sábado, 18 de febrero de 2017

Lope de Vega (I): el furor poético

Transcripción de la sección “Clásicos por dentro” de “Donde la poesía nos lleve”, de Acrópolis Radio, emitido el 18/02/2017.

Buenas tardes, buenos días para nuestros oyentes de América, y demás participantes de este programa, José Manuel Gutiérrez, Érika Padrón y Luis Martín París. Hoy vamos a tratar en Clásicos por dentro a otro de los grandes poetas del Siglo de Oro, nada menos que a Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios. Como pueden ver, estamos configurando un panorama general de la poesía del Barroco, para lo cual vamos a repasar algunos conceptos. 
1) El sentimiento de crisis que caracteriza al hombre barroco, en contraste con el optimismo anterior del Renacimiento, del Humanismo, antropocentrismo, ahora se manifiesta en temas como la fugacidad, la muerte, el tiempo, la vanidad, la inestabilidad… El Barroco es el desengaño.
2) La poesía diverge en el juego artificioso y en la elaboración retórica más extraordinaria, por un lado, y por otro en la emulación de géneros atemporales sencillos, para todos, los populares: romances, canciones, letrillas, etc. En todo caso, ambos convergen en el objetivo de provocar la admiración.
3) Y lo más curioso: la poesía se concibe como la reina de las artes y de las ciencias, sólo por debajo de la teología. Se entendía así porque se creía que el trasfondo de la creación poética era la capacidad innata, luego el arte de la poesía debía ser un arte casi divino. Se consideraba superior la poesía a la historia porque, además de esta “divinidad”, la poesía contaba las cosas no como son, sino como deberían ser, alcanzando un valor universal.
Podemos decir algo al respecto en nuestra época actual. ¿No les parece que, en esta época de crisis en que vivimos, de vacío existencial, de revelación como todo falso, todo consumible, tiene esta idea algo de sentido? Las cosas no como son, sino como deberían ser. Hace poco oí una conferencia de Ángel Gabilondo, profesor de filosofía de la Autónoma, donde mencionaba la frase más antipolítica que había oído nunca, que vio en algún lugar de Iberoamérica: “Queremos promesas, no hechos”.
Algo así debía ser la poesía del Barroco, un vehículo de ideas enfrentadas con la realidad decepcionante. Si no podemos confiar en políticos, ni en el mismo ser humano, al menos nos queda el Arte, lo que hay de divino en nosotros. Tuvo en el Barroco mucha vigencia la idea del furor poético, que ya existía de antaño.
Todo esto tiene relación con Lope. Con esta larga introducción, mejor dejar su biografía para otro momento. Habrá más programas de Lope. Por ahora os contaré que para la crítica no es un poeta tan importante, ya que fue mayor dramaturgo. Me parece algo injusta esa consideración porque, si bien sus comedias fueron un fenómeno de masas, y le hicieron famosísimo, fue también prolífico en poesía. La cantidad de 80 y tantas comedias que escribió es asombrosa, pero se le atribuyen más de 3000 sonetos. Se dice pronto. A ver quién de nosotros escribe ahora 3000 sonetos. Y estamos mencionando sólo esta forma estrófica, porque a saber cuántas obras tiene en otras formas.
Pero tratando el tema de por qué no se resalta tanto la obra poética de Lope, la razón es porque no innovó hasta el punto de crear una nueva corriente poética, como el conceptismo y el culteranismo, de Quevedo y de Góngora. Lope quería que se le entendiese. Aunque admiraba tanto a Quevedo como a Góngora (a éste último comenzó elogiándolo, hasta que Góngora le despreció y se convirtieron en enemigos), nunca cultivó sus estilos, no enrevesó el lenguaje hasta ese punto. Se acercó un poco a Góngora, pero a su manera. Su poesía pretendía ser elevada pero comprensible, de buen gusto, adornada con referencias mitológicas, figuras retóricas de todo tipo (paralelismos, quiasmos…) pero, repito, siempre queriendo llegar al lector, quería que se le entendiese.
De su monstruosa obra, que toca todos los géneros y modalidades poéticas (églogas, epístolas en verso, sonetos, canciones, seguidillas, villancicos, romances, etc.) vamos a ver hoy algunos sonetos. ¿De qué tratan? Dice Ignacio Arellano Ayuso:

Integra su experiencia vital en su poesía de modo particularmente intenso. Transmuta sus amores, sus gozos y sus melancolías en materia lírica, y escribe versos como otros respiran: pero hay que precisar con toda nitidez que el resultado no es biografía, sino verdadera poesía.

Es decir, el poeta que vive, y de esa manera escribe, como él mismo dice. Hace de su vida poesía. No puedo evitar leer, a este respecto, el primer soneto seleccionado para este programa, punto de encuentro entre su vida, su poesía y los valores del barroco:

Quiero escribir, y el llanto no me deja;
pruebo a llorar, y no descanso tanto;
vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto:
todo me impide el bien, todo me aqueja. 

Si el llanto dura, el alma se me queja;
si el escribir, mis ojos; y si en tanto
por muerte o por consuelo, me levanto,
de entrambos la esperanza se me aleja. 

Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra
el centro deste pecho que me enciende
le di (si en tanto bien pudieres verte) 

que haga de mis lágrimas la letra,
pues ya que no lo siente, bien entiende:
que cuanto escribo y lloro, todo es muerte.
  


Dámaso Alonso distingue cuatro Lopes: el Lope humano, el manierista-petrarquista, el imitador de Góngora y el poeta filósofo. En cualquier caso, todos los sonetos tienen algo de filosófico, o más bien reflexivo. El soneto es puro pensamiento. Si quisiéramos destacar solamente tres formas estróficas del Siglo de Oro, de todas las que hay, las que han dado mejores frutos serían el soneto, el romance y la lira. El soneto es pura reflexión; el romance rechaza la reflexión y sirve para la acción, para relatar (es narrativo); y la lira sería algo híbrido, porque admite reflexión y acción.
Me extiendo con esto porque es muy importante adaptar la forma al contenido. Dijimos que Góngora era un maestro de la forma, porque alteró el lenguaje para decir lo mismo que decían otros, consiguiendo destacar. Lope no cambia el lenguaje, quiere que se le entienda, pero es un maestro en dominar las formas ya existentes, las diferentes estrofas. En su Arte nuevo de hacer comedias de 1609 establece una normativa para usar una estrofa concreta para cada enunciado. Dice así:

Acomode los versos con prudencia
a los sujetos de que va tratando:
las décimas son buenas para quejas;
el soneto está bien en los que aguardan;
las relaciones piden los romances,
aunque en octavas lucen por extremo;
son los tercetos para cosas graves,
y para las de amor, las redondillas;
[…]
Vv. 305-312.


Las relaciones, que dice que son para los romances, son acción, diálogo. Por eso va a ser la forma estrella para el teatro. El soneto es “para los que aguardan”, es decir, preocupaciones, pensamientos, reflexiones. No siempre, sin embargo, tienen que ser solemnes, porque una reflexión también puede ser burlesca, como el famoso soneto a Violante:


Un soneto me manda hacer Violante, 
que en mi vida me he visto en tanto aprieto; 
catorce versos dicen que es soneto:  
burla burlando van los tres delante. 

Yo pensé que no hallara consonante 
y estoy a la mitad de otro cuarteto; 
mas si me veo en el primer terceto 
no hay cosa en los cuartetos que me espante. 

Por el primer terceto voy entrando 
y parece que entré con pie derecho, 
pues fin con este verso le voy dando. 

Ya estoy en el segundo, y aún sospecho 
que voy los trece versos acabando; 
contad si son catorce, y está hecho.

No deja de ser archiconocido este poema, que todos hemos visto en la escuela. Lo que no sabemos es que pertenece a una comedia muy desconocida, La niña de plata, de 1617, y que fue imitación de otro soneto de Diego Hurtado de Mendoza: “Pedís, Reina, un soneto, yo le hago”. Vamos a ver ahora uno de mis favoritos, por su carga emocional, contenido autobiográfico y perfección estructural.


Suelta mi manso, mayoral extraño,
pues otro tienes de tu igual decoro,
deja la prenda que en el alma adoro,
perdida por tu bien y por mi daño.

Ponle su esquila de labrado estaño,
y no le engañen tus collares de oro,
toma en albricias este blanco toro,
que a las primeras hierbas cumple un año.

Si pides señas, tiene el vellocino
pardo, encrespado, y los ojuelos tiene
como durmiendo en regalado sueño.

Si piensas que no soy su dueño, Alcino,
suelta, y verásle si a mi choza viene,
que aun tienen sal las manos de su dueño.

Saltan a la vista los campos semánticos del lenguaje pastoril. Ya desde los comienzos del Renacimiento se difundió la novela pastoril provenzal, que en un entorno idealizado y bucólico describía amoríos entre gente aparentemente rústica, pastores. Es idóneo para camuflar situaciones reales. Así, Lope, durante su primer gran amor con Elena Osorio (Filis en sus poemas), se vio desolado cuando el padre de ella promovió la relación de su hija con un poderoso noble, a lo que ella accedió por conveniencia. Elena, por cierto, estaba separada de su marido y ya estaba teniendo relaciones con Lope. El poeta va a reclamar a ese pretendiente que le devuelva su chica, su manso, en lenguaje alusivo y metafórico, y con esto nos metemos en el análisis.

Un manso es una cabeza de ganado, una res, de la especie que sea, en este caso una oveja, que se deja tocar. Un mayoral es un jefe de pastores. Así, ante esta diferencia de jerarquía, los imperativos “suelta”, “deja”, no son órdenes, sino súplicas. Alude a que la situación es injusta, porque este mayoral (o pretendiente poderoso) ya tiene cortejada a otra mujer, también noble (“pues otro tienes de tu igual decoro”). Recurre al sentimiento herido por la pérdida: “la prenda que en el alma adoro, (aquí hay un hipérbaton) / perdida por tu bien y por mi daño”. El adjetivo “extraño”, de “mayoral extraño” indica que no está en el sitio que le corresponde.
“Ponle su esquila” indica, entonces, que la ponga en el lugar que le corresponde a ella, a la clase social del poeta, con ese “estaño”, en oposición a los collares de oro del mayoral. El poeta le ofrece en albricias, en intercambio, un toro blanco que tiene mucho más valor, de esa condición “noble” y adecuada para él.
Los condicionales de los tercetos, “si pides señas”, “si piensas”, se parecen a las preguntas retóricas, porque no demandan respuesta. Viene a decir “te voy a dar señas, por si acaso”.
Hay aquí otro contraste muy curioso y muy interesante. El manso tiene el vellocino (la lana) de color pardo, en oposición al toro blanco que el poeta ofrece. El blanco es un símbolo de la pureza, por tanto, el pardo se refiere a algo que no tiene pureza. Recordemos que Elena Osorio estaba separada de su marido y teniendo amores con Lope. Lo que está diciendo el poema es “toma una mujer de tu condición, noble y casta, y devuélveme mi pendón”. Por eso concluye en el último terceto con “suéltalo y verás cómo vuelve a mí, a la sal de mis manos”. A los corderos, las vacas, les encanta la sal, es su golosina. Aquí es una metáfora de gracia, de alegría, e incluso, para algunos críticos, el placer sexual.

Bueno, para aligerar la carga de este análisis vamos a escuchar otro de sus poemas famosos y sencillos, el soneto 126, que van a reconocer enseguida.


Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

“Desmayarse, atreverse, estar furioso”, enumeración de verbos, perífrasis y sintagmas en infinitivo para describir las reacciones psicológicas del amante, a base de opuestos.
Es quizá el soneto más representativo de lo que fue la vida amorosa de Lope, cuyas relaciones fueron innumerables. Tenemos constancia de 5 o 6 matrimonios y 15 hijos, entre legítimos e ilegítimos, aunque murieron casi todos. Lo que prueba esto es que se entregaba al completo, no burlaba como un don Juan, porque se casaba y engendraba hijos. Eso sí, no dejaba de enamorarse, y en cuanto terminaba o flaqueaba una relación, ya estaba metido en otra.

Las conclusiones, por tanto, del programa, en relación con nuestro leitmotiv de actualidad en los clásicos, serían las siguientes:

-Utilizar nuestras vivencias para hacer poesía. No biografía, no hace falta que se sepa que somos nosotros, sino expresar algo universal, que en eso radica la verdadera poesía. Una poesía perdura y se convierte en patrimonio cultural de todos cuando la sentimos nuestra, cuando nos vestimos con ella. Por eso a quien nos birle nuestra pareja podemos decirle “Suelta mi manso”, gracias a Lope, que nos ha puesto a nuestra disposición ese genial poema que nos sirve para entender mejor el mundo y actuar en él.

-Adaptar la forma al contenido. Hemos visto que existen muchas formas estróficas y cada una es adecuada para una función. Esto sigue vigente: por eso se escriben todavía romances y sonetos.


Y nada más. El próximo día seguiremos con Lope, pero con su obra más dramática y popular, para atender un poco más a sus canciones, romances y otras formas de arte menor.

Muchas gracias a todos y un saludo.

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