viernes, 21 de abril de 2017

Cervantes: breve reseña de su obra narrativa

Transcripción de la sección “Clásicos por dentro” de “Donde la poesía nos lleve”, de Acrópolis Radio, emitido el 21/04/2017, programa especial de Cervantes por el Día del Libro.


Buenas tardes, para nuestros oyentes en Europa y buenos días en América. Conmemoramos aquí en Acrópolis Radio el día del libro, que se celebra este domingo 23 de abril, con este programa especial sobre Miguel de Cervantes, que por cierto no murió el 23 sino el 22 de abril. Agradezco a José Manuel Gutiérrez y demás compañeros esta invitación para hablar de uno de mis escritores favoritos.
En primer lugar, no hay que exponer razones una vez más de por qué se considera a Cervantes el mejor escritor en lengua española y el Quijote la mejor novela jamás escrita. Mi consejo a los que discrepen es que se informen un poco de por qué el Quijote sigue siendo el libro más difundido en el mundo y traducido a más idiomas, después de la Biblia. 
El Quijote, que es la obra cervantina más conocida, es la primera novela moderna. ¿Qué quiere decir esto? Significa que se termina de gestar la narrativa realista en su forma definitiva. Si bien la narrativa realista ya había dado sus primeros frutos en la novela picaresca, donde también pionera y también española es el Lazarillo de Tormes, con el Quijote logra su máximo esplendor. 

¿Qué ruptura con lo anterior desencadenó Cervantes? Hasta el Quijote la literatura era monológica. El monólogo es una forma de discurso en la que no se diferencian las distintas voces participantes. La voz del narrador, de un príncipe y de un campesino aparecerán con un mismo estilo. Eso es porque el autor está centrado en sí mismo y no intenta realizar un acto de comunicación que signifique un encuentro real con la otredad. Esto caracteriza la literatura de la Edad Media. Según Mijaíl Bajtín, el rasgo más característico de la novela es la polifonía, donde se da la interacción de diferentes voces con registros y puntos de vista distintos. Es más complejo que esto, pero, en fin, hay mucha teoría de la literatura que abarcar con Cervantes. 

Por citar alguna cosa más: se da también la observación de E. M. Forster de “personajes planos” y “personajes redondos”: los personajes planos se mantienen invariables a lo largo del relato; es algo propio de los héroes. En cambio, los redondos evolucionan, cambian, como les sucede a don Quijote y a Sancho.
También hay en el Quijote y en otras obras de Cervantes el mayor juego de narradores que se había dado hasta la época: el narrador, hay que insistir en esto, no es el autor, no es Cervantes, sino que es otro personaje ficticio más que nos está hablando, y como ocurre en la obra cervantina, nos puede estar mintiendo. Al haber en el Quijote un sistema de narradores que se glosan y comentan unos a otros, el lector no sabe de quién fiarse: el narrador anónimo de los capítulos 1 a 8, el cronista árabe Cide Hamete Benengeli, el traductor morisco aljamiado y el narrador editor de la traducción. En ciertos momentos habrá disparidad entre lo que dice el narrador y lo que dicen o hacen los personajes. El narrador, por tanto, va a ser tanto homodiegético como heterodiegético, es decir, en primera persona, formando parte de la historia, y en tercera, ajeno a la historia o fábula, omnisciente o a veces equisciente: a veces lo sabe todo y a veces sabe lo mismo o menos que los personajes.
A esto hay que añadir la habilidad para insertar historias dentro de la historia, en forma de metanovela o metanarración, como el relato del Curioso impertinente o la de Marcela y Grisóstomo, e incluso una breve autobiografía en el relato del cautivo de Argel. Y no sólo eso, sino que el Quijote abarca todos los géneros y variantes de cada uno: hay poesía (nada mala, pese a la mala fortuna que tuvo Cervantes como poeta); hay narrativa, por supuesto, pero también prosa moral y didáctica; y hay teatro, que además es un teatro narrado, en el caso del Retablo del Maese Pedro, innovación artística sin precedentes.
Cervantes fue un antes y un después. Todo lo que tocó cambió para siempre: libros de caballerías, novela pastoril y novela bizantina. En el caso del Quijote, hay que decir que es falsa, totalmente, la concepción más difundida de que Cervantes quería acabar con el género de las novelas de caballerías. Esas novelas ya habían pasado de moda. Lo que hizo Cervantes fue aprovechar ese código, ese marco, para generar la fábula y el sistema de personajes que necesitaba. Y efectivamente, no volvió a haber novelas de caballerías. 
Con La Galatea, novela pastoril, que fue la primera novela que escribió, en 1585, ocurre lo mismo: ya no vuelve a haber novela pastoril, si bien en 1605 Lope de Vega escribió otra, La Arcadia, más desafortunada por el alarde pedantesco de erudición y citas, aunque las poesías eran buenas. Estas novelas tuvieron su esplendor en el Renacimiento y eran la adaptación a la prosa de lo que habían sido las distintas manifestaciones poéticas del género bucólico pastoril: devaneos amorosos entre supuestos pastores y pastoras en un ambiente de naturaleza idílica. En La Galatea de Cervantes la acción se sitúa no en un lugar fantástico, sino a orillas del Tajo, aunque el mencionado Valle de los Cipreses no exista. 
La otra gran novela de Cervantes es Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la última que escribió y que se publicó de manera póstuma en 1617. Es una novela bizantina, otro género que ya estaba en declive y que Cervantes lo remata. Una novela bizantina es una novela de aventuras cuyos protagonistas son amantes y que, tras una serie de dificultades y de viajes por lugares exóticos y lejanos, consiguen llegar a reunirse y vivir felices. Siempre dicen los críticos que, mientras que en el Quijote Cervantes plasmó su experiencia vital, en el Persiles plasma su experiencia literaria. Aquí entra el ingrediente de lo maravilloso (licántropos, monstruos marinos, etc.), pero sin entrar en conflicto con el realismo y el racionalismo de Cervantes: lo más inverosímil no aparece directamente en la acción narrativa, sino que lo cuentan los personajes, de manera que podemos sospechar que mienten. Otra vez que juega un papel fundamental el narrador, que nos engaña constantemente. Parece una novela a favor de la Contrarreforma del catolicismo, al tratar de la peregrinación de un grupo de personajes desde el norte de Europa hasta Roma, pasando por España, cuando la pareja de amantes protagonistas están fingiendo ser peregrinos para casarse en Roma, y además de manera civil, fuera de la iglesia y sin cura. No es fácil darse cuenta de esto porque entre los personajes hay peregrinos auténticos, hay exageradas apologías del catolicismo que confunden, y que hacen sospechar de cierta ironía o que eran recursos para pasar la censura, pero el caso es que Cervantes siempre es ambiguo. Por eso 400 años después seguimos sin descifrarlo.
Las Novelas ejemplares, publicadas en 1613, también merecen gran atención. Son doce narraciones cortas que responden, por su forma, a lo que entonces se entendía como novela, como los relatos del Decamerón o los del Patrañuelo de Juan de Timoneda. Pero en este género narrativo se solían repetir muchos temas y tópicos, hasta que llegó Cervantes. Él mismo tuvo que convencer de que eran por primera vez completamente originales: “mi ingenio las engendró”, decía en el prólogo. Todas ellas reflejan la realidad social de la España de entonces, tratando siempre bajos fondos o clases bajas, y las relaciones entre éstas y la nobleza. En La ilustre fregona, por ejemplo, dos jóvenes nobles mienten a sus familias diciendo que van a la guerra cuando en realidad se meten en los bajos fondos para divertirse, ocultando sus identidades, obviamente. Hay siempre una fuerte crítica social pero, más que eso, una crítica moral: se señalan formas de pensar, de comportamiento, de ver la realidad para ponernos a prueba, para que juzguemos nosotros. 
Otras obras que ya no voy a reseñar, para no aburrir, son sus famosas obras de teatro, Ocho comedias y ocho entremeses, que tuvieron mala fortuna al estar los corrales de comedias monopolizados por Lope, y el Viaje del Parnaso, obra narrativa en verso que refleja el concepto que tenía Cervantes de la buena poesía, o de la literatura en general.
Hay que estar atentos: si hay un consejo de cosecha propia que puedo dar para leer a Cervantes es saber disfrutar de la calidad estética y literaria pero sin que ésta nos eclipse la atención al trasfondo filosófico que hay detrás. Hay críticos que sostienen que Cervantes escribe para entretener y nada más, como Isabel Lozano-Renieblas, la presidente de la Asociación de Cervantistas, mientras que otros hermeneutas se esfuerzan en traducirnos lo que parece que quiso decir, que a menudo no dicen más que disparates, como que Cervantes era judío y hay que leer su obra en clave cabalística. A Cervantes hay que leerlo con sentido crítico y poniendo en duda casi todo, y así ha venido sobreviviendo siglo tras siglo, porque en lo más profundo lo que nos dice es intemporal e inagotable.
Miguel de Cervantes tiene algo más que le sitúa en un lugar preciado de la historia de la literatura, y es el hombre, la persona que hay detrás de sus obras. Su experiencia vital es algo le engrandece respecto a otros que tuvieron un camino más fácil: su huida a Italia en su juventud a causa de una orden de caza y captura contra él, por un duelo; su vida de soldado, su participación en la Batalla de Lepanto y otras expediciones militares, el cautiverio de cinco años en Argel, su lamentable experiencia de comisario de abastos que le hizo objeto de denuncias e incluso de prisión, su búsqueda constante de trabajo para sobrevivir y mantener a su familia, porque no le regalaron nada. Por eso digo que lo más admirable, y lo más necesario al escribir todo lo que escribió, es la persona que vivió realmente. No es de extrañar que con todas las inclemencias que pasó uno de los temas que más le importara fuera el de la libertad, porque lo contrario de la libertad no sólo es la esclavitud, sino la impotencia. Y con el famoso discurso de Don Quijote me despido. Muchas gracias a todos, saludos y feliz Día del Libro.
“—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”



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