sábado, 11 de febrero de 2017

Góngora: maestro de la forma

Transcripción de “Clásicos por dentro” del programa "Donde la poesía nos lleve", de Acrópolis Radio, emitido el 11/02/2017.
Audio en: https://soundcloud.com/eduardo-madrid-427448541/clasicos-por-dentro-gongora


Buenas tardes, queridos oyentes, y demás participantes de este programa, José Manuel Gutiérrez, Érika Padrón y Luis Martín París. Hoy vamos a tratar en esta sección, Clásicos por dentro, al inestimable rival de Quevedo, don Luis de Góngora. Trataremos muy por encima su biografía para centrarnos en su obra. Nació en Córdoba en 1561 y murió en 1627. Es conocido como poeta, pero también fue dramaturgo. Como creador del culteranismo o gongorismo, movimiento estilístico poético innovador, sufrió ya en su época severas críticas, entre ellas las del gran Lope de Vega. Al igual que Quevedo, su familia no estaba mal situada, lo que favoreció su educación: su padre era juez y su madre dama de la nobleza. Estudió en Salamanca y fue canónigo en la catedral de Córdoba. Era ya un reconocido poeta, por entonces de versos satíricos. Su fama le llevó a la corte, a Valladolid, nombrado capellán real, donde tuvo el primer choque con Quevedo (recordemos que Quevedo era una figura política importante), al que acusó de copiar (no sé si plagiar) su poesía satírica. Supongo que Góngora se sintió confiado al ser 19 años mayor que él (vería a Quevedo como un niñato), pero no sé si se arrepentiría por la subsiguiente paliza poética que recibió. Así fue que, a pesar de dar a conocer sus más resonantes obras, el Polifemo y las Soledades, y de ganarse una legión de seguidores por su inaugurada corriente estilística, original y renovadora, del culteranismo, Quevedo averiguó sus debilidades y se ensañó con él: era de origen judío, gran bebedor de vino, adicto a los naipes, por lo que perdía todo su dinero jugando, era muy jovial, hablador, amante de los lujos y también muy adicto a los espectáculos de toros, otro de los puntos que aprovechó Quevedo para llamarle, con doble sentido, “cornudo”.
Como pueden ver, nada tiene que ver esta imagen de su biografía con el famoso retrato de Velázquez, tan distinguido y solemne, con su alta frente. Era un fiestero, un jugador, una máquina de componer versos, y, por supuesto, un maestro en el arte de disfrutar con las mujeres, y nos remitimos a la prueba de esta maestría: nunca se casó.
Vayamos a su obra, su significado. Su innovación causa una ruptura que inaugura un nuevo lenguaje de virtualidad insuperable. Recordemos que tres siglos después de su muerte se conmemora su obra y estilo en la llamada Edad de Plata de la literatura española, encarnada en los poetas de la generación del 27, auténticos genios de la poesía del siglo XX.
¿Qué es el culteranismo, entonces? ¿Qué significa Góngora? Góngora es la máxima belleza en el artificio del lenguaje, para lo cual atenúa, de alguna manera, el contenido del poema para dar énfasis a la forma. Decían los formalistas rusos, concretamente Shklovski, que “la literatura es únicamente forma, y la forma abarca al contenido”. Parece que Góngora tuvo una sospecha de esta idea, tres siglos antes, al darse cuenta de que ese adorno del lenguaje, tan medido y meticuloso, adornaba el contenido en sí mismo del poema. Había descubierto una nueva forma de transmisión de ideas y emociones inaudita, novedosa, que a algunos encolerizaba y a otros entusiasmaba. En palabras de Juan Victorio, el profesor que tuvimos Martín París y yo, con quien seguimos teniendo gran amistad, “esa forma de expresarse fue un precedente para la pintura no figurativa: ver la realidad a base de colorido y construcción, más que de "mensaje". Se podría decir que la suya es una poesía cubista, gracias a la cual distinguirse, dar a su obra una "personalidad", apartarse del conjunto de poetas. Sus temas, por lo tanto, no impactan: son más o menos "manidos", basados en muchos casos en personajes alegóricos, virgilianos, "clásicos" (como en el soneto al sepulcro del Greco). Era una poesía no para el "pueblo", sino para mostrar a sus rivales una forma más elevada (y de ahí los ataques que sufrió por parte de ellos)”. El público no retendría sus poemas de esta etapa culterana, los Poemas mayores, a partir de 1613.
En cuanto a su poesía "popular", los Poemas menores, su primera etapa, un poco de lo mismo: se aprovechó de ella para lograr más audiencia, tocando los temas que corrían de "pluma en pluma", más que de "boca en boca". Solían ser décimas, romances y letrillas, que bajo estas formas populares (la letrilla es la evolución del villancico medieval), parodiaba personajes mitológicos, por ejemplo, o tópicos literarios, o simplemente seguía mejorando el virtuosismo inagotable de las formas populares.
Y al igual que Quevedo, como tendencia ajena a él y más bien como exhibición de competencias, escribiría poemas de tradición petrarquista.
Góngora buscaba ante todo ser conocido y ganarse la vida con su inagotable talento de componer versos, al modo tradicional o en su nueva lengua, en la que nadie pudo igualarle. No fue ningún ideólogo, no aportó nada nuevo o sorprendente en la forma de pensar en su época, porque lo suyo era la forma, no lo que se dice, sino cómo decirlo.
Vayamos echando un vistazo a algunos de sus poemas más famosos. Primero los de su etapa popular.


Ándeme yo caliente y ríase la gente. Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno, y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente, y ríase la gente. Coma en dorada vajilla el príncipe mil cuidados, cómo píldoras dorados; que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente. Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del Rey que rabió me cuente, y ríase la gente. Busque muy en hora buena el mercader nuevos soles; yo conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena sobre el chopo de la fuente, y ríase la gente. Pase a media noche el mar, y arda en amorosa llama Leandro por ver a su Dama; que yo más quiero pasar del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente, y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel, que de Píramo y su amada hace tálamo una espada, do se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel, y la espada sea mi diente, y ríase la gente.
Excelente recitado del maestro de la voz, y de las palabras, que es Martín París. El poema es una apología del hedonismo: retoma el tópico horaciano del Beatus ille, “dichoso aquél…”, para descenderlo a lo mundano, con palabras como morcilla, aguardiente, y tratar de todo lo que se puede comer y beber como preferibles a metas más elevadas. Introduce metáforas, como ese “golfo de mi lagar” para la roja corriente, que es su garganta tragando vino, y referencias cultas, como Filomena, para referirse al ruiseñor, Píramo y Tisbe, y Hero y Leandro. Todo ello en verso corto y rima consonante, con una musicalidad incomparable. Esto es a lo que Juan Victorio se refiere con poesía que iba “de pluma en pluma”, porque quienes la escriben son cultos, pero en formas de éxito garantizado que eran las populares. (A mí siempre me extrañó el primer verso y el estribillo, “ándeme yo caliente y ríase la gente”, porque “caliente” hoy en día significa ‘enfadado’, o ‘excitado sexualmente’, pero entiendo que en el Barroco significaba simplemente a ‘vivo’, o ‘sano’, porque la medicina de entonces asociaba el cuerpo frío con la muerte, o la cercanía de ésta. “Y ríase la gente”, hay que entender que se rían de mí, que da igual que se rían de él.)
Ahora vamos a ver uno que sí entendía todo el mundo, cien por cien popular.


La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
dejadme llorar 
orillas del mar.  

Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
dejadme llorar 
orillas del mar. 

En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
dejadme llorar
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar,
Que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,
Dejadme llorar 
Orillas del mar. 

Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dejadme llorar 
orillas del mar.

Es un romancillo, rima asonante en los pares pero con hexasílabos en lugar de octasílabos, más ligero y musical, con más ritmo. En este género es lo más bello e imperecedero que ha compuesto Góngora, y si creen ustedes que es sencillo comparado con el lenguaje culterano que tanta fama le dio, se equivocan: este romancillo es una obra maestra de arquitectura. El tema está claro, el lamento de una mujer por la ausencia de su amado, que es un clásico de siempre, y también la versatilidad de la apelación a su madre, que viene de las primeras manifestaciones literarias españolas, las cantigas de amigo gallegoportuguesas y las jarchas mozárabes. Ahora bien, cómo está de logrado. Qué bien retoma la escena, el léxico, las imágenes. Creo que el mejor recurso del poema es la sinécdoque de sus ojos, la parte por el todo, los ojos de su amado son su amado, y, por supuesto, el símbolo del mar. En un próximo programa hablaremos del símbolo en la poesía popular, que es quizá el recurso estilístico más complejo. El mar, adelantando algo, alude a la pasión amorosa, el sentimiento por el que ha pasado la chica y por el que ya pasó su madre (por eso se lo cuenta a ella). Y una cosa más: todos los libros son cortos de miras y hablan de que el prometido o amado de la chica se va a una guerra de verdad. No tiene por qué. De hecho, se dice a veces que un hombre o mujer que quiere “rollo”, lo que quiere es que le den “caña”, o “guerra”. Que su amado se haya ido a la guerra no es otra cosa que se ha ido con otra chica, que la ha dejado.
Siguiendo más o menos un orden cronológico, vamos a ir viendo sus sonetos. El soneto A Córdoba, muy temprano, de 1585, es magnífico, muy bien construido, y aún está libre de cultismos y latinismos léxicos y sintácticos del gongorismo. Todos los que hemos visto la bella ciudad de Córdoba sabemos que aun así estos versos laudatorios se quedan cortos.

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas ruinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,

nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

No cabe duda de que ya en su juventud prometía mucho Góngora. Creo que lo más conmovedor está en la idea que se asevera en los tercetos: la memoria de Córdoba es su memoria, el sufrimiento de los siglos, esas ruinas y despojos, están en él.
El siguiente soneto también es de su etapa temprana (1582), pero obedeciendo a la imperante materia obligatoria en todo poeta que quisiera distinguirse, que era la tradición petrarquista. Siempre se compara con el más famoso de Garcilaso de la Vega, “En tanto que de rosa y azucena”. Escuchemos la voz de José Manuel Gutiérrez en la recitación de Mientras por competir con tu cabello.

Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente al lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.


Nótese la ostentación de recursos para lograr la perfección del enunciado. Se repite en la primera mitad el adverbio mientras, que nos está anunciando algo respecto al tiempo, mientrasmientras…, con esos forzosos hipérbatos, el desorden de la frase para dar énfasis a alguno de sus elementos. Si Garcilaso usaba la rosa y la azucena para aludir a la pasión amorosa y la pureza, aquí Góngora recurre al lirio y el clavel, blanco y rojo. La descripción implícita está perfectamente estudiada: cabello, frente, labios, cuello, y no baja más, porque entonces caería en lo obsceno. Y lo que viene a decir, al ver los tercetos, es “goza” “antes” de que se acabe la juventud, el momento propio para los amores. Tópico del carpe diem.
Ya terminando, otro de sus grandes poemas de esta época, La dulce boca que a gustar convida, de 1584. En este caso recurre a una visión negativa del encuentro amoroso, una advertencia del peligro. Como veremos, tanta advertencia lo que hace es atraernos más a ese peligro, a pesar de que el amor sea un veneno.


La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

amantes, no toquéis, si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas
se le cayeron del purpúreo seno;

manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que pronto huyen del que incitan hora
y sólo del Amor queda el veneno.

Como siempre, Góngora ostenta el control de la disposición de la frase mediante el hipérbaton, “que a Júpiter ministra”, “entre perlas destilado”, “amor está”. Ese humor, la saliva, destilado entre las perlas, los dientes, en la gráfica disposición de los labios entreabiertos -porque dice un labio y otro, no labios, en plural, lo que nos hace separarlos-, es lo más irresistible que pueda haber. Es equiparable al licor que Ganímedes servía a Júpiter. Ya vemos las referencias cultas. La Aurora, otra divinidad, está confundiendo al amante con el tono rojizo o rosado que emana de la invitación al amor: “no os engañen las rosas que a la Aurora… se le cayeron del purpúreo seno”. Tántalo era el condenado a morir de hambre y de sed, no pudiendo alcanzar frutas colgando sobre él y bajando el nivel del agua a sus pies cuando intentaba beber. Es decir, la insatisfacción.

No vamos a leer las obras plenamente culteranas, el Polifemo y las Soledades, por su extensión, y por lo inválido de leer un fragmento fuera de contexto. Baste con decir que son obras maestras y marcaron un nuevo estilo. Los cultismos gongorinos, tomados del latín y del italiano, se incorporaron en creaciones posteriores; esto en cuanto al léxico, porque no fue tanto así en la sintaxis, de muy difícil lectura.
Como mención al leitmotiv de esta sección, de qué nos pueden aportar estos poetas desde el punto de vista actual, volvemos a insistir en la búsqueda de la forma: la innovación en forma de decir algo abre paso entre el ruido de la multitud que dice todo igual. La ruptura de Góngora revitalizó la poesía vigente, como cobró un auge temporal en la generación del 27. A quienes escriban, o simplemente quieran obtener un mejor resultado del lenguaje, recuerden la potencialidad que tiene poder decir algo de distinta manera.
Nada más, me despido con un fragmento de Quevedo, para que vean la burla que hacía del culteranismo, Receta para hacer Soledades en un día:

Quien quisiere ser culto en sólo un día,
la jeri (aprenderá) gonza siguiente:
fulgores, arrogar, joven, presiente,
candor, construye, métrica armonía;
poco, mucho, si no, purpuracía,
neutralidad, conculca, erige, mente,
pulsa, ostenta, libar, adolescente,
señas traslada, pira, frustra, arpía;
[...]


Muchas gracias a todos, es un placer participar en este programa, y un saludo desde Madrid.

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