MERLÍN: Creo yo, amigo Zoroastro,
que la justicia, en su sentido más profundo, parte del ego.
ZOROASTRO: ¿Cómo dices?
M.: Siempre que alguien se siente
víctima de una injusticia es porque se atenta contra su interés personal. Lo
que uno reclama es que se consideren sus intereses particulares, y que no se
favorezcan los de otros más que los suyos. ¿No lo ves?
Z.: Yerras, querido Merlín. Tal
cosa es aberrante. No es lo mismo un interés personal, movido por el egoísmo,
que la idea de Justicia, que ha sido objeto de reflexión por miles y miles de
filósofos desde tiempos ancestrales. Es algo mucho más complejo que un mero
interés egoísta.
M.: ¿Y qué es para ti, entonces?
Z.: Si tuviera tiempo para leer,
te contestaría mejor y con fundamento. Pero creo que la justicia es algo que va
mucho más allá que los meros intereses particulares. Tiene que ver con valores morales, lo que
está bien y lo que está mal, más allá de lo que quiera uno para sí.
M.: ¿Y cómo puedes discernir lo
que está bien de lo que está mal? ¿Qué está mal para quién? ¿No es eso de lo más subjetivo y un argumento de lo más
endeble?
Z.: El bien se define en una
colectividad, y de ahí parte la justicia. No de los intereses de uno, sino de
los de muchos, que se establecen como referentes para una
convivencia pacífica.
M.: Ah, amigo, lo que estás diciendo
es que la justicia depende de la cultura.
Z.: No, o en parte, sí, pero creo
que debe haber una justicia universal, para todos los seres humanos. Está claro
que hacer daño a otro está mal, mediante la agresión que sea, si atenta contra
la vida. Hay cosas que hacen daño en
todas las culturas y cosas que no hacen mal a nadie.
M.: Muy bien. Respecto a eso que
has dicho, te voy a poner un ejemplo: dibujar a Mahoma. ¿Por qué es delito?
Z.: Efectivamente, un simple
dibujo no debería ser delito. Ahí hay un problema de una cultura
fundamentalista. Tampoco lo debe ser quemar una bandera, que es un trozo de
tela con colores. A alguien puede sentarle mal o cabrearle, o cabrear a una
nutrida comunidad de personas, pero el problema lo tienen ellos por no saber
controlar sus emociones. Cuando me he enfadado contigo porque dices que eres
mejor que yo en algo, por ejemplo, te he tenido que dar la razón en que el
problema lo tengo yo.
M.: Vas aprendiendo. Una de tus
partes es la que toma control de ti.
Z.: Siempre lo traduces todo a
tus tres partes, tu querido trisquel. De eso tenemos que seguir hablando otro
día. Pero acabemos con esto de la justicia. Insisto en que tiene que existir
una justicia universal por encima de toda justicia pragmática, condicionada
socialmente, impuesta por las culturas.
M.: No iba muy desencaminado
enlazar con la consciencia. Esa justicia universal que dices tendría que ver
con el hecho que creemos exclusivamente humano de tener consciencia, hecho por
el cual aprendemos, y por tanto descubrimos qué es lo que está bien y qué es lo
que está mal. En un primer lugar estamos nosotros, pero lo que les ocurra a los
demás nos afecta por empatía. Lo que no queremos para nosotros, no se lo
deseamos a los demás, y cuando ocurren cosas beneficiosas para nuestra “tribu”,
nuestra comunidad en la que nos vemos protegidos e integrados, nosotros también
nos beneficiamos.
Z.: Creo que ya sé adónde quieres
ir: que tener consciencia no es exclusivamente humano.
M.: Eso es.
Z.: Ya hemos hablado de eso. Los
gatos tienes consciencia pero tienen empatía. Juegan con un ratón agonizando
sin importarles lo que sufre. Para ellos sólo es un juguete.
M.: Pensaba ahora en las orcas.
Juegan con una cría de foca lanzándola con la cola, con los dientes, de unas a
otras, mientras la madre llora desconsolada e intenta recuperarla. Son
realmente crueles. Pero no entienden ni les importa lo que es la crueldad, ya
que las focas no son de su especie.
Z.: Me estoy acordando de algo
que leí hace mucho sobre Fernando Savater y los espectáculos taurinos. El gran
filósofo sostiene que es absurdo defender los derechos de los toros porque
los animales no tienen derechos. Las leyes y la justicia han sido elaboradas
por seres humanos para seres humanos, en nuestra concepción del mundo, mientras
que los animales no entienden nuestras leyes.
M.: En cierto sentido tiene
razón. ¿Pero ves por qué siempre hay una visión sesgada de la verdad?
Z.: ¿Cómo? ¿Te refieres a la
verdad que entenderían los toros o las orcas?
M.: La que entenderían seres de
visiones radicalmente distintas de la verdad. Y la verdad tiene que ver con el
conocimiento. Te pondré otro ejemplo: vamos tú y yo a pedir un permiso al
ingeniero. Tú tienes un examen importantísimo de tu máster y yo me quiero ir a
Tailandia con mi pareja. Para lograr mi objetivo, le digo al ingeniero que eres
un ladrón.
Z.: Estarías mintiendo y haría
falta conocer la verdad, para que hubiera justicia.
M.: ¿Y cuál sería la verdad? ¿La
tuya o la mía?
Z.: La de la famosa frase de
Antonio Machado: “La Verdad, y ven conmigo a buscarla”. Tendríamos que ser
sinceros los dos, y el ingeniero escucharnos. Habría que evaluar qué es más
importante, que tú te vayas de vacaciones o yo hacer mi examen. Habría que ver
si puedes irte en otro momento, o yo hacer el examen en otra fecha.
M.: Por eso la verdad implica
conocimiento. La empatía también: el conocimiento de lo que sufre o necesita el
otro.
Z.: Estamos completamente de
acuerdo, por una vez. Habría que conocer la Verdad para tomar el camino
equilibrado. Tendría que haber un Salomón que supiese verlo y hacer algo así.
M.: Pero no es tan simple, amigo
mío. Imagínate que te privas de hacer algo que realmente quieres por estar “contaminado”
de empatía, de evitar como sea hacerme daño. No por no hacer daño al otro debes a hacer algo que no quieres. Si constantemente
te prohíbes hacer lo que más deseas porque vas a perjudicar a alguien, te
traicionas a ti mismo y finalmente te destruyes.
Z.: Ahí le has dado. No puedo
rebatir eso.
M.: ¿Qué es la Verdad, entonces?
Z.: Esa verdad con mayúscula es
la que necesitamos para que exista la justicia universal a la que me he
referido al principio.
M.: Sí, pero me acuerdo de una
cita de Ortega y Gasset. Y mira que yo no soy de recordar citas de libros, pero ésta me marcó: concebía la verdad como “prisma de la verdad de muchos”. Me parece que se puede
relacionar con la Teoría de la Relatividad de Einstein: no hay un punto inmóvil
desde el que se pueda medir objetivamente un movimiento. Por lo tanto, la
justicia universal no existe.
Z.: Me entristece oír eso.
M.: Sí, es una paradoja. Hacen
falta múltiples visiones para definir la Verdad, y así llegar a impartir una
justicia auténtica, pero precisamente por haber múltiples visiones no puede
haber justicia. Por eso tenemos la democracia.
Z.: Ya, Churchill. Esta chapuza
en la que vivimos es el mejor remedio de todos los posibles. Justicia, empatía,
verdad, conocimiento… Es más complejo de lo que pensaba.
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