viernes, 2 de junio de 2017

El tarot y el arcano del Juguetero


Este ensayo viene a ser un apunte sobre mis investigaciones personales sobre el tarot. Debería haberme dedicado primero a escribir un post sobre el tarot en general, pero las vivencias y las ideas se amontonan sin que sea sencillo extraer ordenadamente la explicación más adecuada. Sin embargo, me veo obligado a elaborar una breve introducción para poder abordar el tema que quiero mostrar de una manera más comprensible.

Como ateo y racionalista que me considero, y habiendo conocido de cerca algún que otro entorno “místico”, anticipo que no doy crédito alguno a cualquier sistema de adivinación o manipulación de la realidad, como puede ser, efectivamente, el tarot, el I Ching, la astrología, etc., es decir, la palabrería de una fertilísima vastedad de “mangutas”, que así llamamos en mi trabajo a los caraduras que chupan del bote, los que alcanzan una posición ilegítimamente y se mantienen en ella cuando todos sabemos que son unos inútiles. Estas personas viven, a menudo, gracias a una vastedad aún mayor de ignorantes, pues precisamente en los entornos más subdesarrollados es donde se creen estas cosas. Los crédulos, además, suelen ser creyentes, vinculados a las distintas variantes de las grandes religiones monoteístas. 

El caso es que suele ser difícil acercarse a un sistema de símbolos, como es el tarot, sin que a uno le confundan con un crédulo o un supersticioso. Espero poder convencer, a quienes me conocen, que no me he vuelto loco y que estudio el tarot como la mitología, la antropología, la historia de las religiones y todas aquellas ciencias que han estudiado las creencias, los valores morales, los fundamentos de la ontología de la sociedad a nivel global mediante comportamientos humanos (sociales e individuales) que siempre han estado y parecen no tener explicación. O se sabe que la hay, pero roza lo inefable.

El tarot es un sistema de símbolos para entender al ser humano en su esencia, para entenderse. Entiéndase “sistema” como “conjunto de elementos que se oponen entre sí”, y que forman un complejo donde cada parte es insustituible para que funcione toda la maquinaria de ideas que alberga. Y obsérvese la finalidad desde el remoto y profundo punto de vista del “gnosce te ipsum” de la antigüedad clásica: “conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”. Advertimos que a lo largo de este escrito vamos a andar en el límite del misticismo “viciado” y el cientifismo racional. Las palabras del corpus léxico místico han de interpretarse desde nuestro más amplio crisol cognoscitivo contemporáneo, es decir, desde ciencias como la psicología y la filosofía. “Conócete a ti mismo” es psicología básica.

A este “gnosce te ipsum” vamos a añadir el famoso “noli foras ire” de San Agustín de Hipona:

«Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas, et si tuam naturam mutabilem inveneris, trascende et te ipsum». 

(No vayas afuera, dirígete hacia ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad, y si encuentras tu naturaleza mutable, trasciéndete a ti mismo.)

La gente religiosa, o más bien, los teólogos, han visto cosas más o menos de cerca de esta pseudociencia profunda que no sé cómo llamar, pero tropiezan y se detienen en dogmatismos y en la usual deturpación de toda institución humana, como es la Iglesia, más interesada en manipular y autoconservarse (con todos sus “mangutas”) con sus artimañas demoníacas, que suelen ser infundir la represión y la culpabilidad.

A este “noli foras ire” añadiremos, por último, el “como es arriba, es abajo”, del Kybalión, que, por cierto, está sobrevalorado y manoseado por demasiados crédulos. Pero el célebre Principio de correspondencia, el único que tiene algo de verdadero (los demás son paja), que afirma que las cosas que suceden arriba, suceden abajo, lo que quiere decir es que lo de fuera es un reflejo de lo de dentro. Es decir, que lo que ocurre dentro, ocurre fuera. No se trata de ponerse místico y pensar que somos capaces de cambiar lo que pasa afuera con estados mentales y otras bobadas, sino otra vez psicología básica: la percepción que tenemos de la realidad, que es tal como la conocemos, nuestra “verdad”, está relacionada con lo que llevamos dentro, con nuestras más o menos llevaderas micropatologías psicológicas, deformaciones de nuestra psique a veces innatas, a veces buscadas voluntariamente. 

De esto que haya que “dirigirse hacia uno mismo”, para conocer la “verdad”, que nunca va a poder ser la Verdad que decía Antonio Machado, porque por el mero hecho de ser una individualidad, siempre vamos a ver sólo una parte, una visión sesgada. Tenemos una lente deformada, siempre, que no nos deja ver más. Ver más sería algo que daría vértigo, como intentar comprender otra dimensión. En física, las más recientes investigaciones sobre la dimensión del espacio-tiempo en el Universo serían comparables a esta concepción de la Verdad. A Dostoyevski le daba un ataque epiléptico cada vez que estaba a punto de comprender algo de esto, según dicen.


Ahora bien, decía la primera máxima que hemos citado, “gnosce te ipsum” que “conocerás el Universo y a los dioses”. Esta frase intuimos que es cierta (más adelante hablaremos del verbo “intuir”), pero sabemos que no hay dioses. ¿A qué dioses se refiere? Como lo que sea que busquemos va a estar dentro, deducimos que los dioses están dentro. ¿Y qué son los dioses, entonces, si ya no son seres sobrenaturales y todopoderosos que habitan el mundo? Son franjas separadas de un haz de luz que no vemos cuando están todas juntas, son algo como “inteligencias” múltiples, que dirían los masones cuando hablan de los dioses de Egipto (si alguno me lee, sabrá a qué me refiero). En cualquier caso, los dioses son representaciones simbólicas de las distintas partes de algo que vamos a llamar, provisionalmente, consciencia humana. También hará falta definir la consciencia detalladamente, en otro momento. Como el ser humano es social, y no puede conocerse sin ver cómo le ven los demás, porque tiene que verse reflejado en otros, esa consciencia está viva, aprendiendo y evolucionando en todos nosotros, desde que empezó la especie humana.

Como esto lo tengo asumido desde que empecé a interesarme por los símbolos, porque también sentí vértigo al asomarme a ese abismo, no pude evitar integrar en mi sistema ateo de comprensión del mundo cierto respeto por todas las religiones, las mitologías, el misticismo y, por fin, lo que nos atañe, el tarot.

El tarot es un compendio de “dioses”, “inteligencias”, distintas partes de todos los puntos de vista de un amplio crisol que forma toda la colectividad humana entre sí, con el que se puede comprender, en cierta medida, la esencia humana. A los materialistas me disculpo por hablar de esencia, de algo intangible que nos define y marca nuestra evolución, pero mi limitado vocabulario no alcanza a definir lo que quiero decir. Me refiero a lo que siempre hemos sido, en su raíz, que más o menos evoluciona, pero siempre en conexión a esas 22 figuras simbólicas que son los 22 arcanos mayores. 

Como se puede esperar, el tarot es solamente una herramienta más de interpretación a través de símbolos que sugieren, que acceden a una parte sensitiva de nuestro cerebro, que no sabe expresarse con palabras, sino con intuiciones: saber sin saber. A esto lo llaman muchos “mangutas” sabiduría hermética, que, reconozco, en verdad existe y es algo que se me escapa. Ya hablaremos de Hermes y lo que representa (se me acumula el trabajo…). Y digo que es una herramienta más, el tarot, porque igualmente se equipara la cábala judía, con sus 22 letras del alfabeto hebreo, la mitología grecolatina, los personajes bíblicos, los dioses egipcios y un largo etcétera. Lo que pasa es que suelen estar contaminadas, o más bien sucede que los arcanos (vamos a llamarlos así) evolucionan, desde su antigüedad de lo más remota, hasta enriquecerse con las nuevas aportaciones de la cultura que los transporta. A veces se dividen en dos y siguen sendas paralelas y otras veces se fusionan dos o más en uno. Es un rastro muy difícil de seguir, es arqueología pura.

Sin ahondar ahora en los 22 símbolos, puedo decir que “soy”, con todo lo ambiguo que se concibe aquí el verbo “ser”, el Ermitaño. Otro día podría explicar lo que es el ermitaño para mí, desde mi poco entrenada “sabiduría hermética” y con mi más conocido saber “apolíneo”. Y al mencionar otra vez a Hermes, digo ya, abiertamente, que me parece plausible que sea lo que conocemos racionalmente como mago, el Mago, es decir, Merlín, a quien tengo el placer y la desgracia de conocer.

Pues bien, cada sistema es incompleto y se suele mantener estancado en su forma original de cuando se creó, o de su época dorada de uso. Los que hicieron el panteón egipcio, por ejemplo, lo hicieron lo mejor que pudieron, pero seguramente algo se les escaparía. Por eso suele haber mucho sincretismo religioso, o como sucede con la religión (que prefiero llamar mitología) judeocristiana, que recogía e integraba todos los temas, motivos y arquetipos de otras religiones vecinas para intentar formar ese sistema simbólico y su narrativa (la narrativa es otro concepto complejo: no podemos entender los símbolos sin una historia o narración, la fábula que diría Aristóteles en su Poética, que los relacione y nos mueva interiormente).

El tarot es también incompleto y tiene símbolos deformados, como todo. Sus puntos fuertes son dos y nos tenemos que quedar con esto: 1) la narración (no quiero decir narratividad para no contaminar el término de Byung-Chul Han) y 2) la dualidad (esto también es un tema muy amplio que merece atención aparte). En cuanto a lo primero, el tarot “cuenta” una historia, porque recorre un itinerario de representaciones simbólicas arquetípicas (arcanos) que empiezan en  una especie de inocencia, frivolidad y júbilo (el Loco) y acaba en la asunción de una totalidad (el Mundo). Es cíclico, al final se vuelve al principio: cuando se entiende y acepta todo, se camina con libertad y ligereza, como el Loco, como un niño feliz. En cuanto a lo segundo, todos los arcanos se agrupan por pares, porque cada uno tiene su complementario. Suelen ser las dos caras de una misma moneda. De esto hay mucho escrito y pocos habrá que lo hagan mejor que Jodorowsky:


El caso es que, teniendo en cuenta que ningún sistema de símbolos es perfecto y que el tarot tampoco, esta mañana, hablando con Merlín, nos dimos cuenta los dos de que no había un arcano para incluir a otro amigo nuestro, un compañero de gran sensibilidad y profundidad de ideas.

Este amigo nuestro se caracteriza por construir maquetas, por estar siempre o casi siempre soltero y ser melancólico, a grandes rasgos. Esto nos hizo pensar en el Ermitaño, y en dividir los arcanos en dos tipos: los solitarios y los sociables. Los sociables a menudo tienen que estar rodeados de gente porque no saben estar solos, y los solitarios tienen que estar solos porque no saben estar con gente. En todo caso, nuestro amigo es un solitario (lonely soul, une âme solitaire) pero no es un Ermitaño y no tiene mucho que ver. Es muy ordenado, increíblemente meticuloso en su artesanía: puede hacer maquetas de tanques, aviones o cualquier vehículo con manchas de hollín, óxido y señales de uso de sus modelos reales. En el trabajo es igualmente ordenado, responsable, eficaz, incorrupto, práctico, exigente consigo mismo. Físicamente, también se cuida e intenta mejorarse, sacar lo mejor de sí mismo, a menudo mediante algún deporte individual. Sin embargo, el hecho de no alcanzar las metas que se propone, cuya altura no conocemos, le suele impregnar de melancolía. Esa tristeza y desasosiego, el contacto con el amargo mundo del existencialismo, le hace convivir también con una enfermedad incurable. No sabemos bien si esa enfermedad la tenía desde siempre y contribuye a su melancolía, o bien su melancolía agrava o causa su enfermedad. Como alivio de esa pesadumbre y su solitud se acompaña, desde hace poco, de un animal salvaje que suele desordenar y destruir su meticuloso habitáculo, y que él acepta con cariño.

Lo que no se puede negar es que todo ello “cuadra”: solitario, ordenado, enfermo y creador de sus propios juguetes. Y atención: lo que crea son juguetes, en su intimidad, para su compañía, aunque sea muy capaz de fabricar otras cosas mucho más serias. ¿Por qué juguetes? Primero pensamos en Gepetto, el célebre creador de Pinocho, también solitario, un artesano magnífico. Gepetto crea a Pinocho para acompañarse de lo que le falta: un niño. Tiene que añadir cierto caos a su orden, tiene que añadir cierta fluidez a su rigidez, cierta inocencia y felicidad a su sabiduría y existencialismo. Eso son los juguetes y eso es lo infantil. Por lo tanto, Gepetto y Pinocho son las dos caras del mismo arcano, los dos complementarios. A Gepetto no le falta un niño real, lo que le falta es un niño dentro. Lo que falta es una parte inocente y caótica dentro de sí, que tiene olvidada o reprimida, que no actúa. Todo esto tiene que ver con la dualidad en lo que somos: tienen que actuar con aceptación y concordia las dos partes antagónicas que nos integran, que están en todos los arcanos.

Le hemos llamado, a este arcano, el Juguetero (Toy maker). En el cine hay un personaje de ficción que lo representa a la perfección y de manera aún más precisa, correspondiéndose en todo a la personalidad de nuestro amigo. Es J. F. Sebastian de la película Blade Runner:



Este personaje es un magnífico genetista que participó en la creación de los replicantes tipo Nexus 6. Vive solo, añora la compañía femenina, padece una enfermedad que le hace envejecer rápidamente y, para mitigar mínimamente toda su melancolía, se fabrica sus propios “juguetes”: pequeñas criaturas divertidas, animadas, que le ayudan y le hacen compañía. Es la mejor representación que conozco de este arcano, el Juguetero.

Pero profundizando más, Merlín ha intentado conectarlo con otras figuras mitológicas o legendarias. El primero y principal que nos ha venido a la cabeza es Hefesto, Vulcano para los romanos. Su enfermedad incurable es, en este caso, su deformidad en los pies y su cojera. Sin duda, es un artesano que fabrica cualquier cosa que le encargan, con toda perfección y eficacia insuperable. Es “un alma solitaria”, porque, aunque esté casado con Afrodita, nunca tiene relaciones con ella y no se aman. Venus no se siente atraída lo más mínimo por él, siempre está con otros. Faltaría el rasgo característico de que se fabrica sus juguetes para acompañarle y ayudarle, pero Merlín se ha fijado en una sugerencia muy sutil de la información sobre Hefesto en Wikipedia:

Hefesto trabajaba ayudado por:

  • Cedalión era aprendiz en la forja de la isla de Lemnos. Allí llegó el gigante Orión tras haber sido cegado por Enopión como castigo por violar a una de sus hijas. Hefesto se apiadó de él y le dio a Cedalión para que le sirviera de lazarillo sentado en su hombro.
  • Dos Cabiros: Alcón y Eurimedonte, hijos gemelos de Hefesto, ayudaban a su padre en la forja de Lemnos. Análogamente, los Palicos, también sus hijos gemelos, le ayudaban en la forja de Sicilia.
  • Los tres Cíclopes inmortales y sus hijos trabajaban en la fragua de Hefesto en la Isla Vulcano (cerca de Sicilia).

Cuando lo leímos, Merlín exclamó: “¡son robots!”. Efectivamente, todo apunta a cierta “mecanicidad” o entidad de juguetes o autómatas. Ese Cedalión, aprendiz, que sirve de lazarillo sentado en el hombro de Orión, parece una especie de Pinocho, o un muñeco de J. F. Sebastian, sin gran inteligencia ni autoconsciencia. Los “hijos gemelos” de Hefesto, al ser gemelos, dan cierta sugestión de ser “creaciones en serie”, o sea, fabricados. Además, Hefesto no podía conocer mujer alguna con quien tenerlos. Y, por último, los “tres Cíclopes inmortales” tampoco son humanos. Hefesto es un creador de robots. No pude dejar de admirarme por la intuición de Merlín, su “sabiduría hermética”. Estas deducciones no son fáciles de encontrar en los libros, ni de obtener de la relación de ideas racionales.

Lo siguiente que dijo Merlín es que también es que el Juguetero también está relacionado con Confucio, que es “quien pone orden al caos”. Me parecía una relación muy arbitraria, en primer lugar, porque el orden que pone un Juguetero suele ser, en primer lugar, físico y material: fabrica cosas, no fabrica ideas o mundos de conceptos, con palabras. Pero de nuevo me tuve que asombrar cuando recurrimos a Egipto, que suele ayudar a resolver las cosas que no encontramos ni en Grecia ni en China. Egipto, como dijeron en un Curso de verano de la UNED al que asistí, es el nexo entre Oriente y Occidente. De modo que encontramos la respuesta en Ptah:

Ptah is the Creator god par excellence: He is considered the demiurge who existed before all other things, and by his willfulness, thought the world. It was first conceived by Thought, and realized by the Word: Ptah conceives the world by the thought of his heart and gives life through the magic of his Word. That which Ptah commanded was created, with which the constituents of nature, fauna, and flora, are contained. He also plays a role in the preservation of the world and the permanence of the royal function.

https://en.wikipedia.org/wiki/Ptah 

En efecto, Ptah es un creador de todo tipo de cosas, incluyendo lo que se crea con pensamiento y con palabras. Llama la atención también el impulso de su voluntad (willfulness), que también se corresponde con el carácter hacendoso y autoexigente de nuestro amigo el Juguetero.

De modo que, para concluir, en el gran corpus simbólico del cual el tarot es sólo una herramienta más hay que tener en cuenta a Ptah, el Maestro Artesano, a nuestro occidental Hefesto o Vulcano que, cuando no logra la concordia oppositorum (nunca lo ha logrado), fabrica sus propios juguetes. 

Por cierto, si lográis la referida concordia oppositorum (puede deducirse ya su sentido) en un arcano que encarnéis (o “seáis”), probablemente ya estéis en otro arcano. Estáis haciendo el Camino.




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