domingo, 11 de agosto de 2019

Descubriendo a Manuel Vilas (y reencuentro con Lou Reed)

Todo empezó hace bastantes meses, cuando veía anuncios de un libro amarillo cuyo título me alcanzaba como un flechazo: Ordesa. Me decían que no tenía nada que ver con Ordesa, que el autor escribía de cosas que nada tenían que ver con Ordesa. No conocía tampoco al autor, así que lo olvidé.
Sin embargo, hace poco, en mi último viaje a Torla (ahora hablaré de ese lugar), la que entonces era mi pareja llevó ese llamativo libro amarillo con un cardo en la portada, movida por la intuición, entre otros que había sacado de la biblioteca de su barrio. No leíamos nada que no fuera académico o didáctico desde antes de las oposiciones. Creo que yo no leía nada por placer desde antes del máster de profesorado, hace cuatro años.
Torla es como mi pueblo. No puedo decir que sea mi pueblo, porque los de Madrid no tenemos pueblo. Antes de que mi hermano y yo naciéramos, mis padres y amigos suyos ya iban por allí a hacer montañismo en el Parque Nacional de Ordesa, en los años 70. Entonces era un lugar casi virgen, desconocido para la mayoría, donde el pueblo era pequeño y sus habitantes se dedicaban a las vacas. Pero mis padres y sus amigos estaban tan enamorados de ese lugar, al que iban todos los años, que hasta me bautizaron allí. Era el año 1981. Desde entonces, he ido todos los años, con mi familia o con diferentes amigos, parejas o solo.
Y entonces, en el año 2019, aparece un libro que se titula Ordesa. No es posible que no tenga absolutamente nada que ver, si el título es ése. Primero lo ha empezado a leer mi novia y no le ha gustado. El autor o narrador divaga solo, hablando hasta de las medicinas que se toma o de tipos de bombillas. No me condiciona eso y leo la primera página.

Es poesía.
Percibo inmediatamente que estoy leyendo a un poeta. Miro las solapas y la contraportada. No solamente el autor es un reconocido poeta a la par que novelista, sino que es aragonés, nacido en Barbastro. A mí me habría gustado ser poeta y ser aragonés, pero me he quedado en un mero proyecto de ambas cosas. Pero ya me ha enganchado: tiene algo, o bastante, de lo que querría ser. No sé cómo será la persona de verdad, pero esa parte ficticia, esa "voz", la de la "persona" en el sentido etimológico, que habla a través de una máscara, me alcanza a través de un canal que me hace vibrar fibras olvidadas. 
Habla como alguien que habla solo, en primera persona, sin disfrazar nada. Si acaso, a veces se refiere a sí mismo en tercera persona recurriendo a la polionomasia, como "el hombre que no se sabía hacer el nudo de la corbata". Pero habla consigo mismo, como debe ser para lograr la autenticidad. Decía Salinas que para escribir poesía hacían falta autenticidad, belleza e ingenio. Y él también hablaba para sí, no sólo para Katherine.
Para saber hablar con uno mismo de esa manera hay que ser un poco ermitaño. El ermitaño, metido en su caverna, alumbrando con su candil, se pierde en sus laberintos y se enamora de la luna. Pero habla que da gusto, sin que le interrumpa nadie. Cuando encuentro otro ermitaño, o alguien que, momentáneamente ermitaño, parece que hubiese encontrado una grieta entre mi caverna y la suya por donde comunicarnos, como Píramo y Tisbe.

Pasa una semana y hay que volver a Madrid. Mi pareja tiene que devolver el libro a la biblioteca de Vallecas. Me ofrece volver a sacarlo, pero le digo que no, porque siento que antes debo leer otras cosas de Manuel Vilas, antes de ese libro tan íntimo, tan desgarrado por la muerte de su padre. Es como cuando hice el Camino de Santiago desde Galicia y luego decidí hacerlo desde Roncesvalles. Hay que empezar por el principio.
En mi biblioteca (la de Usera) me alcanza otro fogonazo: Manuel Vilas tiene un libro sobre Lou Reed. No puede ser. Primero Ordesa y ahora Lou Reed. Este tío tiene que ser familiar mío o algo así. Cojo ese libro y otros dos de al lado: Setecientos millones de rinocerontes y Zeta
No puedo esperar ni respetar el orden cronológico de su obra. Empiezo a leer Lou Reed era español y encuentro la misma voz, exactamente la misma, que en Ordesa. Pego el oído a la grieta de mi caverna.



Él conocía la música de Lou Reed muchísimo antes que yo, antes de que yo naciera. Ocurrieron muchísimas cosas interesantes antes de que yo naciera o mientras yo era muy joven. Lo enormemente valioso de Vilas es que estuvo antes pero, inusitadamente, está también ahora y se acuerda de cómo eran las cosas antes. Sabe revivir el pasado como si lo hubiera vivido ayer mismo. También tiene clara consciencia de cómo son las cosas ahora, manteniéndose en un punto escogido por la experiencia desde donde ve y comprende todo, lo de antes y lo de ahora.
Así, comienza el libro de una manera que engendra vértigo, un vértigo sobre una matriz curvada que altera la gravedad: el tiempo. Como dice en otra parte, en el comienzo de un libro se tiene que notar que el autor ha escogido bien las ideas, que no emplea unas oraciones arbitrarias (en ese caso, se puede desechar la lectura). Dice así:

Hay muchas formas de vivir, infinidad de razones para que la vida comience. La vida sólo permite ser contada si ves en ella un viaje.
Sólo hay un viaje importante en la vida.
Todo viaje esconde un deseo. El mejor de los viajes es el que la vida misma propone, el trayecto de la vida a la muerte. También se puede viajar dentro de la muerte, como hacían los griegos. El viaje esconde un crimen. La vida es violencia secreta. Esconde el crimen contra uno mismo.
Corre el año 1975 y estoy viendo a un adolescente que vive en un pueblo español de quince mil habitantes. En el corazón de ese chico hay un deseo, una perplejidad imparable, imprudente, terca: el chico quiere viajar a la búsqueda de una Voz. Es como si de repente tuviera una visión de futuro, un futuro compuesto de largos viajes por España buscando el esclarecimiento de un misterio.

Estas líneas se nutren de una vida entera. Ha sabido ver y recordar el hilo que conecta los principales puntos de su estructura vital. Que ese adolescente se obsesionase con ver un concierto de Lou Reed, la Voz que buscaba, y que de hecho lo intentase, y no dejara de intentarlo hasta conseguirlo, es la clave de que esa misma persona convertida en adulta sea quien es, y haya acertado en ser quien es.
Si no le hubieran dejado ir, si alguien le hubiese quitado la idea de la cabeza, si sus padres no le hubieran dejado escuchar al cantante neoyorquino, habríamos tenido otra persona. Pero probablemente nada podría haberlo detenido en la búsqueda de la Voz, su Voz. Todos los que hemos escuchado a Lou Reed hemos querido cantar con esa voz.

A propósito de las voces, antes he mencionado que parece que Vilas habla consigo mismo, lo que implicaría un largo monólogo monocorde (así dicen que hablo yo en mis clases) que tal vez tenga fundamento en otras de sus novelas, pero no en ésta. La voz de Vilas es la misma pero juega a interpretar otros papeles, con gracia y viveza, en Lou Reed era español. Unas veces el narrador se refiere a sí mismo como autor en tercera persona, otras veces habla él en primera, sobre todo cuando quiere utilizar el vocativo para hablar directamente a Lou Reed; otras veces interpreta a Lou Reed, hablando o dialogando con otros personajes reales o ficticios, con un lenguaje y un contenido plausible: es muy posible que hablara o pensara así. Otras veces hace hablar a Nico, otras a John Cale; incluso, en un final apoteósico que no quiero desvelar, hace hablar a España (p. 186).
El recurso literario de hacer hablar a un muerto, dicho sea de paso, se llama idolopeya. La novela está plagada de idolopeyas. También cabría hablar de polifonía, por lo dicho de la diversidad de voces de personajes, aunque esta novela (por llamarla de algún modo, porque no tengo muy claro el género) está enclavada en el autor/narrador constantemente, gira alrededor de él, aunque quiera hablar de Lou Reed. Vilas tiene naturaleza de poeta lírico, y la lírica es el cauce de la subjetividad del hombre. Se puede aprender algo de Lou Reed leyendo este libro, pero más se sabe y se siente de lo vivido por Vilas en la búsqueda de la Voz.

Es necesario aclarar la confusión entre autor y narrador. El autor es una persona real, el narrador es una entidad ficticia, un personaje más de la novela. Hay muchos casos donde el autor se introduce en la novela como narrador y nos cuenta una historia. Ahora bien, se dice que "para que una obra sea literaria, tiene que tener ficción". ¿Una obra en la que el autor convertido en narrador cuente hechos reales no sería literaria? Depende de ciertas cosas. En el caso de Vilas, ocurren varias cosas desde el punto de vista diegético para todo lo que haga sea indudablemente literario: una, que a veces narra hechos claramente ficticios, como cuando Lou Reed habla con drogadictos muertos de toda España; otra, que hechos presuntamente vividos por el autor resulten difícilmente creíbles, como que tire hacia arriba un kebab en un concierto, causando una lluvia de trozos de comida sobre la gente, y no le propinen una paliza; por último, que adopta la llamada voz narrativa, que significa que cuando una persona se pone a escribir, automáticamente adopta algo de ficticio, de literario. Uno no se manifiesta igual en la vida real que al escribir un libro. Pero esa voz, aunque haya que clasificarla en el ámbito de la ficción, no es falsa, sino más auténtica, quizá, que la voz real. Es la paradoja de la literatura: es falsa y auténtica a la vez.
Uno de los ejemplos más bellos de lo falso y auténtico al mismo tiempo está en el referido capítulo 12, cuyo título es: "El fantasma de Lou Reed habla en el teatro del infierno con macarras y colgados españoles de las últimas décadas; todo ocurre el 28 de octubre de 2013, un día después de la muerte del Frankenstein de Nueva York; Historia General de la drogadicción occidental". Al final del capítulo, después de sorprenderse Lou Reed de que todos los macarras muertos se llamen Juan y sea cada uno de una provincia española, éste le pregunta a Juan de Zaragoza cómo murió. Este último muerto dice así (p. 101):

-Era una noche de verano, conducía mi coche. Los veranos españoles son fastuosos. Iba por una carretera de montaña. Hacía una semana mi mujer me había dicho que se largaba con otro. No me lo tomé mal, eso me pareció. Ya hacía tres días que mi madre se había muerto. Estaba sin mujeres en mi vida. Iba escuchando tu maravillosa y melancólica canción "Vanishing Act". Es tan bella esa canción, era todo tan hermoso, que aceleré en una curva y, mientras aceleraba y mi coche quedaba suspendido en el abismo, fui desbrochando lentamente mi cinturón de seguridad y te oí decir: It must be nice to disappear, to have a vanishing act.
Como ocurre a menudo en su obra, los tintes autobiográficos son insoslayables. El autor que así se expresa no está muerto, pero ciertos hechos referidos sí son reales. La ficción está en los márgenes de lo posible, como recomendaba Aristóteles: "se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible increíble". Un muerto no puede hablar, pero el narrador/autor, fan de Lou Reed en toda su evolución, podría estar muerto.
Vilas da la impresión de escribir como vive. Murakami habla en De qué hablo cuando hablo de correr de la toxina de los artistas: hay que acercarse a las cosas más puras mediante comportamientos o pensamientos insanos, la toxina de la oscuridad personal. Es necesario beber pequeñas dosis de esa toxina. "La parte más sabrosa del pez globo está junto al veneno." Pueden hallarse bastantes relaciones entre Murakami y Manuel Vilas, que debería redactar en otra ocasión. También las hay entre Vilas y Lou Reed, sin duda, analizando por ejemplo la materia oscura de esa ocasión en la que el aragonés redacta el referido párrafo y el neoyorquino la citada canción:


It must be nice to disappear
To have a vanishing act
To always be looking forward
And never looking back 
How nice it is to disappear
Float into a mist
With a young lady on your arm
Looking for a kiss 
It might be nice to disappear
To have a vanishing act
To always be looking forward
Never look over your back 
It must be nice to disappear
Float into a mist
With a young lady on your arm
Looking for a kiss

Esto es lo que pretendía dejar escrito sobre mi descubrimiento de Manuel Vilas: unos rasgos de su estilo y lo que me ha conectado con él, mediante curiosas coincidencias. Me he dejado algunas en el tintero:


  • Estudió Filología Hispánica, como yo: "El hombre joven está estudiando quinto de Filología Hispánica [...]: estaba traduciendo a Virgilio, estaba leyendo a Góngora, estaba analizando oraciones subordinadas de relativo, estaba comprendiendo a Aristóteles, estaba estudiando la España del siglo XVI, estaba leyendo a Benito Pérez Galdós, estaba leyendo a Miguel de Unamuno".
  • Lou Reed tocó, o intentó tocar, en el barrio de Usera (Madrid), en el estadio de Moscardó, el 20 de junio de 1980 (p. 65). Yo vivo en Usera. El propio Manuel Vilas vino mucho tiempo después a visitar ese lugar, tras las huellas de la Voz, mencionando las estaciones de metro de Sol, de Legazpi, de Usera... (pp. 134-143, cap. 16).
  • Manuel Vilas es profesor de secundaria de Lengua y Literatura, como yo (p. 130). "Como el cuarentón trabaja en la actualidad de profe en un instituto, ha ido mentalmente poniendo nota a cada canción. [...] "Satellite of love": 9,76 / "Ecstasy": 4,9 (presentar trabajo o examinarse en septiembre) / "The Blue Mask": 5 / "Perfect Day": 4,5 (pasar a ver al profesor, ha copiado de otro alumno) [...]
  • Y más cosas.


Quizá muchos se pregunten qué importa todo esto. Algún psicólogo podrá deducir algún comportamiento infantil al querer parecerme a algún gran escritor o cantante. Puede ser. Pero necesitamos referentes, necesitamos puntos de apoyo para crecer, y esos puntos de apoyo han de estar hechos a medida de cada uno.
Esa medida la busco como quien busca un zapato de su talla. Cuando encuentro una conexión con algo o con alguien, encuentro una vía por donde crecer, por donde extender una rama hacia la luz solar.
Encontrar parecidos es bueno, muy bueno. Para poder construir algo, hay que ver lo que nos asemeja y no lo que nos diferencia. Ver las diferencias, autoafirmarse en ser diferente, sólo destruye, aunque se aprenda mucho con la otredad. El primer paso está en ver en qué nos parecemos, como ya encontró el Manuel Vilas adolescente con Lou Reed, como ya adivinó que tenían una Voz parecida, sólo que uno la manifestó en la música y otro en la literatura.









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