Apuntes tomados en la visita guiada del 30 de abril de 2024.
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Está todo tal cual estaba cuando vivía el pintor. Vamos a ver su obra, el contexto en el que vivía, objetos importantes para él y para su familia, sus gustos…
Joaquín Sorolla nació en 1863 y murió en 1923. Era de Valencia. Cuando iba camino de la escuela y del trabajo, ya iba asimilando los paisajes que luego pintaría.
Estamos en una sala que antes fue un almacén. Tiene las paredes rojas y el suelo de madera. Como veremos, en la casa hay dos zonas, una en la que trabajaba pintando y otra en la que vivía con su familia.
En esta primera sala, de paredes rojas, vemos en una pared tres cuadros: su mujer Clotilde, un autorretrato y otro cuadro de sus tres hijos. Su autorretrato es de 1909, cuando ya era reconocido como pintor. Había expuesto en EEUU. Le dedica ese cuadro a su mujer.
Valencia era pequeña por aquel entonces, una pequeña ciudad pesquera. Tenía, a finales del XIX, 87000 habitantes. Hubo que destruir parte de la muralla para que llegara el tren al centro de la ciudad. En esos tiempos se estaba sustituyendo el alumbrado público de gas por el de electricidad.
Hacia 1843 aparecen las primeras fotografías, que influyeron en la pintura. La “captación del instante” será esencial en el Impresionismo.
Hubo una epidemia terrible, el cólera. Sorolla pierde a sus padres. Se traslada del centro de Valencia, donde vivía, al barrio del puerto, donde vive con sus tíos. Ve los paisajes costeros: la Malvarrosa, el Cabañal… Ayudaba a su tío con la pesca, pero también se apuntó a clases de pintura. Ganó una beca para irse a Roma a aprender a pintar. Ahí aprende de los italianos. También fue a París.
Entre sus primeros cuadros, destaca Después del baño (1892). Parece casi una foto, de lo perfecto que es. Pero no será su estilo habitual. Preferirá aplicar mucho color con muchas pinceladas rápidas, a veces casi como haciendo un boceto: véase la niña de la derecha del cuadro de sus tres hijos.
Viene un verano a Madrid, visita El Prado y se inspira en Velázquez. En ese mismo cuadro de los tres hijos, el fondo oscuro es típico del Barroco, con rasgos en común con Las Meninas. La luz recae en los personajes, como en Las Meninas. Y también hay una persona al fondo, que pasa desapercibida, igual que en el cuadro de Velázquez.
Sin embargo, Sorolla será conocido como “el pintor de la luz”, de los blancos, de los azules. Véase el cuadro de Clotilde con su hija cuando acaba de nacer, las dos en la cama, de sábanas blancas, todo blanco.
Otro tipo de cuadros suyos son los que representan jardines y escenas en movimiento. Por ejemplo, este cuadro llamado Saltando a la comba, La Granja.
Representa el movimiento con las sombras y con la luz. Las caras no tienen detalle, están abocetadas. La cuerda está borrosa. Es como una foto.
A continuación, vemos uno de los cuadros más famosos, El baño del caballo. Un niño desnudo saca del agua a un caballo blanco al que acaba de bañar, para refrescarlo del calor. Los niños en la playa suelen aparecer desnudos y las niñas con un vestido. Ese cuadro está hecho en la playa del Cabañal. Es magistral el uso de los múltiples tonos de color, brillantes, para representar la piel mojada del niño y del caballo. Incluso aplica azules y verdes en las piernas y en las patas. También es curioso que emplee el color morado en la sombra del niño.
Le gustaba mucho la luz del atardecer y pintar en ese momento. Pero ese rato dura poco, por eso aprendió a pintar tan rápido. Decía Sorolla, además, que con esa rapidez captaba el movimiento.
La siguiente sala era su taller, con mucha luz, con tejado a dos aguas con paneles traslúcidos. Hay una cama turca, en la que a veces descansaba y también como elemento de decoración. Hay una gran foto del cuadro de Inocencio X de Velázquez, y una copia en escayola de la Victoria de Samotracia, entre muchos otros objetos (un cantoral del siglo XV, una colección de mariposas, de cerámicas…). Allí pintaba varios cuadros a la vez, que tenía empezados, pero Sorolla prefería pintar al natural, en el jardín, en la playa, llevándose su material (caballete, pinceles, paleta, óleos…). Hay que recordar que la pintura, durante muchos siglos, se hacía en un taller, donde había que moler los colores y mezclarlos con aglutinante. Pero, desde mediados del XIX, con la industrialización, ya existían tubos de estaño que contenían el óleo preparado, lo que permitió la pintura de exteriores, al ser portátiles (la llamada “boîte” del pintor, una maleta con todo lo que necesitaba).
Podemos observar escenas cotidianas de barcos de pesca tirados por bueyes para vararlos en la orilla. También son llamativos los niños pescadores. Hay que recordar que en esa época era muy normal que los niños trabajaran. Las niñas aparecen vestidas, a veces aunque estén en el agua.
En otra pared, destaca el gran cuadro de Clotilde y otra mujer elegantemente vestidas de blanco, en la playa. Ir a la costa era algo muy típico de la burguesía, tanto por ocio como por prescripción médica, para curarse de enfermedades pulmonares o por otros motivos de salud. Clotilde se sujeta el sombrero, lo que demuestra que hacía viento. Sorolla siempre intenta captar el movimiento. También se ve en las olas y en los reflejos de la arena brillante, recién mojada. Es muy llamativo el encuadre: parece no tener sentido que sobre arena en la parte baja del cuadro y esté cortado el sombrero por arriba. Era intencionado por el propio Sorolla, para crear la sensación de una fotografía mal encuadrada y así captar el instante. Esta práctica la utiliza en otros cuadros también.
Nótese la diferencia de colores, más fríos, en este otro cuadro de Clotilde vista de espaldas, no en Valencia, sino en Biarritz (Francia). También en el fuerte oleaje.
Sorolla era un maestro en captar los efectos de la luz en distintos momentos del día, pero su favorito era el atardecer, resaltando las tonalidades doradas, la intensidad del color y las sombras.
Pasamos a otra sala, un salón en el que a menudo recibía visitas, con el suelo de mármol, paredes blancas, un gran ventanal en forma de ábside semicircular, presidido por una talla de una Virgen del siglo XV. Destacan las columnas toscanas y los bustos de personas importantes para Sorolla, incluyendo el padre de Clotilde, que era un conocido fotógrafo. En un mueble hay un capitel hispanomusulmán del siglo X, ya que Sorolla era un gran aficionado a las antigüedades. Sin embargo, la sala cuenta con comodidades modernas como calefacción e iluminación eléctrica. Conocía al hijo del fundador de la joyería Tiffany’s, que le regaló las lámparas de techo.
Hay en esa sala varios cuadros de Clotilde. En uno de ellos, se la ve mirando de una forma muy natural, cotidiana, neutra, ni alegre ni enfadada. Es difícil captar ese estado. En otro, está ella elegantemente vestida para salir de noche, con un gran sombrero con plumas. Como se ve, lo más importante para Sorolla, aparte de la pintura, era su familia.
Los hijos estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza (donde estudiarían y se conocerían los poetas de la generación del 27, entre otras célebres personalidades) y, además, le enseñó a pintar a su hija María. Por su parte, Elena, la hija más pequeña, se interesó por la escultura. Hay en la sala una escultura suya de una mujer desnuda. Está hecha primero en escayola y luego cubierta de bronce.
En 1932, la casa se abrió al público, ya convertida en museo. Joaquín, el hijo mediano del pintor, fue el primer director. Antes de esta fecha, la casa ya estaba concurrida por frecuentes visitas y por aprendices.
Pasamos al comedor. Se ha mantenido prácticamente tal y como estaba. Cuenta con zócalos de mármol y con la parte alta de las paredes pintada por el propio Sorolla. En esas guirnaldas de decoración, aparecen motivos clásicos como las hojas de laurel, pero también productos valencianos (naranjas, sobre todo) y frutas que le gustaban. También hay cuadros de flores, bodegones… Una de las vasijas es un aguamanil, que servía para lavarse las manos antes de comer. Es interesante la presencia de tondos, obras pictóricas circulares, en este caso un bajorrelieve circular que está sobre los jarrones y los portavelas de plata.
Ya de nuevo en el exterior, volvemos a disfrutar del acogedor jardín, en torno a la fuente de la entrada, con su relajante rumor del chorro de agua. Sorolla pasó diez años diseñando ese jardín, que pudo disfrutar en los últimos diez años de su vida, de 1913 a 1923. Le inspiró el Real Alcázar de Sevilla y la Alhambra de Granada, con la presencia de agua, de vegetación, azulejos, baldosas, columnas, etc. Trajo él mismo naranjos del Mediterráneo y una planta que le fascinaba, el arrayán, también propio de la Alhambra y del Generalife.
Las baldosas del suelo se asemejan a las típicas de Levante. Al mismo tiempo, cumple con su vocación por las artes con la presencia de esculturas al estilo clásico.
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