Una cuestión ya de antaño
polémica ha sido la lectura de los romances fronterizos como épicos, es decir,
inspirados en episodios históricos reales. Este tema ha dado lugar a eternos
debates en los que unas posturas y otras suelen mostrarse intransigentes o
excluyentes. En este breve artículo vamos a intentar demostrar que, si bien los
romances fronterizos se respaldan siempre en episodios históricos reales, su
atractivo y el motivo de su perduración son su lectura en clave lírica, con
especial atención al ingrediente simbólico. El símbolo ha presentado
considerables dificultades para ser descubierto para la exégesis actual, pero probablemente
no para el receptor de la época.
Los motivos folclóricos permearon
tempranamente los romances. Estos motivos, de larga tradición lírica, son en
gran medida símbolos muy bien conocidos: elementos o rasgos de la naturaleza.
Así, como decía Álvarez Pellitero, un poema que empiece “bajo un árbol”, como So el enzina, ya predispone al oyente
para un tema erótico, crea un “horizonte de expectativas”. Aquí propondremos
que otros elementos de la misma clase, como “la mañana”, “San Juan” o un “río”
automáticamente también encorsetarán al poema bajo un tema amoroso, por muy
encubierto que esté. Esta sutileza debía ser muy valorada estéticamente. Si los
referidos elementos naturales están presentes, tiene que ser con algún fin; si
no, no tendrían razón de ser, y en poesía nada, ni una palabra, es arbitraria.
Los romances fronterizos, de
acuerdo con M. Peláez (2010: 388), que se nutre de las investigaciones de
Galmés de Fuentes, Menéndez Pidal y Manuel Alvar, “nacen al calor de hechos
históricos, sin relación alguna con el poema de gesta, protagonizados entre
moros y cristianos” y acontecidos entre límites territoriales de ambos.
Tuvieron, según Peláez, la misma función que los “cantos noticieros” que dieron
lugar a la épica, informar al pueblo sobre acontecimientos bélicos. El subgrupo
de los “romances moriscos” han extrañado notablemente a la crítica por la
“visión simpática y atractiva de todo cuanto rodea al mundo musulmán, aunque
fueron compuestos en tierras de cristianos, […] actitud no fácilmente
explicable” (M. Peláez, ibídem).
Según Pidal, cuando los moros ya están reducidos a Granada y no presentan
ningún peligro, son idealizados por los cristianos y se pone de moda la
“maurofilia”. Esta propuesta parece algo arriesgada, por cuanto de peligroso
tiene siempre cualquier enemigo militar.
Sin negar que tales romances se
respalden lejanamente en hechos históricos reales, lo que aquí se propone es
una intención poética y un tema totalmente distintos del dato histórico. El
lenguaje coloquial, para el pueblo en general, se adorna habitualmente de hechos
históricos sólo con valor referencial, con la intención de ejemplificar, como
quien tiene un gran desorden en su casa y dice “esto es la Batalla del Ebro”.
Los romances, por su gran popularidad y oralidad, debían tener, en ciertos
casos, una función similar: lo particular es un pretexto para ejemplificar lo general, que es, como veremos, el
sentimiento amoroso.
Juan Victorio analizó el caso con
gran acierto en su artículo La
ciudad-mujer en los romances fronterizos (1985). La idea de relacionar la
empresa militar del deseo de tomar una ciudad con el simbolismo amoroso no era
nueva para Victorio, porque ya la propuso Paul Bénichou en 1968 y, a su vez, el
propio Menéndez Pidal ya se percató de tal matiz, sin desarrollarlo, en 1928,
con la primera edición de Flor nueva de
romances viejos: “Los poetas árabes llaman frecuentemente “esposo” de una
región al señor de ella, y de aquí el romance tomó su imagen de la ciudad vista
como una novia a cuya mano aspira el sitiador”, dice don Ramón, acerca del
mismo romance que trató Bénichou, Abenámar.
Sin embargo, Victorio va mucho más allá al tratar no sólo Abenámar, sino bastantes más. En efecto, hace constar esa “actitud
no fácilmente explicable” que dice Peláez sobre la simpatía hacia el enemigo
moro, las imprecisiones cronológicas y geográficas, la vaguedad en nombres
propios moros (a excepción de Abenámar) y otros datos que incitan fuertemente a
pensar que lo que se cuenta no es lo
que parece. Desde luego, con tantas imprecisiones, poco tendrían de
“noticieros”.
Dicho esto, se resaltarán aquí
únicamente dos factores determinantes para adscribir los romances fronterizos
al género lírico. El primero es la casualidad de que todas las ciudades sobre
las que se cuenta el asedio sean de nombre femenino: “Baeza, Baza, Álora,
Antequera, Alhama y Granada, ciudades cuya importancia estratégica no era más
relevante, en algunos casos, que otras de nombre masculino (Setenil, Castellar,
por ejemplo). Pero estas últimas no son objeto de asedio” (Victorio, 1985:
554). El segundo factor, no menos importante, es la insoslayable presencia de
elementos de la naturaleza propios de la lírica tradicional, que trasladan
sistemáticamente el texto al tema erótico. De ahí que Victorio haya denominado
esta innovación literaria como ciudad-mujer.
El ejemplo quizá más
significativo sea el de Álora la bien
cercada, del que, por cierto, Menéndez Pidal obtuvo, mediante fuentes
externas, precisos datos históricos, sin advertir su lirismo.
Álora, la bien cercada, - tú que estás en par del río,
cercóte el adelantado - una mañana en domingo,
de peones y de armas - el campo bien guarnecido;
con la gran artillería - hecho te había un portillo.
Viérades moros y moras - todos huir al castillo:
Las moras llevaban ropa, - los moros harina y trigo,
y las moricas de quince años - llevaban el oro fino,
y los moricos pequeños - llevaban la pasa y el higo.
Por cima de la muralla - su pendón llevan tendido.
Entre almena y almena - quedado se había un morico
con una ballesta armada - y en ella puesto un cuadrillo.
En altas voces decía, - que la gente lo había oído:
¡Tregua, tregua, adelantado, -por tuyo se da el castillo!
Alza la visera arriba, - por ver el que tal le dijo,
asestárale a la frente, - salido le ha al colodrillo.
Dice Menéndez Pidal (1981: 224-225):
Yendo en mayo de 1434 el rey Juan II de Aguilafuente a Castilnovo, le llegaron dos mensajes sucesivos anunciándole la alevosa herida en el rostro recibida por el adelantado Diego de Ribera al combatir el castillo de Álora y noticiándole después la muerte consiguiente. Estas nuevas de la frontera circulaban por todo el país en forma de romances como el presente, el cual, gracias a una alusión de Juan de Mena (1444), sabemos que fue escrito a raíz del suceso que relata.
Entre los modelos de poesía épico-lírica debe figurar siempre esta composición, insuperable en su sencillez imaginativa y emocional: la rapidísima narración logra actualizar delante de nuestros ojos el movido episodio de combate y traición.
Sin negar que, efectivamente, el
romance fuera escrito a raíz del suceso, lo que se pretende probar aquí es que
el valor literario del poema viene más bien de su parte lírica que de su parte
histórica, y la lírica, como se sabe, es ajena al tiempo y al espacio. ¿Y cómo
encontrar ese valor literario, artístico, que nos muestra la intención
verdadera del poema, sin máscaras? Como decía Juan Victorio en sus clases, hay
que leer detenidamente el poema sin contaminarnos de interpretaciones ajenas,
sin información añadida. Hay que extraer información del poema, no buscarla
fuera. Como mucho, tener presente la tradición y otros poemas de la época.
Por tanto, leyendo de este modo,
vemos que el primer octasílabo es ya significativo: “bien cercada” significa
que está “acorralada” por tropas, que está a punto de “caer”. Recuérdese que la
ciudad tiene nombre femenino. Otra forma de ver el verbo "cercar" es con el sentido de 'amurallada', difícil de tomar, pero posible. Esta visión aparece recogida en La Celestina:
CALISTO: ¡Oh desdichado, que las cibdades están con piedras cercadas, y a piedras, piedras las vencen! (Auto VI, escena II.)
A continuación, hablando a la ciudad, como si se tratase de una persona, dice
“tú que estás en par del río”. No dice qué río, como tampoco se decía en la
poesía lírica. Pero otro indicativo más es la mención de la mañana, que además es en domingo, día de
recreo y disfrute, lo que refuerza nuestra tesis.
El río y la mañana son una
combinación muy frecuente en las canciones populares medievales. Así, el río, y
estar en sus orillas, aparecen con valor simbólico en poemas líricos: “Orillicas
del río / mis amoresé…”, “Ribera del río vi moza virgo…” El “río” es el símbolo
de la ‘satisfacción amorosa’, por el placer de su agua limpia y refrescante. Esto
parece indicar que la ciudad-mujer “Álora” está dispuesta para esa satisfacción,
ya que, en lírica tradicional, la muchacha que se presenta junto a un río o fuente
se identifica con tales: se refresca placenteramente a la vez que está
dispuesta a refrescar del “calor” amoroso. Jung llamaba a esto de identificarse
con un elemento de la naturaleza participación
mística. Pero, además, en la mañana
esas aguas son aún más refrescantes, porque la ‘mañana’ es el símbolo de la
‘juventud’, el momento propicio para tener amores. De modo que Álora puede
considerarse una metáfora de una mujer sensual y tentadora.
Este comienzo, con la presencia
de un río, pone ya sobre alerta al receptor de que se está tratando un tema
amoroso, amenizado por el tópico guerrero de la conquista, de la hazaña bélica
en sentido figurado, también de larga tradición (Jorge Manrique sería un
significativo ejemplo del uso de este léxico: Escala de amor, Castillo de amor). Al público, por tanto, debía
llamarle mucho la atención la alusión a la conquista amorosa.
Dejando lo guerrero aparte, para
seguir demostrando nuestra teoría, proponemos ahora la lectura de otro famoso
romance, esta vez plenamente lírico, el Conde
Arnaldos.
¡Quién hubiese tal ventura – sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos – la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano – la caza iba a cazar,
vio venir una galera – que en tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda, - la jarcia de un cendal,
marinero que la manda – diciendo viene un cantar
que la mar hacía en calma, - los vientos hace amainar,
los peces que andan ‘nel hondo – arriba los hace andar,
las aves que andan volando – en el mástil las hace posar.
Allí fabló el conde Arnaldos, - bien oiréis lo que dirá:
-Por Dios te ruego, marinero, - dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero, - tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo esta canción – sino a quien conmigo va.
Álora, la bien cercada coincide estructural y temáticamente con este
romance lírico “puro” de El conde Arnaldos: primero, un escenario
simbólico espacio temporal, donde figuran el agua (mar o río) y la mañana
(que puede ser incluso la “mañanica de San Juan”, como el romance Yo me levantara, madre…); la
presentación del conquistador o cazador bien pertrechado: en uno va con su
halcón, en otro “con gran artillería había hecho un portillo”; a continuación
se describen poéticamente las delicias que guarda la mujer (ciudad o galera), a
las que aspira el pretendiente: “velas de seda y oro” y el maravilloso cantar
en el caso de la galera; “moricas de quince años”, “pasa e higo” y “oro fino”
en el caso de la ciudad; se necesita en ambos caso la sinécdoque para hacer
hablar a galera o ciudad: en una es un marinero, y en la otra un “morico”; y
por último el rechazo de la dama y consiguiente fracaso amoroso del
pretendiente: en la ciudad un certero disparo de un “cuadrillo”, y en la galera
la negativa del marinero a cantar su canción al conde. El paralelismo entre
ambos romances es asombroso.
Álora
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Conde Arnaldos
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Lugar con presencia del agua (simbólico)
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en par del río
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sobre las
aguas del mar
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Pretendiente; el que intenta la conquista
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el adelantado
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el conde Arnaldos
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Momento simbólico de la juventud,
apto para amores
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una mañana en
domingo
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la mañana de
San Juan
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Buena dotación para la conquista
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de peones y de armas - el campo
bien guarnecido
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con un falcón en la mano la
caza iba cazar
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Tesoros que “encierra” ella, virtudes,
atractivos
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Las moras
llevaban ropa, - los moros harina y trigo, / y las moricas de quince años -
llevaban el oro fino, / y los moricos pequeños - llevaban la pasa y el higo.
|
Las velas
traía de seda, […] que la mar facía en calma, los vientos hace amainar, / los
peces que andan ‘nel hondo, arriba los hace andar, / las aves que andan
volando en el mástil las face posar.
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Sinécdoque: necesaria para hacerle hablar
o actuar a “ella”
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morico
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marinero
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Fracaso del pretendiente, rechazo amoroso
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asestárale a
la frente, - salido le ha al colodrillo.
|
-Yo no digo
esta canción sino a quien conmigo va.
|
Por tanto, pese a que el episodio
histórico de Álora fuera, como documentó Pidal, un hecho real, la
interpretación simbólica de un fracaso
amoroso tuvo mayor peso a la hora de la composición y de la transmisión
oral, que debía divertir más al público que una mera noticia militar.
Se insiste con esto en poner especial atención, siempre que aparezcan
elementos de la naturaleza, a la hora de analizar e interpretar un texto lírico
o sospechoso de lirismo; porque puede que se esté tratando un sentimiento y los
recursos utilizados -símbolos y metáforas- trasladen el escenario a términos
simbólicos. Pese a la gran visualización que presenta el romance de Álora, estas razones nos inclinan a
proponer que se trata de otro escenario simbólico, igual que El conde Arnaldos.
Por otra parte, es conveniente
señalar que una ciudad con nombre femenino no va a garantizar sistemáticamente
un poema lírico. En los romances del “ciclo del Cid” la ciudad de Zamora es puesta bajo asedio. Sin
embargo, no se menciona la mañana, el río tiene un nombre concreto (el Duero),
no se describen las delicias que guarda, y tampoco precisa de sinécdoque con un
personaje que hable por la ciudad, porque la voz la tiene propiamente doña
Urraca.
Dicho esto, y como conclusión, se
sugiere una mayor atención a los romances como composiciones poéticas
simbólicas, donde la naturaleza, al igual que en la lírica de tipo popular,
traslada siempre la realidad descrita al territorio de los sentimientos
amorosos y del erotismo.
Bibliografía
DÍAZ ROIG, MERCEDES (1989), El
Romancero viejo. Madrid, Cátedra.
MENÉNDEZ PELÁEZ, JESÚS y otros autores
(2010), Historia de la literatura española. Volumen I – Edad Media.
León, Everest.
MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN (1981), Flor nueva de romances viejos.
Madrid, Austral.
VICTORIO, JUAN (1985), La ciudad-mujer en los romances fronterizos.
Anuario de Estudios Medievales, nº 15, enero de 1985, pp. 553-560.
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