miércoles, 31 de mayo de 2017

Galatea en piedra



Pigmalión y Galatea, Jean-Léon Gérôme, 1890.



YA HE PASADO POR AQUÍ Y HE VISTO ESTO.
Son estatuas de carne que no hablan,
por mucho que hablen.
No dicen nada, no importa lo que digan.
Nada dicen de cuanto creen decir.

Son estatuas de carne que no sienten,
incluso si me espetan ofendidas
quejidos y reproches.
No sienten porque yo no siento.

Ya no obedecemos las mismas leyes,
igual que entre humanos y animales
unos no entienden de los otros.
Los derechos humanos no valen para el toro,
no valen para las moscas.
La ley protege el orden de las cosas
y el orden con tu nombre que tú haces
no es el que intento hacer sin ningún nombre.

Puedo ver, como hombre, el cuerpo que tú habitas
con un alma que brota por mi boca
que con mis ojos verte ella te toca
para ansiar todo aquello que limitas
negando a Eros tentaciones
y a Psique eternas sensaciones.

Esto que crees mío no es mío,
es sólo sombra.
Esta etérea sombra habita el mundo
en el tiempo que no existe.
A través de esta mirada, calor,
sí, concupiscente,
te buscan los ateridos de frío
cuyas profundas sombras son una,
sí, indiferente,
la más elevada, incorpórea y vibratoria
vida de una sola alma
tuya, mía, de todo cuanto toca la memoria
de lo sentido y vivido en cada aliento.

Pero cuando nada siento,
que es cuando no sienten estatuas de piedra,
es que esa materia es materia, es ínfima,
es tejido necroso hostil y estéril,
rancio al beso dulce de lo eterno,
repudio de mi abrazo y de mi tiempo
de la habitación donde se instale el sentimiento
del momento que ya encogido se recluye
como al tocar a un caracol los cuernos
y retractarse del Afuera,
para volver siempre
al noli foras ire.

Mi concha de lento explorador es la más dura,
tanto como la piedra de estatuas que ahora veo,
deshabitadas de alma mía,
deshechizadas piedras frías
a ajeno Pigmalión desengañado,
que en este taller vuelve a tocar piedra
para esperar, una vez más, hastiado,
para esperar concordia en esta Tierra.



YO NO QUIERO SER NADA AHÍ FUERA
porque todo es falso y seré yo otro falso.
Yo no quiero que me miren
porque me miden
y de medirme me hacen otro
y me hacen falso.

Aparta tu asquerosa mirada de mis ojos,
que yo no tengo ansias de medirte
sino sentirte cómo eres dormida,
cómo eres niña, niña verdadera,
la que duerme en tu sombra todavía,
que quiere ser mi amiga
como curiosa exploradora hormiga.

Me miras, y me ves
no sé qué parte,
que cierras tus ventanas y levantas
el puente sobre el foso de tu imagen,
falsa imagen de tu otra cara falsa
para cerrarte en piedra
de previa Galatea
y no querer jamás comunicarte.

Y eres mentira hecha mentira.
Te ahogas en mentira
para en mentira intoxicarte,
embustes de ti misma
en sombras de caverna
y el filósofo en ti, con su linterna
te dice “tú no eres la persona que busco”.



ALQUIMISTA MAESTRO DE LOS CAMBIOS,
Pigmalión hacedor de lo imposible,
no sé de vuestro arte.
Sigo siendo una mónada.
Espanto hasta la eterna
Afrodita la que ama las sonrisas.

Mi alma mónada mira siempre hacia sí misma,
hacia su Occidente cavernario,
revestida con ansias y con prisas,
eternamente ciega tanteante
de cuanto ansía, cuanto apetece,
cuanto quiere,
cuanto quiere probar
o en lo que probarse.

Fuera.

Je suis autre. Soy tú,
toro, mosca, hormiga,
piedra que habla sin decir,
verde rama de rosal cortada,
rosa cortada en ciernes de la muerte,
enclavada en el momento
de plenitud abierta,
eternamente viva-eternamente muerta.

Fuera.

Andrajoso te ipsum, ataúd,
quiero habitar en otra parte,
o ni siquiera “quiero”
porque me niego a todo Adentro,
mohoso cuarto sin ventanas,
estanca agua putrefacta:
quiero fluir,
quiero fluir en plata y en cristales,
manar en fuentes de agua clara
donde niña y doncel laven la cara.

Fuera.

Muerto y vivo, libre pervivo.
Libertad de alma de apetito,
leyes tuyas, mías, juicios, medidas,
pupila personal en ansias vivas
y sólo respirar.
Lo único que hay que hacer es respirar.
Estaba todo antes y lo estará después.
Pero lo único mío es respirar.
Todo es sí, todo es siempre, tú al revés:
todo lleno y yo vacío.

Fuera.

Vacío, libre viento o río,
respiro o eres tú quien me respira:
fluyes de mi alma que no es mía,
es sombra, es otra, es allí
donde te veo viva,
donde fluyen arroyos de agua fría
y te veo, por fin, cortada en vida,
cortada rosa en vida a mi medida,
porque ahora tu verbo se ha hecho carne,
tu piedra carne.

Fuera.

Cuerpo, segundero
del reloj que me respira,
estoy aquí.
Sé que estás ahí, Galatea,
Afrodita la que ama las sonrisas,
la sonrisa arcaica del presente,
obra de arte,
puedo tocarte,
bella, suave, caliente.


Otra vez,
vuelta a empezar.

¡Fuera!



YA HE PASADO POR AQUÍ Y HE VISTO ESTO.
“La depresión es una enfermedad narcisista”,
como dice el sabio, cosa es verdadera.
El limitado farol revela escasamente
los caminos del laberinto en piedra,
negras y rupestres galerías,
dormidas esperanzas de la mente.

El vacío sabe a hueco
mohoso, donde una larva blanda y supurante
ha hibernado embebida y conformada
de donde nunca debió haber salido.
La memoria irritante permanece
como ruina visible y prohibida
al paso por ortigas,
apenas reconocible, pero siendo espacio
inútilmente inhabitable, mío,
revestida de musgo y de rocío.

Y entonces viene cuando le aburre todo a uno,
cuando no puede deshacerse de la vieja casa,
cuando no hay nada que buscar,
cuando el pastor come y dice
“no busques más que no hay más”,
y nada más que hay que esperar,
esperar murmurando para uno
“jódete pastor, en invierno al agua y en verano al sol”,
esperar a la noche,
la eterna noche de triunfante luna,
luz que no daña,
que baña el corazón.

“La luna, mi sombra y yo”, que decía Li Po,
camino al hueco de sopor,
nos miramos maniatadas,
o pinchadas en un corcho como insectos,
sin dejar de sentir el dolor
presuntamente libres tropezando
tozudamente con cristales,
las cuatro paredes blancas que estiran
de los brazos, el pecho y la garganta,
de las que no sabemos si venimos
o si vamos a fosilizarnos,
de las que no sabemos nada.



PIEDRA,
la envidiable piedra eterna
es lo más seguro.
Como el hueso, la frente,
que recuerdan el tránsito o el flujo
de lo que es luna o es piedra,
la blanca Galatea.

Tallada y pulida forma
(todo es forma, y la forma
abarca al contenido)
te haces a ti misma o soy yo quien te hace:
imposible saberlo.

El constructor trabaja en su gran obra,
la gran transformación,
áurea estrella o mariposa.
La piedra del cuerpo deseado,
que abraza y besa deseo fatal,
hecha blanca y hecha luna,
por la sombra mónada de mis ojos
es piedra filosofal.

Tú te has hecho y yo te he hecho:
te quiero así, Artemisa,
te quiero fría, libre de sombra,
sólo luz, de ti a ti misma,
y no tus ojos medidores,
sino a tu espalda infinita
entrego mi sonrisa arcaica,
para ti,
para nadie,
hacia el fin,
hacia afuera.



TE MIRO HASTA QUE ME MIRAS
y entonces no te veo.
Veía más de ti en tu espalda,
tus caderas,
lo que está más allá de tu dominio,
lo que estaba antes de que nacieras.

Las personas llevan máscaras de piedra,
pero las piedras no llevan de persona.
Las estatuas no hablan:
mejor así.

La voz debía ser más pura
al ir desnuda,
despojada de la envuelta de tu cuerpo,
la más lejana tú de sombra,
la mano que rompiera el sello de mi boca,
pero no te oigo,
porque no me hablas a mí,
no es tu voz capaz de tocarme,
no abre ninguna puerta
ni menea las ramas de los álamos,
porque buscas algo,
algo que golpear con tu dureza,
buscas otra piedra como tú,
cabeza y cuerpo competente
a tu medida.
Be like water, my friend.

Tu voz no suena lejos,
tu máscara no tapa tu persona,
no distancia la tuya verdadera,
la que brota por tu boca
en cada aliento,
en cada hálito tibio de tus sílabas,
ni en tu silencio,
el que más amo, quizá
por ser más tuyo.

En la barrera infranqueable
te marchas sin saber que ya eres mía.
No me has encontrado y te recoges
para seguir brillando sola
con luz propia y destino para insectos,
fin de golpes duros en el vidrio,
vidrio de paredes y de máscara.

Sí, la manera de tenerte es estar lejos.
No tan lejos como para olvidarte,
no tan cerca para amarte.
Sólo te querré cerca del agua
para que transcienda,
porque el agua por tu cuerpo es tu cuerpo,
porque así, en torno a ti, te siento
fluyendo, perdiendo
a cada instante lo que nunca he tenido,
porque así, no dentro, te tengo
en tu eterna forma torneada
de redonda luna y pétalos de rosa.

(La lluvia que corre por tu espalda,
las olas que rompen en tus muslos
serán mi lengua que no oyes
con la que te hago más y más perfecta,
sin que tú lo sepas
ni debas saberlo,
porque esta noche en tu lejana espalda
ruedan mis lágrimas.)



SI MI VOZ NO TE TOCA
pero tus pies lamen mis olas,
si no van a tu boca
a verse nuestras sombras solas,
si estás tan lejos
pero no te llevo dentro,
¿dónde estás,
espuma de mar?

Tierra adentro te conduzco
cogida de la mano,
desnuda con tu mirto,
por la senda blanca
a mi cueva negra.

Ves el farol con que luzco
cada escala y rellano,
ya resuelto el laberinto
por tu mirada clara,
por tu cadera tersa.

Hay luz al fin,
se abre el cielo azul
sobre el verde prado;
has llegado a mi jardín.

El Jardín Tierra de Nadie,
así lo llamo.
No está afuera ni está adentro,
ni centro ni periferia,
ni vacío ni lleno.

Aquí están todas las fuentes
bajo álamos y sauces,
sobre las aguas rientes
de las que bebes y naces.

Aquí están todas las rosas
olorosas a miríadas,
que en este lugar lustrosas
no tendrán que ser cortadas.

Aquí están las esculturas
que guardaba en mis arcones,
ya a la luz y en las alturas
de fontanas y escalones.

Aquí Afrodita, como tú, desnuda,
aquí Artemisa la intocable,
aquí Atenea concienzuda,
el cisne y Leda inalcanzable,
las nueve Musas, las ninfas, las nereidas,
y aquí tu pedestal,
sube,
quédate,
ésta es tu tierra,
sé sin ti una más,
regresa a tu materia,
retórnate
Galatea en piedra.

domingo, 21 de mayo de 2017

Cervantes y las religiones en el Persiles


Este podcast de literatura va a tratar sobre el pensamiento de Cervantes en materia religiosa, tomando como referencia su novela póstuma, el Persiles.
Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617) es una novela muy intrigante y muy desconocida de Cervantes. Responde al marco tradicional, estilístico, del género de la novela bizantina, cuyo principal referente eran las Etiópicas de Heliodoro. Este tipo de novela trata la historia de un viaje, más o menos exótico, de una pareja de amantes expuestos a peligros y aventuras que dificultan su encuentro y llegada a un puerto o final seguro. Con este esquema escribió Cervantes también una de sus Novelas ejemplares, La española inglesa. Este marco tiene una potente tradición literaria y no deja espacio a la recursividad psicológica de los personajes, es decir, al ser lo atractivo el decorado y la acción, no es fácil meterse en una profundidad de carácter, o evolución psicológica, de los personajes. Por eso Persiles y Sigismunda son, como todos los personajes de la novela, personajes planos, predecibles. En este sentido, don Quijote y Sancho son muy superiores.
Lo que tiene de original Cervantes en esta novela es su afán de confundirnos y de ser ambiguo, desde la primera página hasta la última. Comienza in medias res, en una isla habitada por bárbaros en los mares del norte, donde al poco de irse formando ya un grupo de personajes, se produce el encuentro entre Periandro y Auristela, que se salvan por los pelos de morir sacrificados. Se hace saber al lector que se hacen pasar por hermanos pero no lo son, porque son amantes y están huyendo de algo. Ante todos los demás, van a decir siempre que son hermanos y que van a Roma para que Auristela aprenda la fe católica, porque en su país de origen “se ha torcido la fe”, es decir, que procede de un país protestante, como Periandro. Son realmente príncipes de islas del norte, Persiles de Tule (Islandia) y Sigismunda de Frislandia, y el motivo de su huida es el matrimonio que había concertado la madre de Persiles del hermano de él, el príncipe Magsimino, con Sigismunda. Como Persiles estaba enamorado de ella, y ella de él y no quería a Magsimino, huyen para casarse libremente en Roma, lejos del alcance de sus familias. 
En esta peregrinación fingida a Roma formarán un grupo con otros personajes, algunos de ellos siendo verdaderos peregrinos. El mayor problema que van a tener es mantener el secreto y, sobre todo, la tapadera de que son hermanos, porque al ser Auristela muy hermosa, serán varios los personajes, o concretamente dos, el príncipe Arnaldo de Dinamarca y el duque de Nemurs, de Francia, los que querrán casarse con ella a cualquier precio.
Pues bien, aquí habrá un viaje, primero por los mares del norte, regiones oscuras y frías, y luego a pie por la Europa meridional: Portugal, España, sur de Francia e Italia, hasta llegar a Roma. Todo esto se ha visto de manera simbólica, e incluso mística, porque van de la oscuridad a la luz, de la barbarie a la civilización. 
Este viaje va a ser muy polémico porque transcurre, o debería transcurrir, por una Europa sacudida por las guerras religiosas, con todo el trasfondo ideológico que había. Lo primero que hay que preguntarse es por qué, cuando están en Dinamarca, no tiran para abajo y van a Roma por tierra, cruzando Alemania. Cervantes prácticamente no menciona Alemania, ni da explicaciones de por qué no van, ni nada. Pero estaba claro: en Alemania se odiaba profundamente a los católicos. Eran como el agua y el aceite.
Entonces, ¿qué hacía que unos y otros fueran irreconciliables? La historia del protestantismo es muy extensa, así que voy a sintetizar al máximo. El primero en cuestionar el catolicismo fue Erasmo de Rotterdam, emblema de los humanistas, que realmente era un sofista, un orador que convence pero que a la vez engaña. Erasmo criticaba la veneración de reliquias de santos, la creencia en milagros, etc. Pero un tema que defendía mucho era el pacifismo o irenismo (Irene es paz en griego), incluso con los turcos, cosa irrealizable. Por esto se dice que Cervantes no era erasmista, porque Cervantes sabía por experiencia propia que con los turcos no hay acuerdo posible. Y por cierto, esto del irenismo era, y sigue siendo, una herejía para el catolicismo.
Pues bien, Erasmo inspiró a Lutero, y se escribían con frecuencia. Pero acabaron peleándose por un motivo muy peliagudo: el libre albedrío. ¿Qué es esto? El libre albedrío es un precepto católico, que viene a decir que puedes salvar tu alma en cualquier momento, aunque hayas sido malvado, si te arrepientes y haces alguna buena obra. Esto, en la práctica, significaba que bastaba con una donación a la Iglesia, o a un hospital, para ir al cielo. Esto daba  pie a chanchullos. A Lutero esto de las indulgencias (así se llamaba el perdón de la Iglesia a cambio de dinero o favores) le irritaba. El caso es que Erasmo no se atrevía a negar el libre albedrío, porque también es un tema muy filosófico, mientras que Lutero sí lo negaba, por eso rompieron relaciones.
Ilustración de la edición del Persiles de 1781 (Madrid). 
¿Qué es lo contrario del libre albedrío? El destino, la predestinación: nada va a salvarte si has sido malvado; las buenas obras, de caridad o lo que sea, no te van a salvar, sino la fe. Esto da lugar a varios cambios radicales: no obedecer al Papa, que favorecía todo lo que diera dinero a la Iglesia; y algo muy curioso relacionado con esto de la fe, que es la libre interpretación de la Biblia. Uno no necesitaba intermediarios para que le explicasen los textos bíblicos, sino que tenía que leerlos y entenderlos como le pareciese, siempre que tuviese fe, se autoconvenciese. Esto dio lugar al idealismo, opuesto al racionalismo católico. La gran ventaja que tuvieron los protestantes es que se les enseñó a leer, mientras que los católicos eran la mayoría analfabetos, por eso nos quedamos atrás en ciencia. Lo peligroso es lo que implica el idealismo: creerse cosas, tomarse la ficción en serio. El idealismo puede llevar a ideas descabelladas, como el nazismo, o como creerse un caballero andante. ¿Ven por dónde van los tiros? ¿Ven cuál era la intención de Cervantes con el Quijote?
Con esto volvemos a Cervantes, al misterioso Cervantes, que en los últimos años de su vida escribe una novela con protagonistas protestantes. Como mínimo, tenía que hacer sonar alarmas en los lectores y en la censura, pero a la censura la burlaba fácilmente: Cervantes se explayaba enormemente siempre que hablaba del catolicismo. Américo Castro, un famoso cervantista, decía que esto era sospechoso. Efectivamente, afirma en exceso para despistar, pero el lector atento puede captar la ironía. Hasta nos da una pista cuando uno de los personajes dice “la disimulación es provechosa”, que, a mi juicio, es la frase que mejor resume el pensamiento de Cervantes.
Pues bien, ¿qué hay en Cervantes y en el Persiles que ponga en duda su apoyo al catolicismo, es decir, a la Contrarreforma? En primer lugar, que en ningún momento hay una sola intervención divina, ni en el Persiles ni en ninguna obra suya. Es más, condena los milagros, porque hace decir a los personajes que hay cosas que no se deben a milagros, sino a misterios, que son acontecimientos que ocurren raras veces, entre otras razones. Otra: un personaje, Mauricio, católico, de un supuesto país católico, Hibernia, dice que en su patria se practica la aberrante ius primae noctis, el derecho de pernada, con lo que parece que la moral católica tiene una eficacia nula ante las costumbres sociales. Otra más: los rituales católicos, que Cervantes se los pasa “por el forro”, con perdón. No hay ninguna ceremonia religiosa católica en el Persiles, no hay ningún cura. En las bodas de la novela, al menos en dos, la de Renato y Eusebia, personajes de la Isla de las Ermitas, y al final, la de Periandro y Auristela, no hay cura ni ceremonia, sino que se realizan por apretón de manos. Cervantes podía haberse inspirado en antecedentes literarios para este tipo de matrimonios, aunque también existían en la realidad, y por cierto estaban mal vistos por la iglesia. Lo que sostenemos aquí es que, Cervantes, como constante defensor de la libertad, apoyaba los rituales civiles. Hay que añadir una cosa más, fundamental, que es una auténtica patada a las convenciones religiosas, que es que la peregrinación es fingida, todo es una farsa.
Pero para algunos autores, como Michael Nerlich, autor de El Persiles descodificado, que se dedicó a estudiar el Persiles en clave mística y religiosa, Cervantes pretendía una especie de sincretismo religioso cristiano y, por lo tanto, no estaba en contra del el protestantismo. Para Nerlich, del Persiles, y por tanto de Cervantes, se desprende una tolerancia religiosa absoluta dentro del cristianismo. Pero sabemos que Cervantes no era protestante, aunque lo tolerase, porque no estaba a favor de la predestinación: en su tragedia La Numancia, hace decir a Cipión “cada cual se fabrica su destino”, lo que equivale al libre albedrío. Por otra parte, Isabel Lozano Renieblas, la más reconocida cervantista española, sostiene que la obra de Nerlich no tiene ni pies ni cabeza porque no hay que buscar otra intención que el sentido estético, ya que, según ella, Cervantes sólo escribía para entretener. Este argumento es indudablemente limitado, muy cerrado en filología sin tocar otras áreas.
Al haber mencionado La Numancia, hay que mencionar otra transgresión de Cervantes: el tema del suicidio. El Concilio de Trento había prohibido el suicidio en literatura, pero Cervantes suicida a todo un pueblo en La Numancia, a Grisóstomo en El Quijote y, en el Persiles, Rosamunda se deja morir de hambre, que no deja de ser otro suicidio. Con esto Cervantes manifiesta dos cosas: que el suicidio no se puede eliminar de la literatura, porque es ficción y no hay que tomársela en serio, no tiene que suicidarse nadie; pero dentro de esa ficción, que también forma parte de la ontología humana, no se puede negar que cada cual es libre de quitarse la vida si tiene razones para ello, aunque sean absurdas, como el caso de Grisóstomo.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que Cervantes defiende constantemente la libertad, la libertad humana, por encima de la moral católica, muy por encima de la predestinación protestante, de ahí que concluyamos que Cervantes era un ateo, racionalista, que ha concebido toda su realidad como católico, eso sí. Este nivel profundo queda sepultado por su disimulación, la burla de la censura, la tradición literaria de la que se sirve y un fino sentido del humor del que a veces no somos conscientes. En el Persiles está todo este artesonado y nos ofrece posibilidades de lectura y de interpretación prácticamente inagotables.
Visto esto, les invito a reflexionar sobre quiénes somos, qué genoma llevamos en nuestra cultura, qué hay de Cervantes en nosotros y, por supuesto, les recomiendo leer atentamente el Persiles.



Bibliografía

CERVANTES, MIGUEL DE (2004), Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Ed. de Carlos Romero Muñoz. Madrid: Cátedra.
LOZANO RENIEBLAS, ISABEL (1998), Cervantes y el mundo del Persiles. Centro de estudios cervantinos.
LOZANO RENIEBLAS, ISABEL  (2008a), "El Persiles hermético". Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, 26.1 (Spring-Fall 2006 [2008]): 277: 84. The Cervantes Society of America. 
LOZANO RENIEBLAS, ISABEL (2008b), "Religión e ideología en el “Persiles” de Cervantes", en FINE, RUTH, LÓPEZ NAVIA, SANTIAGO (eds.), Cervantes y las religiones. Madrid, Editorial Iberoamericana. 
MAESTRO, JESÚS G. (2017), "Religión y política en el Persiles de Cervantes desde el materialismo filosófico" (Conferencia en vídeo). Oviedo, Fundación Gustavo Bueno. Disponible en:  https://www.youtube.com/watch?v=y-zzsFoT8hY 
NERLICH, MICHAEL (2005), El Persiles descodificado o la Divina Comedia de Cervantes. Madrid, Hiperión.