sábado, 11 de marzo de 2017

Sobre la justicia. Diálogo entre Merlín y Zoroastro.



MERLÍN: Creo yo, amigo Zoroastro, que la justicia, en su sentido más profundo, parte del ego.

ZOROASTRO: ¿Cómo dices?

M.: Siempre que alguien se siente víctima de una injusticia es porque se atenta contra su interés personal. Lo que uno reclama es que se consideren sus intereses particulares, y que no se favorezcan los de otros más que los suyos. ¿No lo ves?

Z.: Yerras, querido Merlín. Tal cosa es aberrante. No es lo mismo un interés personal, movido por el egoísmo, que la idea de Justicia, que ha sido objeto de reflexión por miles y miles de filósofos desde tiempos ancestrales. Es algo mucho más complejo que un mero interés egoísta.

M.: ¿Y qué es para ti, entonces?

Z.: Si tuviera tiempo para leer, te contestaría mejor y con fundamento. Pero creo que la justicia es algo que va mucho más allá que los meros intereses particulares. Tiene que ver con valores morales, lo que está bien y lo que está mal, más allá de lo que quiera uno para sí.

M.: ¿Y cómo puedes discernir lo que está bien de lo que está mal? ¿Qué está mal para quién? ¿No es eso de lo más subjetivo y un argumento de lo más endeble?

Z.: El bien se define en una colectividad, y de ahí parte la justicia. No de los intereses de uno, sino de los de muchos, que se establecen como referentes para una convivencia pacífica.

M.: Ah, amigo, lo que estás diciendo es que la justicia depende de la cultura.

Z.: No, o en parte, sí, pero creo que debe haber una justicia universal, para todos los seres humanos. Está claro que hacer daño a otro está mal, mediante la agresión que sea, si atenta contra la vida. Hay cosas que hacen daño en todas las culturas y cosas que no hacen mal a nadie.

M.: Muy bien. Respecto a eso que has dicho, te voy a poner un ejemplo: dibujar a Mahoma. ¿Por qué es delito?

Z.: Efectivamente, un simple dibujo no debería ser delito. Ahí hay un problema de una cultura fundamentalista. Tampoco lo debe ser quemar una bandera, que es un trozo de tela con colores. A alguien puede sentarle mal o cabrearle, o cabrear a una nutrida comunidad de personas, pero el problema lo tienen ellos por no saber controlar sus emociones. Cuando me he enfadado contigo porque dices que eres mejor que yo en algo, por ejemplo, te he tenido que dar la razón en que el problema lo tengo yo.

M.: Vas aprendiendo. Una de tus partes es la que toma control de ti.

Z.: Siempre lo traduces todo a tus tres partes, tu querido trisquel. De eso tenemos que seguir hablando otro día. Pero acabemos con esto de la justicia. Insisto en que tiene que existir una justicia universal por encima de toda justicia pragmática, condicionada socialmente, impuesta por las culturas.

M.: No iba muy desencaminado enlazar con la consciencia. Esa justicia universal que dices tendría que ver con el hecho que creemos exclusivamente humano de tener consciencia, hecho por el cual aprendemos, y por tanto descubrimos qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. En un primer lugar estamos nosotros, pero lo que les ocurra a los demás nos afecta por empatía. Lo que no queremos para nosotros, no se lo deseamos a los demás, y cuando ocurren cosas beneficiosas para nuestra “tribu”, nuestra comunidad en la que nos vemos protegidos e integrados, nosotros también nos beneficiamos.

Z.: Creo que ya sé adónde quieres ir: que tener consciencia no es exclusivamente humano.

M.: Eso es.

Z.: Ya hemos hablado de eso. Los gatos tienes consciencia pero tienen empatía. Juegan con un ratón agonizando sin importarles lo que sufre. Para ellos sólo es un juguete.

M.: Pensaba ahora en las orcas. Juegan con una cría de foca lanzándola con la cola, con los dientes, de unas a otras, mientras la madre llora desconsolada e intenta recuperarla. Son realmente crueles. Pero no entienden ni les importa lo que es la crueldad, ya que las focas no son de su especie.

Z.: Me estoy acordando de algo que leí hace mucho sobre Fernando Savater y los espectáculos taurinos. El gran filósofo sostiene que es absurdo defender los derechos de los toros porque los animales no tienen derechos. Las leyes y la justicia han sido elaboradas por seres humanos para seres humanos, en nuestra concepción del mundo, mientras que los animales no entienden nuestras leyes.

M.: En cierto sentido tiene razón. ¿Pero ves por qué siempre hay una visión sesgada de la verdad?

Z.: ¿Cómo? ¿Te refieres a la verdad que entenderían los toros o las orcas?

M.: La que entenderían seres de visiones radicalmente distintas de la verdad. Y la verdad tiene que ver con el conocimiento. Te pondré otro ejemplo: vamos tú y yo a pedir un permiso al ingeniero. Tú tienes un examen importantísimo de tu máster y yo me quiero ir a Tailandia con mi pareja. Para lograr mi objetivo, le digo al ingeniero que eres un ladrón.

Z.: Estarías mintiendo y haría falta conocer la verdad, para que hubiera justicia.

M.: ¿Y cuál sería la verdad? ¿La tuya o la mía?

Z.: La de la famosa frase de Antonio Machado: “La Verdad, y ven conmigo a buscarla”. Tendríamos que ser sinceros los dos, y el ingeniero escucharnos. Habría que evaluar qué es más importante, que tú te vayas de vacaciones o yo hacer mi examen. Habría que ver si puedes irte en otro momento, o yo hacer el examen en otra fecha.

M.: Por eso la verdad implica conocimiento. La empatía también: el conocimiento de lo que sufre o necesita el otro.

Z.: Estamos completamente de acuerdo, por una vez. Habría que conocer la Verdad para tomar el camino equilibrado. Tendría que haber un Salomón que supiese verlo y hacer algo así.

M.: Pero no es tan simple, amigo mío. Imagínate que te privas de hacer algo que realmente quieres por estar “contaminado” de empatía, de evitar como sea hacerme daño. No por no hacer daño al otro debes a hacer algo que no quieres. Si constantemente te prohíbes hacer lo que más deseas porque vas a perjudicar a alguien, te traicionas a ti mismo y finalmente te destruyes.

Z.: Ahí le has dado. No puedo rebatir eso.

M.: ¿Qué es la Verdad, entonces?

Z.: Esa verdad con mayúscula es la que necesitamos para que exista la justicia universal a la que me he referido al principio.

M.: Sí, pero me acuerdo de una cita de Ortega y Gasset. Y mira que yo no soy de recordar citas de libros, pero ésta me marcó: concebía la verdad como “prisma de la verdad de muchos”. Me parece que se puede relacionar con la Teoría de la Relatividad de Einstein: no hay un punto inmóvil desde el que se pueda medir objetivamente un movimiento. Por lo tanto, la justicia universal no existe.

Z.: Me entristece oír eso.

M.: Sí, es una paradoja. Hacen falta múltiples visiones para definir la Verdad, y así llegar a impartir una justicia auténtica, pero precisamente por haber múltiples visiones no puede haber justicia. Por eso tenemos la democracia.

Z.: Ya, Churchill. Esta chapuza en la que vivimos es el mejor remedio de todos los posibles. Justicia, empatía, verdad, conocimiento… Es más complejo de lo que pensaba.




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