viernes, 1 de mayo de 2020

Madrid en primavera: plantas y flores silvestres

Mañana se podrá salir y dejará de tener sentido el valor de esta colección de imágenes, acompañadas de algún texto, que pensaba publicar aquí desde hace varias semanas. No obstante, puede tener algún interés, al menos para formar parte de este diario de viaje, de viaje a ninguna parte.

No voy a dedicarme a repetir lo que ya han dicho todos, ni pretender recrear el ya conocido discurso sensitivo sobre el confinamiento y el valor de las cosas cuando no las tenemos. Lo que pretendo, como siempre más para mí que para saturar a otros de información, es recordar el valor de la visión de la belleza en cada uno de sus niveles. Igual de fascinante es mirar el cielo con un telescopio que mirar el suelo con un microscopio. Puede uno encontrar maravillas tanto viajando por el mundo como por nuestra Península ibérica, tanto por España como por los límites de Madrid, e incluso, como registro en este diario, por el breve camino a pie de casa al supermercado. Incluso dentro del perímetro de los edificios en los que vivo o desvivo.

Así, pese a haber visto tantas veces la grandeza de los paisajes de España, donde no hay nada más grandioso que el valle de Ordesa y sus alrededores, aunque haya muchas otros espectaculares escenarios que le sigan de cerca, uno puede encontrar consuelo y hasta paz de espíritu en casi cualquier lugar a cielo abierto donde haya flores.

Sí, las flores, la primavera, el bullir de la vida de cada año que alegra los corazones, que para los hombres y mujeres del pasado significaba un retorno de la vida y el recuerdo de aprovecharla, de aprovechar la oportunidad de estar vivos. ¿Cuántas canciones hay de primavera? ¿Cuántos poemas donde figuren los meses de abril y mayo, donde se inste a disfrutar no sólo del amor, sino hasta de los amores? Porque la vida es corta, porque no hay nada establecido ni marcado para tener que vivir a gusto de los demás, ni de la sociedad. "¡Haz lo que quieras!", dice el Áuryn de La historia interminable, y dice también la primavera con cada plantita que nace en cada rincón, por cada grieta de cemento, entre las baldosas de la acera. Brota, brota libremente, salvaje, porque lo salvaje crece solo, ¡y nada hay más grande que lo que crece solo! ¿Qué hace el hombre, sino obras únicas y perecederas, que no se mantienen por sí mismas? ¿Se regenera cada año algo de lo que hacemos? La primavera nos recuerda lo inútiles que somos. A mí me cuesta hacer que viva un geranio en una maceta, mientras que el campo se llena de flores ¡él solo! Un representante de la inutilidad de la civilización pasó una desbrozadora alrededor de mi casa, matando todas las flores y plantas que pude fotografiar antes de perderlas y antes de que las perdieran los pájaros y los insectos que estaban disfrutándolas.

Tuve que reconocer mi ignorancia al desconocer cómo se llama cada planta. Sabía lo que es un cardo, un diente de león, una margarita y una amapola, pero nada más. Aquí intento registrar lo que crece (¿sabíais que el color verde en lenguas de origen germánico significa eso, 'lo que crece', y por eso se parece "green" al verbo "grow"?) en un barrio cualquiera de Madrid, para reconocer la heroicidad de estas eternas supervivientes que luchan por la vida en cada rincón. Luchan para cumplir con su cometido, que es dar vida y dar belleza, y llenar nuestras almas, a través de nuestros ojos, de su esplendor y colorido.

Amapola (Papaver rhoeas L.)

Lo que siempre sorprende de esta flor es lo vistosa y atractiva que es, con ese rojo tan intenso como el de una rosa. Sin embargo, nos enseña que a menudo a la belleza hay que dejarla libre, sin poder capturarla. La amapola es una flor que no puede ser cortada porque se marchita al instante. Está hecha para que disfrutemos de ella allí donde crece, como parte inseparable del paisaje.



Colza (Brassica napus L.)

He dedicado mucho tiempo a mirar, con mis rústicos conocimientos, plantas que se parezcan a las de estas fotos sin llegar a estar seguro de su nombre. Finalmente, me he decantado por la colza:

Sin embargo, muy parecida es la rúcula o flor amarilla (Diplotaxis tenuifolia), aunque he visto que algunas, o quizá cuando son adultas, tienen los tallos y las hojas más bajas ásperas y pilosas:

También se parece mucho al nabo (Brassica rapa L.):






Lo que está claro es que pertenece a la familia de las Brassicaceae, de flores pequeñas de cuatro pétalos en cruz.

Malva (Malva sylvestris L.)

Esta planta es espléndida por lo vigorosa, porque no se limita a ser una mata de frágiles tallos en el suelo, sino que crece hasta llegarle a uno a la cintura o más. Es agradable ver colonizados de ella espacios junto a las aceras o las tapias. Hablando de tapias, viene a la cabeza la expresión popular de "estar criando malvas", como sinónimo de estar muerto. No es poca cosa, entonces, si muriésemos y tuviésemos la suerte de tener un campo en primavera por encima, crecieran estas plantas sobre nosotros.
Decía José Hierro en su poema El muerto:
[Me costó...]
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura,
[...]
Y es que esa fresca verdura lo es plenamente, porque la malva es comestible. Se comen sus flores, tiernas como fina lechuga, y se comen sus hojas pequeñas y jóvenes, que imagino que serán algo parecido a acelgas o espinacas (no las he probado aún).
Dicen que es importante que las hojas estén sanas, no enfermas ni picadas, y, si estamos en Madrid, que no sea un lugar donde orinen los perros.



Diente de león (Taraxacum officinale)

Hay muchas flores amarillas similares. Dan la impresión de ser pequeños soles por sus múltiples pétalos como rayos, de vivo amarillo. Es curiosa su metamorfosis en lo que de pequeños mal llamábamos "molinillos de viento", para dar esas numerosas semillas flotantes en el aire, que vuelan mágicamente.
No tengo foto propia porque las flores amarillas que he visto no son de esta especie.


La especie que se ve en esta foto de un amigo tal vez sea diente de león:

Lactuca serriola

Esta planta echa flores similares al diente de león, pero no tiene nada que ver.

También puede tratarse de Sonchus oleraceus:


Esto puede ser la misma planta antes de elevarse para la floración:


Si se preguntan por qué hago fotos a hierbajos así, la respuesta está muy clara: porque no sé lo que son.

Sonchus tenerrimus

Si no me equivoco, estas flores amarillas que también parecen pequeños soles radiantes son sonchus tenerrimus, a juzgar por la forma de las hojas, porque las flores son parecidas en muchas especies. Esas flores se abren por la mañana, se encaran al sol como si obteniendo su energía quisiesen emularlo y luego se cierran por la noche. Es muy curioso.
Aunque no sea seguro que se trate de la misma especie, un amigo ha sabido filmar mediante fotogramas dicha apertura de las flores:


Éstas son precisamente las que fotografié (y algunas corté para poner en una jarrita con agua en mi mesa del salón) antes de que desbrozaran.

Una ha querido brotar naturalmente en una de mis macetas:


Margarita (Chrysanthemun Leaucanthemum L. o Leucanthemum vulgare)

Hay unas 20000 especies de margaritas, así que no es fácil acertar cuáles serán las del parque junto a mi casa:


Lo que no son es lo que se conoce en primer término como margaritas, las más pequeñas y con pétalos muy pequeños y numerosos, que recuerdo que en polaco llamaban "stokrotki": https://es.wikipedia.org/wiki/Bellis_sylvestris

Bolsa de pastor (Capsella bursa-pastoris)

Es una planta normalmente muy pequeña, fácil de identificar por sus pequeños frutos en forma de corazón. Las hojas inferiores son comestibles.
En la foto, al ser tan delgadas, salen desenfocadas:


Viborera, buglosa o flor morada (Echium plantagineum)

Esta flor sólo aparece en zonas inclinadas, con bastante humedad y con el suelo frondoso de otras muchas plantas. Es como "selvática" a pequeña escala, según he observado.
Es bastante tóxica, pero tiene algún uso para afecciones de la piel.


Esto es todo por ahora. Puede que amplíe esta entrada con más información, correcciones o nuevas plantas.
Está claro que la cantidad es inmensa, incluso en los suelos de las ciudades como Madrid, y que ignoramos sus nombres y propiedades por completo.


Plantas que aún no he identificado:

1)

2)

3)

4) Las flores moradas:

5) Esos tallos con semillas recuerdo que le encantaban a los periquitos, que criaba mi hermano hace mucho tiempo:



2 comentarios:

  1. Un amigo cuyo nombre no puedo desvelar me ha enviado unas cuantas citas a colación del texto, que valdrían para redactar otro texto nuevo y mucho mejor:

    "Los congregados en Theleme empleaban su vida, no en atenerse a leyes, reglas o estatutos, sino en ejecutar su voluntad y libre albedrío. Levantábanse del lecho cuando les parecía bien, y bebían, comían, trabajaban y dormían cuando sentían deseo de hacerlo. Nadie les despertaba, ni les forzaba a beber, o comer, ni a nada. Así lo había dispuesto Gargantúa. La única regla de la Orden era ésta: ¡HAZ LO QUE QUIERAS! Y era razonable, porque las gentes libres, bien nacidas y bien educadas, cuando tratan con personas honradas, sienten por naturaleza el instinto y estímulo de huir del vicio y acogerse a la virtud. Y es a esto a lo que llaman honor. Pero cuando las mismas gentes se ven refrenadas y constreñidas, tienden a rebelarse y romper el yugo que las abruma. Pues todos nos inclinamos siempre a buscar lo prohibido y a codiciar lo que se nos niega" (Francois Rabelais, "Gargantúa y Pantagruel").

    Quizá el referente literario de la célebre obra maestra de Michael Ende sea el humanista francés del siglo XVI. Sobre el estudio minucioso de la Naturaleza, frente al juego verbal y la especulación abstracta, dictaba Aristóteles: "No se debe, por tanto, alimentar un disgusto infantil hacia el estudio de los seres vivos más humildes: en todas las realidades naturales hay algo de maravilloso. Se cuenta que Heráclito dijo a unos extranjeros que venían a visitarlo -y que vacilaban en entrar al verlo calentándose junto al hogar de la cocina- lo siguiente: "Pasad sin temor. También aquí hay dioses".

    Del mismo modo, conviene afrontar sin disgusto la investigación sobre cualquier tipo de animales, ya que en todos hay algo de natural y algo de bello. La ausencia de azar y la orientación a un fin están presentes en las obras de la naturaleza, y de manera extrema, y el fin en vista al cual éstas se han constituido o formado es una forma de la Belleza" (Sobre las partes de los animales, I, 5).

    En la misma línea, pero dos mil cuatrocientos años más tarde, el entrañable naturalista Gerald Durrell, escribía, "Hemos tratado de abrir algunas ventanas al hermoso mundo viviente, tan lleno de sorpresas, con la esperanza de estimular al lector a explorar más a fondo la magia de su entorno, acrecentando con ello su alegría de vivir. Uno de nuestros propósitos era mostrar que las maravillas de la naturaleza no se hallan confinadas en lugares exóticos, como las selvas tropicales, sino que, si se buscan, están al alcance de la mano. Para el naturalista un gorrión puede tener tanto interés como un ave del paraíso, el comportamiento de un ratón puede ser tan intrigante como el de un tigre y una humilde lagartija resultar tan fascinante como un cocodrilo" (Guía del naturalista, Prólogo).

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  2. Contrapunto a la visión rousseauniana de la naturaleza:

    "La ciencia occidental es un producto del espíritu apolíneo: espera ahuyentar y vencer a la noche arcaica por el procedimiento de nombrar y clasificar, con la fría luz del intelecto. El nombre y la persona forman parte de la búsqueda occidental de la forma. Occidente insiste en la identidad discreta de los objetos. Nombrar es conocer; conocer es controlar. La grandeza de Occidente proviene de esta certeza ilusoria. Las culturas orientales nunca se han enfrentado a la naturaleza de esta forma. Su norma es la obediencia, no la confrontación. (...) Decimos que la naturaleza es hermosa. Pero este juicio es estético. (...) Lo hermoso de la naturaleza se limita a la fina piel del globo sobre el que nos apiñamos. Basta con rascar esa piel para que aparezca la fealdad demónica de la naturaleza. (...) La sociedad es nuestra frágil barrera defensiva contra la naturaleza. Cuando el prestigio de una religión o de un Estado es bajo, los hombres son libres, pero enseguida descubren que no pueden soportar esa libertad y buscan nuevas formas de esclavizarse, ya sea mediante las drogas o la depresión. Siempre que se persigue o se logra la libertad sexual, no anda lejos el sadomasoquismo. El romanticismo siempre termina convirtiéndose en decadencia. La naturaleza es una verdadera tirana. Es el martillo y el yunque entre los que se aplasta nuestra individualidad. La libertad perfecta significaría morir víctima de los cuatro elementos. (...) Las hojas y las flores, los pájaros y las colinas constituyen un patrón mediante el cual trazamos el mapa de lo conocido. Lo que Occidente reprime en su visión de la naturaleza es lo telúrico, lo ctónico, que significa "de la tierra", pero de las entrañas de la tierra, no de la superficie. (...) Es la brutalidad deshumanizadora de la biología y de la geología, los despojos y las sangrientas matanzas darwinianas, la mugre y la podredumbre que hemos de apartar de nuestra conciencia para poder mantener nuestra integridad apolínea como personas. La ciencia y la estética occidentales sin intentos de modificar imaginativamente este horror para darle una forma aceptable. El sexo es el punto de contacto entre el hombre y la naturaleza, un punto en el cual la moral y las buenas intenciones quedan a merced de unos impulsos primarios. Esta intersección es la misteriosa encrucijada de Hécate, adonde por la noche vuelven todas las cosas. El erotismo es un reino poblado de fanstasmas. Es un dominio que se extiende allende los confines de la sociedad, un dominio maldito y encantado" (Camille Paglia, "Sexual Personae", pp. 23-25).

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