martes, 28 de marzo de 2017

El narrador en El Quijote


Transcribo aquí lo explicado en una sesión de mis prácticas del Máster de Formación de Profesorado, de Lengua castellana y Literatura, para alumnos de 1º de Bachillerato a Distancia. Me he servido, sobre todo, de las explicaciones de Jesús G. Maestro, muy simplificadas, pero también de algunos conceptos básicos de Teoría de la Literatura.
Podcast o lección en audio: https://soundcloud.com/eduardo-madrid-427448541/conceptos-de-ficcion-y-narrador-en-literatura-el-narrador-en-el-quijote 


***

Lo primero de todo es plantearse qué es una obra literaria: hay enfoques maximalistas que postulan que literatura es todo lo escrito, con lo que entraría la historia, el ensayo, el periodismo, etc.; o ceñirse a lo artístico, muy ambiguo: el planteamiento crociano, donde una obra literaria es radicalmente única e irrepetible. Otras definiciones se basan en la complejidad estructural y estilística, con lo que seguiríamos incluyendo el ensayo, pero en este aspecto habría multitud de textos de elaboración lingüística impecable sin que fueran textos literarios.

Para que un texto sea literario tiene que tener ficción. El caso de la lírica es algo distinto, que ya trataremos aparte.

La ficción es, según Aristóteles, la imitación de la naturaleza mediante palabras, la imitatio (lat.) o mímesis (gr.), que no es realidad. La obra de arte será siempre una reproducción o imitación, más o menos verosímil, de la naturaleza o realidad. Como se ha visto después, esta idea es sólo parcial, porque la ficción se basa en el concepto de operatoriedad. Todo lo que se crea en la ficción no tiene existencia operativa, no interviene materialmente en el mundo real. Un personaje ficticio no se pasea por la calle. Un dios en torno al cual se narran hechos ficticios, fabulosos, no ejecuta acciones materialmente (salvo para los creyentes y los primitivos). Estos personajes y hechos ficticios tienen tan sólo una existencia estructural, no operativa, según el Materialismo filosófico de Gustavo Bueno, que es la teoría más actual y convincente.

La literariedad se basa en la ficción, que es el componente ineludible de toda obra literaria. Si no hay ficción, no es literatura. El primero en señalar esta norma básica fue Aristóteles en su Poética (cap. IX, 1451b):

No corresponde al poeta decir lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o la necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa [...] la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y el otro, lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía dice más bien lo general y la historia, lo particular.

La obra literaria no es un fiel reflejo real o una narración de acontecimientos reales, lo cual sería Historia, o una crónica, sino la imitación de lo real como interpretación del hombre y del mundo basándose en la invención, a través de una elaboración estética. Ese mundo tiene que ser posible, pero paradójicamente en la ficción literaria se cumple inexcusablemente este otro postulado de Aristóteles (cap. XXIV):

Es preferible lo imposible verosímil a lo posible increíble (=poco probable).

En El Quijote hay numerosos casos de acción imposible, como que alguien se tome en serio a un loco y quiera pelearse con él, caso del vizcaíno, pero lo que sucede en la narración es verosímil: el vizcaíno, que es otro loco, reaccionaría de la manera que describe Cervantes.

Sin embargo, como ampliación de contenidos, no hay que ceñirse a la mímesis de Aristóteles para entender la ficción, porque esta teoría la entiende como “imitación de la naturaleza”, como si no interviniese en ella la acción humana. La literatura, que en Grecia aún no tenía nombre y se llamaba “el arte que imita con palabras”, no entendía entonces que en la realidad participa el ser humano con todo lo que crea, incluyendo la propia ficción, luego la ficción no es simplemente “imitación de la naturaleza”, sino que tiene en cuenta toda la realidad, la ontología, y el único criterio en que se basa la ficción es la operatoriedad: lo que ocurre en la ficción no tiene existencia operatoria en la realidad, sino sólo estructural (existe sólo dentro de una estructura: don Quijote sólo existe dentro de la novela). Para más información (opcional), véanse los enlaces sobre la ficción al final de este texto.

La ficción se relaciona con el realismo literario, que es la base de la novela, el género narrativo por excelencia.

¿Qué es un texto narrativo? La idea que subyace es la del relator de historias, siempre hay una historia contada por alguien, el narrador. La existencia del narrador es  una de las características fundamentales de lo narrativo: es el intermediario entre la historia o fábula y el público receptor, incluso si uno de los personajes se convierte en narrador. En ese caso el que organiza la historia sigue siendo el narrador. No hay que olvidar que tanto el narrador mismo como la historia pertenecen a la ficción.

La narratología distingue la historia (trama o fábula), es decir, los hechos que se nos relatan dispuestos en su sucesión cronológica y lógica) del discurso (narración o argumento), que es la presentación de esos mismos hechos en una obra concreta.

Cervantes va a ser un magnífico fingidor en el discurso, la presentación de los hechos, dando lugar a confusión o interpretación errónea de la fábula.

El narrador del Quijote no es lo que parece. Nada en el Barroco es lo que parece. Pero cumple con todo lo expuesto: es un personaje que cuenta una historia y formaliza un discurso, lo que Aristóteles llamaba fábula ("composición de los hechos", cap. VI). De ella depende también la forma que tenemos de entenderla, que está supeditada a la forma. La formalización de la fábula por el narrador hará que la entendamos de un modo u otro, nos va a influir inevitablemente.

El narrador, más o menos claramente, es un personaje, porque es una construcción ficticia dentro de la novela. En el caso del Quijote es algo muy complejo, ya que es barroco, y con esto va a ser determinante de todo lo demás.

El narrador ostenta una competencia cognoscitiva, de donde se desprende que es:

- Omnisciente: lo sabe todo, pero finge no saber.
- Heterodiegético: no forma parte de la historia que cuenta, aparentemente. Pero en ocasiones sí formará, como en los capítulos VIII y IX.

En una competencia semiológica, comunica a los lectores lo que sabe, y es deliberadamente complejo.

En su competencia transductora, transforma todo lo que transmite, por el mero hecho de comunicarlo, cosa inevitable en todo acto de comunicación humana.

Según Todorov, en la dimensión cognoscitiva, hay tres tipos de narrador:

- Narrador > personaje: el narrador sabe más que su personaje, y no hay secretos para él dentro del mundo narrado. Es el narrador omnisciente.
- Narrador = personaje: el narrador sabe lo mismo que sus personajes, es un narrador equisciente.
- Narrador < personaje: el narrador posee menos información que cualquier personaje, es un narrador deficiente.

En El Quijote veremos que el narrador se establece en los tres niveles, lo que genera al lector una ambigüedad tremenda. Finge no saber, pero tampoco sabemos hasta dónde sabe o hasta dónde no sabe, ni qué pretende con eso. Parece realmente gallego, como dice Jesús G. Maestro: no se puede saber si va o si viene, si sube o baja la escalera.

Respecto al término “heterodiegético”, ¿qué es la diégesis? La definición en Wikipedia es suficiente por ahora:

Diégesis es una palabra que deriva del vocablo griego διήγησις (relato, exposición, explicación), y —de acuerdo con Gerald Prince en A Dictionary of Narratology— significa:
- El mundo (ficticio) en que las situaciones y eventos narrados ocurren;
- Contar, rememorar, en oposición a mostrar.
[…] Los ejes de acción de la diégesis son tres: espacio, tiempo y personajes.

Hay tres tipos de narradores según la diégesis:

Narrador homodiegético: forma parte de la historia, aparece en primera persona.
Narrador heterodiegético: no forma parte de la historia que está contando. En tercera persona.
Narrador autodiegético: cuenta su propia historia, como el homodiegético, pero busca la complicidad del lector, dirigiéndose a él. En segunda persona.

El Quijote acogerá los tres tipos de narrador. Es heterodiegético, pero en los capítulos VIII y IX será momentáneamente homodiegético. Cuando se dirija al lector, será autodiegético.

La novela se estructura en niveles, partiendo de estos conceptos. En un nivel extradiegético estaría el narrador o narradores, que a su vez contiene un nivel intradiégetico, en el que actúan los personajes. Esto se visualiza en un esquema de cajas que se engloban unas a otras, como las muñecas rusas: en primer lugar estaría el autor real, Miguel de Cervantes. Dentro de esa caja hay otra caja, que es El Quijote, con todo al artesonado que abarca en sí mismo. Dentro de El Quijote está el manuscrito en árabe, pero después hay otra caja, la del traductor morisco, y por último hay otra caja en la que los personajes ejecutan sus acciones, sus diálogos. A esto habría que añadir el narrador de los capítulos I a VIII, que no es el mismo que en los capítulos siguientes.

En la primera parte de El Quijote hay, por tanto, cuatro narradores:

Autor 1º: el narrador anónimo de los capítulos I a VIII. No se presenta al lector.
Autor 2º: un cronista árabe, Cide Hamete Benengeli.
Autor 3º: el morisco aljamiado que traduce el texto de Cide Hamete Benengeli.
Autor 4º: el supuesto autor, que sí se presenta en primera persona, que es el que compra el manuscrito en árabe en el Alcaná de Toledo, busca a un traductor al que paga para traducirlo, y el texto resulta ser la siguiente parte de El Quijote. La primera parte es conocida por este nuevo narrador, que la ha leído, y no la ha escrito él, por tanto es otro narrador, que será la voz narrativa del propio Cervantes. 
El motivo por el que Cervantes “firma” la segunda parte (los mismos narradores menos el Autor 1º)  es la inexcusable cita con la realidad debido al ataque del Quijote de Avellaneda, mandado hacer por la Inquisición, donde se degradan cruelmente a don Quijote y a Sancho y por tanto al propio Cervantes.

Esquema de narradores del Quijote de Jesús G. Maestro. Fuente: http://critica-de-la-razon-literaria.blogspot.com.es/2015/12/ii-511-el-narrador-del-quijote-y-el.html 


Estos autores se glosan y se comentan unos a otros, cuestionando la veracidad de lo que cuentan: el traductor (y transductor) del cronista árabe, el “narrador” de lo que ha traducido el traductor. El Quijote es así un mosaico, entraña una complejidad de voces (como decía Bajtín, la polifonía es un rasgo esencial en la novela:  interacción de diferentes voces con registros lingüísticos y puntos de vista distintos). Cervantes disimula así su participación en lo que se cuenta. 

A esto se añaden otros narradores, los “académicos” de Argamasilla de Alba (otra parodia, esta vez a los círculos de eruditos, que tenían sus sedes en ciudades importantes, no en pueblos como Argamasilla). Aparecen sus poemas paródicos en una ermita, en una caja de plomo (capítulo 52, 1ª parte).

Con esta multiplicidad de voces, donde unas se contradicen a otras, o unas se expresan en unos términos incompatibles con lo dicho por otras, la verdad objetiva se muestra inasible para el lector. Cervantes es un “trilero”, maneja los cubiletes sobre la mesa sin que sepamos dónde se esconde el garbanzo. Esta multivisión remite a la mentalidad del Barroco: la realidad es mutable, cambiante. Todo se ve de manera múltiple a través del entendimiento de múltiples personas, porque lo que vea una sola es inservible e insuficiente. Sin embargo, lo más irónico es que hay una sola persona detrás de todo, porque El Quijote lo ha escrito uno solo, Miguel de Cervantes.
Cervantes es un maestro de la disimulación. En El Persiles llegaba a decir a través de uno de sus personajes “la disimulación es provechosa” (I, 12). Esto tiene unas raíces profundamente literarias, porque parte del modelo de Odiseo, arquetipo de lo astuto, lo ingenioso. El arte de la disimulación, de mentir adecuadamente para lograr unas metas, puede garantizar la supervivencia.

Vamos a intentar localizar algunas muestras de este fingimiento. Realmente, Cervantes nos engaña deliberadamente, parece que casi para divertirse, como si se riera de nosotros.



Primera parte. 
Prólogo
Solo quisiera dártela monda y desnuda [esta historia], sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

¿A quién trata de engañar Cervantes diciéndonos que no sabe escribir un prólogo, cuando ya ha escrito La Galatea y es un reconocido escritor? Se muestra con ironía, cinismo.

Aprovecha en el Prólogo a burlarse de la acostumbrada norma de tener patrocinadores, poetas que alaben la obra, etc. A sugerencia de ese amigo suyo anónimo (desdoblamiento del narrador, otro personaje ficticio), se inventará él mismo los poemas, los personajes y las citas de autores clásicos:

—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes. En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer de manera que venga a pelo algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria […].

El narrador supuestamente omnisciente se hace el tonto, haciendo que no sabe:

Capítulo I
Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Esto es de un cinismo absoluto: el narrador lo sabe todo, porque es el artífice de la historia, y finge no saber el nombre del protagonista. Para más burla, insiste en que ese dato no importa y que la historia no se saldrá de la verdad.

Uno de los más llamativos juegos de engaño del narrador está, como se ha dicho, al final del Capítulo VIII:

Capítulo VIII 
Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.
Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

Con el cinismo habitual, hace como que no había nada más escrito, fingiéndose no ser el autor. No sabemos quién truca la historia, porque realmente no sabemos quién narra. Pero lo más importante aquí es la declaración expresa de la existencia de dos narradores o dos autores: el primero, que no es autor, porque lo que cuenta lo “halló escrito”, y el segundo, que tampoco, porque será el que halle el manuscrito árabe y pida que se lo traduzcan, en los capítulos siguientes.


Capítulo IX
 […] Digo, pues, que por estos y otros muchos respetos es digno nuestro gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas, y aun a mí no se me deben negar, por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable historia; aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudan, el mundo quedara falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas podrá tener el que con atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en esta manera:
Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír.
Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:
—Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha».

Manifestación de una de las intervenciones del cronista árabe en la historia, con una glosa (nota al margen) humorística. No deja de ser extraño que el historiador hubiera estado en Toledo, lo cual es imposible porque no había árabes, y que tuviese interés por los cerdos. El nombre de Cide Hamete Benengeli (“Señor Hamid Berenjena”) es de lo más ridículo, luego salta a la vista que todo es mentira. Pero el narrador sigue en ese tono lúdico, “jugando” con el lector.

Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro, y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere.

El narrador de esta parte o segundo autor se hace el sorprendido (“quedé atónito y suspenso”), como cuando Mr. Bean se echa una carta a sí mismo. Todo el afán de mantener la fidelidad de la información es una patraña, porque si tenemos en cuenta todo lo ridículo del historiador árabe, de ninguna manera procede la veracidad.

[…] Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía «Sancho Zancas», y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de «Panza» y de «Zancas», que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera.

Sigue insistiendo en la veracidad, fingiendo datos falsos. Falsea el apellido de Sancho deliberadamente.

En este fingimiento se incluiría también el recurso metanarrativo, donde Cervantes incluye un relato autobiográfico camuflado en la historia que cuenta un personaje, el cautivo de Argel (Primera parte, capítulos XXXIX-XLI):

Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a este, desorejaba aquel, y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia.

En el Capítulo LII, al final de la Primera Parte de El Quijote (1605), se recurre de nuevo a lo metanarrativo al incluirse otro "manuscrito encontrado", unos pergaminos con poesías que trataban de los personajes de la novela, o supuesta historia real. El llamado "autor", que sería por tanto "editor" de los manuscritos recopilados y traducidos, se sigue riendo de todo al pedir que le demos "el mismo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías", o sea, ninguno.

Capítulo LII
Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas: solo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo médico que tenía en su poder una caja de plomo, que, según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba; en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres.
Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquí pone el fidedigno autor desta nueva y jamás vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren, en premio del inmenso trabajo que le costó inquerir y buscar todos los archivos manchegos por sacarla a luz, sino que le den el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías, que tan validos andan en el mundo, que con esto se tendrá por bien pagado y satisfecho y se animará a sacar y buscar otras, si no tan verdaderas, a lo menos de tanta invención y pasatiempo.

Bibliografía

ARISTÓTELES (1974), Poética. Ed. trilingüe de Valentín García Yebra. Madrid, Gredos. Recuperado de www.ugr.es/~zink/pensa/Aristoteles.Poetica.pdf 

CERVANTES, MIGUEL DE (1998), Don Quijote de la Mancha, edición de Francisco Rico. Barcelona: Crítica. Disponible en CVC: http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/indice.htm

GALLARDO PAÚLS, ELENA (2015), "Verosimilitud", Sobre poética (blog de Teoría de la Literatura). http://peripoietikes.hypotheses.org/709 

MAESTRO, JESÚS G. (2004-2015), «Esencia o canon. El narrador del Quijote y el género literario», Crítica de la Razón Literaria. El Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo (II, 5.1). Edición digital en: http://critica-de-la-razon-literaria.blogspot.com.es/2015/12/ii-51-esencia-o-canon-el-narrador-del.html 
-- (2002) «Cide Hamete Benengeli y los narradores del "Quijote"», Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cide-hamete-benengeli-y-los-narradores-del-quijote-0/html/ff85f632-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html

SPANG, KURT (2011), Géneros literarios. Madrid, Síntesis.


Más textos de Jesús G. Maestro en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:
http://www.cervantesvirtual.com/obras/autor/maestro-jesus-g-4740/0




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