son tan fuertes, que al
buen rey ponen espanto” (v. 6). Le va a soltar tamaña sarta de amenazas, de
humillaciones para su condición de rey, que más le vale decir la verdad (vv.
7-19). Todos estos citados versos son forzosamente añadidos de los juglares,
porque la extensión es desmesurada y basta simplemente con decir “Villanos te
maten, rey, que no fidalgos”.
A continuación, sigue la forma
dialogada con la aparición de un tercero, un consejero del rey, que también
teme al Cid e induce al monarca a jurar (vv. 22-23), aludiendo que no va a
perder nada por hacerlo. Pero don Alfonso no se doblega, porque también es
orgulloso, y se muestra soberbio al Cid recordándole que es su vasallo, y que
por ello en el futuro le mostrará obediencia (cras me besarás la mano), v. 27b.
A eso de “besar mano de rey”
ya tiene el Cid una respuesta, casi un lema suyo, que son los mismos versos que
se vieron en Cabalga Diego Laínez.
Ese símbolo de besar la mano, ese acto de vasallaje, le causa deshonra; la cual
ya acarrea porque su padre sí que se humillaba.
Con tal contestación, como es
lógico, el rey va a amonestarlo con un castigo que él creía severo, el
destierro por un año (vv. 30-31). La forma dialogada sigue haciendo el relato
muy dinámico.
La respuesta final del Cid va
más allá de lo que el rey y cualquier vasallo pueda imaginarse. Es la mayor
altanería y chulería a la que se puede llegar, y a la que se ha llegado en la
literatura española. El Cid queda definitivamente por encima del rey: “Que me
place, que me place de buen grado” (le da igual, y le viene hasta bien), “por
ser la primera cosa que mandas en tu reinado” (al recién ascendido rey le ha
tocado dar la ingrata orden de echar a su mejor caballero) y para ser más y
demostrar más orgullo, añade: “tú me destierras por uno, yo me destierro por
cuatro”. Prefiere estar no uno, sino cuatro años lejos del rey, y sin tener que
servirlo en ese tiempo.
Como consta en los hechos
históricos, al Cid le fue muy bien sirviendo a reyes moros en Zaragoza, y fue
abriéndose camino a la conquista de Valencia.
En las almenas de
Toro…
En las almenas de Toro, – allí estaba una doncella,
vestida de paños negros, – reluciente como estrella;
pasara el rey don Alonso, – namorado se había de ella,
dice: –Si es hija de rey – que se casaría con ella,
y si es hija de duque – serviría por manceba. 5
Allí hablara el buen Cid, – estas palabras dijera:
–Vuestra hermana es, señor, – vuestra hermana es aquella.
–Si mi hermana es, dijo el rey, – ¡fuego malo encienda en
ella!
Llámenme mis ballesteros, – tírenle sendas saetas,
y aquel que la errare – que le corten la cabeza. 10
Allí hablara el buen Cid, – de esta suerte respondiera:
–Mas aquel que la tirare, – pase por la misma pena.
–Idos de mis tiendas, Cid, – no quiero que estéis en
ellas.
–Pláceme, –respondió el Cid–, – que son viejas, y no nuevas;
irme he yo para las mías – que son de brocado y seda, 15
que no las gané holgando, – ni bebiendo en la taberna,
ganélas en las batallas – con mi lanza y mi bandera.
Este
romance, como el de
Crianza de Fernán
González, no tiene tanto sentido histórico como literario. No importa qué
sucedió en Toro, ni si Alfonso tenía amores con una hermana suya, ni si esa
hermana era Elvira (como pensaba Lope de Vega), o se trataba de Urraca (que ya
andaba presa de amores con el Cid
).
Lo que sí hay que señalar es un rey, un señor, omnipotente, se ha encadenado a
un amor imposible por lo incestuoso, al ser su propia hermana.
Esta
enorme consanguinidad, aparte de ser inmoral e insalubre para el amor, acarrea
problemas sociales: primero, la deshonra que significaría; y segundo, que al no
ser “hija de rey” ni “de duque”, sino su hermana, no le sirve para nada
económicamente. No hay quien le dé la dote, por ejemplo.
Por eso,
ante la anagnórisis, el rey proyecta en ella su furia y manda matarla, único
remedio para paliar el mal de amor, borrarla del mundo.
Tampoco
haría falta que fuera el Cid quien estuviese con el rey aconsejándolo. De
hecho, como prueban los romances anteriores, sería difícil que se los viera
juntos. Pero aquí el “envoltorio en papel histórico” del poema entusiasma al
receptor, lo hace más interesante.
A partir
del verso 10 se retoma la tradición romancesca cidiana. El Cid se opone a que
la maten, o mejor dicho, ordena que maten al ballestero que la acierte (v. 12).
Y aquí viene un probable doble sentido: ¿no será también una competencia en
amores entre rey y vasallo? El símbolo del “ballestero” y las “saetas” ya están
estudiados con este sentido en famosos romances como el del Prisionero. En el caso de que el Cid
pretenda en amores a la hermana del rey, es natural que un hermano se muestre
reticente en “cederla” en amores a otro hombre, y mucho menos si no es alguien
grato. Por lo menos así dictaba la costumbre “machista” tradicional española.
En la
respuesta del rey entra de nuevo la tradición de los romances del Cid. La
situación es la misma que en el de la Jura
de Santa Gadea (vv. 13-14): el rey lo echa, lo destierra (v. 13) y el Cid
acepta complacido (v. 14), porque prefiere estar a su aire que bajo el mando
del rey. De nuevo la “chulería”. Pero aquí hay un ingrediente nuevo de mucho
significado social, que ilustra vivamente el tema del conflicto entre la
nobleza hereditaria y la nobleza por méritos.
El romance de la Jura terminaba con la altanería “yo me
destierro por cuatro”, y éste termina, mediante la misma fórmula de “Pláceme…”,
con el regreso a sus tiendas, que deja claro que son mejores. Y son mejores
porque son “nuevas, no viejas” (v. 14), son de “brocado y seda” (v. 15), y
sobre todo, y aquí aparece el ensalzamiento de esta nueva nobleza (=lo
castellano) que ha ascendido gracias a sus méritos, “que no las gané holgando /
ni bebiendo en la taberna, / ganélas en las batallas / con mi lanza y mi
bandera.” El contraste suscita que el rey sí se ha ganado sus tiendas
“holgando”, y queda claro lo que no hace el rey es ganar como él las cosas. El
Cid ha llegado a ser quien es “con su lanza y su bandera”, con sus propios
medios, y trabajando para sí mismo.
- CONCLUSIONES
Como se ha venido diciendo, citando a López
Estrada, en el CMC y en todos los poemas vistos, “[…] hay una tensión de
conflicto social que se manifiesta por la preferencia del poeta hacia los que
deben su lugar en las filas de la nobleza más a su condición personal que a la
herencia de sus títulos”. Es el tema fundamental de todo este trabajo. La
prevalencia, o más bien, la preferencia del público literario por la nobleza
por méritos frente a la hereditaria, es una constante en los romances e incluso
en el CMC. Este contraste y
consiguiente conflicto implica la presencia de la rebeldía, y en esto, en el
motivo de la rebeldía, la obra literaria alcanza todos los niveles sociales y
temporales. Que se represente una contestación altiva de un infanzón frente a
su rey puede extrapolarse a una posible contestación de cualquier asalariado, por
ejemplo, a su superior; en términos más generales y conocidos: en estos poemas
se incita ya a la rebeldía frente al poder, o por lo menos, a encararlo
con dignidad.
Sin embargo, si nos llegasen, hoy en día,
vientos de revolución, lo primero que haríamos muchos sería no fiarnos, y
analizar cuidadosamente de dónde vienen las agitaciones y quién se beneficia
con ellas. En efecto, lo que ha sucedido casi siempre es que, cuando medios de
comunicación o creaciones artísticas condenan una persona o un sector social
poderoso, es porque alguien sale muy bien parado de la caída de su enemigo, y
el ascenso o la caída de alguien siempre está en manos del pueblo. Moldear la
mentalidad del pueblo con las necesarias artimañas para conseguir tales
propósitos es condición esencial. Un ejemplo actual es cualquier ascenso y
caída de un empresario, o el auge de los nacionalismos en España, dirigidos e
incitados por el poder.
Hay, en cambio, y retomando la literatura,
casos en los que la rebeldía no es dirigida. El que hemos analizado con los
romances
es uno de ellos. Si el conflicto entre ambos tipos de nobleza era un rasgo del
CMC,
compartido con muchos romances, lo que no comparten con nada los romances es la
completa insumisión al rey: “por besar mano de rey no me tengo por honrado”.
Ese tipo de ideas no podían beneficiar a nadie del poder en tal época (la
burguesía era demasiado incipiente para atacar así a la nobleza). Por tanto, es
forzoso que estas ideas provengan de la pronunciación de lo más amplio y básico
del pueblo, lo más
popular.
Esa cita tan emblemática de los romances,
“por besar mano de rey…” tiene también una importante realimentación en el
público popular, y es la siguiente: la inmensa mayoría del pueblo llano jamás
ha visto, ni de lejos, al rey. Eso ya implica, por una parte, que ‘rey’ tenga
un valor simbólico, el de ‘superior en jerarquía social’, y sea, por tanto, una
especie de enseñanza popular para no ser sumiso, igual que otros poemas,
como el CMC, enseñan a no ser rebelde.
Por otro lado, hay otra interpretación más.
En otro romance ya visto se decía: “En Castilla no había rey, ni menos
emperador”. Parece que esa frase encierra cierto sentido específico, parece que
“se estaba bien así”, como si no se desease una entidad superior, el rey, “ni
mucho menos” algo superior a éste, un emperador. Por supuesto, lo que es
mayormente indeseable es que se imponga un rey de fuera, como sería un Alfonso
leonés cualquiera. Castilla, además, tenía una naturaleza única porque es
lo
nuevo (como las tiendas del Cid,
En las almenas de Toro, frente a
las viejas de su rey), y además, tiene una naturaleza de “conglomerado de
pueblos” que se unen para lanzarse a la conquista
y a
creçer en ondra:
«Además, don Rodrigo había tenido combatiendo junto
a sí a caballeros de diversas partes de España: el asturiano Muño Gustioz,
Galindo García, de Aragón; Martín Muñoz, de la villa portuguesa de Montemayor.
Cuando comenzó el asedio de Valencia, el Cid mandó echar pregones por Aragón y
Navarra con el fin de que se le juntasen gentes para cercar la ciudad (v.
1187).»
Por ello, la protogenaria Castilla no tenía
aún una etiqueta con una monarquía hereditaria, una nobleza vieja, y una
tradición larga. Por eso “no tenía rey, ni menos emperador”. Así, el
“cabecilla” (alcalde, conde, o simplemente, “Cid”, ‘señor’) tiene que ser
alguien que conduzca al pueblo a la conquista, audaz, buen general o “buen
señor”, como Fernán González. Importan más sus aptitudes que su sangre
.
Sigue López Estrada: “El historiador C.
Sánchez Albornoz señaló que esto [nobleza por esfuerzo frente a nobleza
heredada] es un tono propio de la tradición castellana, que va desde los
pueblos íberos hasta el Poema, a través del refuerzo germánico:
«Se basó la organización social, más que en
la diferencia de nacimiento, en la diversificación de la eficacia frente al
señor y frente al pueblo y, por ende, en la gradación del ímpetu (1956, 395)».
En cierto modo esta inclinación hacia el
héroe activo […] será la causa de que Rodrigo se desmesure y alcance límites de
jactancia que le hagan perder la necesaria ponderación heroica […]”, y a
continuación L. Estrada se refiere a los ya referidos pasajes de mayor rebeldía
de Mocedades de Rodrigo y de los romances.
Así queda coherentemente asociada la
rebeldía con Castilla, y con su producción literaria medieval. Y considerando a
Castilla esencia de todo lo hispánico, el motivo de la rebeldía subyace, desde
la Edad Media, en la literatura española popular.
Como apunte personal, dejo para otro posible
texto, ya no literario, la siguiente idea: si una región se engendra y se une
por un propósito común, como hizo Castilla, con gentes de todas partes de
España, y de este modo se logró la unidad nacional, lo que es necesario hoy en
día para recuperarla es esa motivación, ese propósito común.
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http://revistadefilologiaespañola.revistas.csic.es.
Notas
MITRE, EMILIO. Introducción a la
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2004. Pp. 183-185.