Artículo publicado en Poémame Revista abierta de poesía:
https://revista.poemame.com/2019/07/27/la-poesia-de-juan-carlos-camarero-pensamientos-deseos-y-promesas/
El libro de Juan Carlos Camarero,
Pensamientos, deseos y promesas (2019), es el fruto de un largo proceso
del autor como lector y como escritor. Según expone en el prólogo redactado por
él mismo, en su vida de corriente ciudadano -padre, trabajador y jubilado-
consigue detenerse a escribir en los momentos en que se siente movido a ello.
Pese a que alega escribir para sí mismo o para su círculo de amigos, ha
decidido dar el salto para ser leído por desconocidos por medio de la
publicación de su obra, este recopilatorio de poemas, en la editorial Edición
Personal/Ópera Prima (Madrid).
En este paso del Juan Carlos
Camarero-técnico de estadística al Juan Carlos Camarero-autor literario hay
indudablemente algo de valor: lo principal es esa investidura, ese cambio o
evolución de uno cuando consolida un logro en el que ha estado trabajando;
pero, además, no se trata de uno de los muchos entusiastas jóvenes que se dan a
conocer al mundo como poetas sin haber tenido tiempo de leer, ni de escribir ni
de vivir, sino de un hombre en su madurez con una larga experiencia a sus
espaldas. Aunque, como se dirá más adelante, sus poemas puedan considerarse
demasiado sencillos, no hay que perder de vista este referente: siempre se
dilucida la persona real tras la voz poética, la cual legitima lo que dice
líricamente.
El título es bastante acertado en
cuanto a la temática: pensamientos, deseos y promesas. Abundan, más bien, las
reflexiones, los recuerdos, los momentos inmortalizados en la lírica que se
abstrae a la sucesión temporal, pero la expresión tripartita del título remite,
junto con la tónica general de todo el libro, a un poeta principalmente:
Antonio Machado, poniendo como ejemplo Soledades. Galerías. Otros poemas,
si bien el autor prefiere imitar el verso corto de su modelo. No tiene reparo
en ocultar esta fuente; de hecho, en el poema Sevilla, dice: “La del
patio sevillano / que tanto amó don Antonio, / ¿por qué no traes tu sol / a mi
pobre corazón?”
En esta línea predominan los
poemas de índole puramente machadiana, enmarcados en los ya consolidados
tópicos del maestro de la generación del 98: el otoño (Otoño 94, 95 y 96;
Canción a un otoño que no llegó, etc.); el recuerdo y la nostalgia (Recuerdos,
Nostalgia); la tarde y el crepúsculo (Unidos, Saudades, Recuerdos…),
el camino y la acción de caminar (Caminar, Caminante, Camino…), los sueños
(Sueños, Sueño…) y la metapoesía (Poeta, Cantor, Canciones, Copla…),
entre otros. No hay nada original, realmente, en nuestro autor, pero continuar
la obra de un maestro de la literatura española no implica que esta nueva
producción poética no tenga suficiente calidad. Hay que subirse a hombros de
gigantes: siempre va a tener algo de bueno un poema que respire tradición; las
raíces más profundas hacen la obra más alta.
Esta será la tesis que
sostendremos para legitimar la calidad de Camarero. Nuestro poeta segoviano ha
leído hasta el punto de hacer suyos a los mejores poetas españoles, haciendo de
ellos el armazón sobre el que construir su obra, o donde arraigarse para
crecer. Como decía Salinas: “En historia natural se denomina hábitat,
habitación, la zona donde se cría adecuadamente una cierta especie vegetal o
animal. En historia espiritual la tradición es la habitación natural del
poeta” (Jorge Manrique o tradición y originalidad, cap. IV). Así, nótese
cómo Camarero brota de Machado incluso en el léxico:
“Muchas veces he querido / […] / quemar mi vida, el destino, / […] / caminando tan tranquilo”. Caminar, J. C. Camarero.
“Caminé hacia la tarde de verano / para quemar, tras el azul del monte…” Crepúsculo, A. Machado.
“[…] escucha el rumor del viento / […] / deja que caiga la tarde / […] / desde allí verás el mar […]”. Caminante, J. C. Camarero.
“Y me detuve un momento, / en la tarde, a meditar… / ¿Qué es esa gota en el viento / que grita al mar: soy el mar?” XIII, Soledades, A. Machado
La recurrencia al léxico
machadiano es constante, manteniendo así un imaginario común y el mismo código
de símbolos y metáforas. No es casual que tanto uno como otro utilicen la tarde
y otros elementos de la naturaleza como símbolo como medio de expresión de sus
percepciones y sentimientos, ya que este fenómeno natural remite al hecho
cronológico de la última etapa de la vida, la madurez. Igual sucede con el verano
y el otoño (la mañana y la primavera siempre han
simbolizado la juventud en la lírica tradicional). Esto sucede, por tanto,
porque ambos poetas escriben en su madurez, con plena consciencia de ella y con
la inexorable lejanía de la juventud, con lo que consecuentemente aparece la nostalgia,
los recuerdos, los caminos (lo vivido como proceso diacrónico, lo
recorrido, lo aún por recorrer…) y los sueños (lo deseado, no vivido, o
bien lo vivido idealizado). Recuérdese el famoso poema de Machado: “Yo voy
soñando caminos / de la tarde […]”.
La naturaleza siempre aparece
como reflejo del estado anímico del poeta, a veces en sintonía, otras veces en
contraste. La naturaleza en Machado era la de los Campos de Castilla:
austera, sosegada, humilde, la de una España vieja y reducida a sí misma tras
el desastre del 98, hundida en sus propias raíces, cuyo paisaje humilde parece
remitir a los vestigios de lo que fue. Así se ve uno mismo en su madurez: tras
la larga carrera de la vida se contempla lo esencial, lo que siempre queda,
como los atardeceres y como el mar. La emoción está, porque no hay lírica sin
emoción, pero está abrazada al sosiego de espíritu, representado por los
paisajes amplios y apacibles: “como el viento susurrante / que va camino del
mar” (Cantor); “como el agua rumorosa / que va camino del mar” (ídem),
“con las olas susurrantes” (Sentir en la playa), “cuando el manto de la
noche / se adorna con mil estrellas” (La playa), etc.
Guarda relación con este sosiego
la presencia del tilo (La Fuente de los Tilos, Otoño 94). Los árboles
son poderosos símbolos del inconsciente colectivo, presentes en la mitología y
el arte de todas las culturas, representando cada especie un concepto. Como se
sabe, este árbol, el tilo, es conocido por la infusión tranquilizante que se
obtiene de sus flores. Sin embargo, hay algo más: es de los últimos en
florecer, ya que lo hace prácticamente en julio (verano, ‘madurez’), en
contraposición con el avellano o el almendro, que son los primeros (primavera,
‘juventud’). El tilo simboliza el ‘amor en la madurez’ y, como el símbolo en
literatura nunca es monosémico, a ello se le suma el ‘sosiego, tranquilidad’.
Que además el poeta mencione la fuente junto a este árbol refuerza aún
más el componente amoroso, ya que la fuente, en lírica tradicional, al calmar
la sed y refrescar, siempre ha simbolizado la ‘satisfacción amorosa’: “En la
fuente del rosel / lavan la niña y el doncel…”, “Fontefrida, Fontefrida, /
Fontefrida y con amor…”, etc.
La identificación con la
naturaleza a la manera machadiana -de emoción, de nostalgia y de calma- aparece
a veces en forma de dialogismo con elementos de aquella. El poeta, en el pacto
de ficción que sostiene toda obra literaria, y reconociéndose en el paisaje
como espejo de su alma, le habla atribuyéndole la posible animación de su
propia alma, utilizando el recurso de la metagoge. Es curioso que los dos
poetas utilicen el vocativo “viejo amigo”, Machado para la Sierra de Guadarrama
(“¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo […]?”, en Campos de Castilla) y
Camarero para el otoño (“Tú no cambias, viejo amigo, / siempre igual, tus
hojas, / tus bosques, tu río, tu mar.”, Otoño 94).
Pueden encontrarse en los poemas
otros rastros de la tradición no directamente machadianos, por ejemplo:
- La identificación del poeta-cantor con su instrumento musical, en una sinécdoque, presente en la Oda ad florem Gnidi de Garcilaso de la Vega: “Si de mi baja lira…” o en Bécquer, la Rima VII, “Del salón en el ángulo oscuro […] veíase el arpa”. Camarero repite este tópico en Canción nocturna (“Suena mi lira en la noche…”) y en Necesito (“Ya no sé si enterrar mi guitarra”).
- La embarcación como símbolo de ‘esperanza en las pasiones amorosas’, las cuales se representan con el mar, por lo que, para navegarlo, necesitamos un vehículo, una barca. A veces una o más barcas que se divisan son esperanzas amorosas; otras veces, la barca representa la confianza en uno mismo para navegar por las pasiones (“Navega, velero mío, sin temor…”, Canción del Pirata, Espronceda). El referente claro y directo de Camarero en su poema Mi barquilla es Lope de Vega, con su célebre romancillo Pobre barquilla mía. Ambos comparten el estado de impotencia de la “barquilla” para navegar.
- En Vida hay dos versos que combinan la escritura con el mar, señalando la imposibilidad de la tinta de marcar las vastas aguas: “porque mi pluma no sabe / abrir surcos en la mar”. Esto recuerda al poeta de cancionero Juan Rodríguez de Padrón, que ya decía en el siglo XV: “Bien amar, leal servir / […] / es sembrar en las arenas / o en las ondas escrevir”.
- En Ven aparece el tópico de la lírica amorosa del apremio o la no tardanza del amado o la amada, muy presente en la Edad Media: “Ven pronto, amor, ven pronto”. En la poesía de cancionero, Juan del Encina dice así: “No te tardes, que me muero, carcelero…”, y Jorge Manrique, esto otro: “No tardes, Muerte, que muero” (con connotaciones eróticas). La lírica de tipo popular, anónima y todavía anterior, siempre apremiaba al encuentro amoroso: “Al alba venid, buen amigo…”. Cuanto más pronto, mejor. Y en el caso de los enamorados en la madurez, con más motivo.
Otras veces Camarero retoma algún
rasgo o vocablo de gran reminiscencia literaria en la lírica popular para
alterar su significado, pero dejando entrever que se ampara en la tradición. Es
el caso del uso de la palabra “amigo” o “amiga”. Desde los albores de la Edad
Media el amigo era el amado, ya desde las jarchas (habib), con
connotaciones amorosas y también eróticas. Sin embargo, los significados que
Camarero atribuye a esta palabra oscilan entre ‘amada’ y ‘colega’: “Tendrás
siempre mi cariño, / seré tu amigo leal” (Te esperaré), “Querida amiga,
/ cierra con fuerza tu mano, / cuando sientas la mía” (Amistad), “[…]
teniendo siempre a tu lado / un amigo de verdad” (Mírame), y todo el
poema Amiga. Siempre que el yo lírico se está dirigiendo a una mujer, el
término “amistad” y la denominación de amigo o amiga conlleva matices amorosos.
En relación con esto, en la
lírica amorosa suele darse la llamada lírica del vocativo, la que se
construye en torno al pronombre tú y todos los de segunda persona. Los
mayores exponentes de esta lírica, por su intensidad y su belleza, son
Garcilaso de la Vega y Pedro Salinas. En contraposición, la lírica también se
define como la expresión del yo, de los sentimientos y emociones, partiendo de
la primera persona. Camarero se maneja con soltura en ambos polos: cabe la
intensidad y el lirismo del yo lírico, y a la vez volcándose en el receptor, en
poemas como Recordar: “Te he buscado por los sitios / donde yo te conocí”,
que coincide temáticamente con El amor difícil de Luis García Montero (“Si
pudiera encontrarte…”), o en el poema Sentir (“Entre los arcos sonoros /
te he sentido”), donde el amor corporal que parte del recuerdo vivido apunta a La
voz a ti debida de Pedro Salinas.
Sin embargo, el sujeto lírico, la
voz que se filtra a través de la máscara del poeta, no es un ser insatisfecho.
Recordemos lo dicho de emoción y sosiego en los versos de Machado. Los poemas
amorosos de Camarero no claman a la desesperada (excepto Ven), sino que
asumen la pérdida y meramente se dedican a pedir una tenue atención, invitando,
quizá, pero no exhortando. Por eso se refiere a la amada como amiga,
nada más, atenuando la aspiración amorosa y, quizá así, haciéndola más
auténtica. Estos versos cargados de lirismo ilustran esta noble asunción de
pérdida (Recuerdos):
No quiero que mi canto
llegue a tus oídos
como un llanto,
no es mi estilo.
Prefiero hundir mi corazón
en el olvido
antes que llorar como la
tarde,
en estos versos que te
escribo.
A pesar de todo lo expuesto, podría
decirse que los poemas de Camarero no son lo bastante complejos ni profundos.
En cierto modo, así es. No ofrecen un desafío al lector, no se exige de él un
gran esfuerzo de comprensión o de construcción de ideas, como pretende la
poesía del silencio o de otras tendencias de los siglos XX o XXI. No hay
metáforas difíciles ni el acostumbrado hermetismo de los poetas modernos, que
en su discurso autológico sólo se comprenden a sí mismos. Pero un considerable
sector de los lectores y de la crítica prefiere una poesía más impenetrable y
más cargada de recursos, que ofrezca un reto al ingenio.
Sin embargo, no hay que dejarse
engañar por la poesía aparentemente tan sencilla como la de nuestro autor
segoviano. Los temas que elige albergan suficiente riqueza, ya que algunos son
eternos, como el amor. La forma otorga al contenido la adecuada disposición
para que fluyan y suenen los versos en la mente del lector a través de una
lectura íntima y silenciosa, que es precisamente lo que pretendía Machado (de
acuerdo con Vicente Granados, profesor de la UNED). Camarero no abusa de la
rima; deja numerosos versos sueltos. Cuando rima, lo hace sin regularidad,
combinando asonante y consonante, lo que acerca la lengua poética a la lengua
oral. Esta tendencia es muy común actualmente, a veces de manera intencionada y
otras veces por desidia de los poetas, que prefieren no esforzarse en encajar
las rimas (igual sucede con la métrica).
Así que nuestro autor se centra
en el ritmo y la musicalidad, bastante asequibles al utilizar el verso corto.
Como decía Juan Victorio (UNED), en poemas polimétricos, los versos cortos
sirven para concentrar y los versos largos para explayarse. La poesía de
Camarero pretende ser lo más concisa e intensa posible, siguiendo quizá la
estela de Bécquer; por eso los poemas nunca son largos y los versos suelen ser
heptasílabos u octosílabos.
La musicalidad la logra, a
menudo, con constantes repeticiones: anáforas, paralelismos, estribillos,
recurrencias léxicas… Consigue varios objetivos simultáneamente al hacer uso de
distintas formas de repetición, que son: la musicalidad, la repetición de
secuencias rítmicas utilizando las mismas palabras; la insistencia en los
conceptos que se repiten, que quedan enfatizados al aparecer recurrentemente; y
la referencia a la tradición, donde la lírica popular de las cantigas de amigo,
de los villancicos y la poesía de cancionero repetían constantemente (también
con función enfática y musical).
Las preguntas retóricas también
son un recurso muy sencillo que dinamiza enormemente el discurso, puesto que
acoge en sí casi todas las funciones del lenguaje: expresiva, conativa, fática
y poética. En poesía, a veces se afirma lo que se pregunta, otras veces se
hacen preguntas sin respuesta: “¿Por qué lloras, mi barquilla, / teniendo al
lado la mar?”
Estos recursos, junto a la
claridad y a la sencillez, no estorban o incluso ayudan a la intensidad y
fuerza ilocutiva de esta poesía. No hay nada desdeñable en poemas que se
entienden a la primera como Vencidos de León Felipe, el ya citado
Bécquer, el Neruda amoroso de sus inicios o de Los versos del capitán, o
en el Miguel Hernández de El rayo que no cesa. Cuando Camarero dice “siento
tu piel en mi piel, / en el corazón, mis penas”, queda todo dicho, con
octosílabos, con repeticiones, elipsis, antítesis y el aroma de la tradición.
Nada que reprochar, si lo que buscamos es compartir las emociones de una
persona normal, madura, que vive y siente.
Y es que, como decía Dámaso
Alonso en Poesía española, “Las obras literarias han sido escritas para
un ser tierno, inocentísimo y profundamente interesante: el lector”.
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