sábado, 1 de septiembre de 2018

Adiós, Iberia



“Has pasado a mejor vida”, me dicen alegremente, en broma, en el buen sentido. Todo parece un cambio a mejor. No lo parece; lo es, sin duda. Sin embargo, el buen augurio “a mejor vida” parece morir, curiosamente, por todo lo que dejo atrás. Muere conmigo algo al irme de aquí, algo que parecía que no iba a morir nunca, como un olivo milenario. Recuerdo que hace mucho tiempo, cuando todo estaba empezando, le pregunté a alguien: “¿Dónde te imaginas que estaremos dentro de veinte años?” Y decía, con sorna: “¿Dónde vamos a estar? ¡Pues aquí!”

Pero a ese olivo que imagino, que tan hondamente había agarrado, se le fueron pudriendo las raíces. Alguien había comenzado a envenenar la tierra, no sé si para hacer crecer el árbol deprisa y de mala manera o para matarlo directamente. El caso es que Iberia dejó de parecer un lugar para siempre. Aparecieron las pizarras con objetivos y datos de empresa, el proyecto Lean, la limpieza exhaustiva (para bien y para mal), las líneas pintadas en el suelo, las necesidades que no existían (creadas para darles carguitos a unos cuantos), las prisas, las amenazas, los 22 sábados al año, y de vestirnos del tradicional azul mecánico pasamos al rojo chillón publicitario.

Paso a mejor vida, pero irme de aquí es, por un lado, una ambigua mezcla de algo triste y doloroso y, por otro, la extraña sensación de que no pierdo nada al irme. Pero éste ha sido mi hogar durante mucho tiempo. Lo llevo dentro. Es lo más ingenuo que un asalariado puede decir, pero lo siento “mío”, porque ha sido mi casa. Desde mi taquilla hasta los hangares, con cada uno de sus rincones, pasillos, carros, elevadores… Y el avión, otro tanto. Mis tanques de combustible, que tantas veces han sido lugar de paz y recogimiento (cómo no) y de buenas conversaciones con algún amigo.

Y, sin embargo, se acaban los madrugones, trabajar los sábados, los festivos, los cuadrantes infernales y el abrasivo desgaste del día a día de ser un TMA. Me gustaría poder decir al mundo lo que aguanta un profesional como vosotros tras largos años de calor, frío, posturas dolorosas, golpes, hidráulico en los ojos, ruido de pistolas neumáticas, ruido del APU, ruido de bombas de hidráulico, todo ruido posible, y olores a grasa verde, a combustible, a lo innombrable de los depósitos de la mierda, a todo tipo de porquerías. Y que nos quiten poco a poco los privilegios: el transporte colectivo, la ducha dentro de jornada, que te vigilen el tiempo del bocadillo, etc.

Por esto, lo que más pena me da es que no me dé pena irme. Lo que tiene que ser idealmente un trabajo, un ejercicio de autorrealización y satisfacción, era últimamente la obligación de la supervivencia, que es lo que quieren los que mandan: aprovecharse de nuestra necesidad. Yo ya no estaba creciendo ahí. No digo que haya que irse, porque los que estáis ahí podéis hacer que no vaya a peor, si conseguís que se os valore y se os respete (que así será), pero sí recuerdo que Iberia, o los hangares, son un mundo muy pequeño y limitado. No os engañéis con que afuera está todo peor.

Me quedo con lo mejor, el recuerdo de vosotros, el sentirme siempre protegido, valorado y escuchado, porque siempre que he necesitado atención, ayuda o simplemente alguien con quien compartir inquietudes lo he encontrado en Iberia. Ha habido, incluso, momentos de lo más alto a lo que se puede aspirar, que es la libertad. La libertad se ejerce siempre entre las personas, en sociedad, porque en su más remota etimología significa ‘estar entre amigos’ (ing. freedom, free < friend; al. Freiheit, frei < Freund), y solamente entre amigos se puede hacer lo que se desea o lo que se necesita; se puede ser, estar y actuar a gusto con uno mismo y con los demás.

Me gustaría transmitir únicamente una cosa para todos los trabajadores de este mundo, y es que importa muchísimo más llevarse bien con el compañero, a quien vamos a ver todos los días y que va a difundir su bienestar o malestar a otras personas fuera del trabajo, que el propio trabajo en sí, que es importante, pero de un modo u otro siempre va a salir. No vale la pena discutir por trabajo. Todas las formas de hacer un trabajo, si son razonables, son válidas. Y con la cantidad de horas al día que se pasa con los compañeros, todos los días, más que con nuestras parejas o familias, lo más importante es respetarse y cuidarse, que ya es bastante triste la vida con lo que nos ha tocado.

Si lo hacemos así, en vez de la agria sensación de aguantar estoicamente las obligaciones, nos sentiremos agradecidos. Es lo que pienso, con alivio, cuando veo que muchos de los que han estado conmigo lo han hecho así: quiero decir “gracias”, y doy gracias a Iberia y sus trabajadores, mis compañeros, mis amigos, por todo lo que me han dado.

Eduardo Madrid Cobos
Madrid, 1 de septiembre de 2018