Viernes 4 de octubre de 2024
Estoy sentado en mi butaca, la 30D (pasillo), en este vuelo de avión de Las Palmas de Gran Canaria a Madrid, tras una breve estancia en la ciudad por un viaje de trabajo, un curso de Erasmus.
Este asiento está en la penúltima fila. Estoy muy cerca del galley posterior (no recuerdo el número), donde trajinan los TCP (azafatas y azafatos). Son dos mujeres y un varón, todos jóvenes, guapos y con dientes blanquísimos. Al hombre, un joven de pelo y barba castaños, casi rubio, con esa barba perfectamente peinada y recortada, le comenté, mientras esperaba a que embarcase la gente, que fui empleado de Iberia durante muchos años. Dije que fui TMA y luego me preguntó que qué hacía. Me sorprendió que no supiese lo que significaban esas siglas, que para mí iluminan el mundo y son un hito en mi vida. Se lo dije y comentó:
-Ah, mantenimiento -y añadió-: Pues este avión tiene siempre averías. Tiene más de veinte años.
Era cierto que el avión tenía solera. Me quedé sin saber la matrícula, entre unas cosas y otras. Era un A320-200, muy distinto del flamante 321, novísimo y larguísimo, del viaje de ida. En éste, al estar en el pasillo, pude pasar al baño y sonreí ante los conocidos muebles y accesorios, viejos y con algún desconchón de pintura. Abrí el cajoncito donde solía haber pastillitas de jabón "Heno de Pravia", pero eso ya era historia: ahora hay sobrecitos de jabón líquido. Pulsé el botón del "flush" y recordé cuántas veces le dábamos al limpiar la línea de residuos con hielo picado y vinagre, con el largo tubo marrón enchufado a la Kärcher que metíamos poco a poco, en un armonioso trabajo en equipo: uno abajo con la máquina, otro en la puerta, otros dos acuclillados en el váter, con el codo del desagüe desconectado, sujetando el tubo con guantes de nitrilo y trapos... Recuerdo una anécdota con un trapo que fue ingerido accidentalmente, culpa mía. Aunque luego se solucionó.
Abrí la portezuela del mueble del lavabo para comprobar -más bien contemplar- la pequeña botella extintora redonda, esa pelotita metálica, y ver que tuviera la aguja en la banda verde.
En este vuelo no me dormí. Me había puesto tapones de oídos, que eran reliquias de mis viejos y atesorados EPIs de Iberia, tapones 3M de esponjita amarilla, de los pocos nuevos que me quedaban todavía de hacía más de seis años.
Porque hace seis años, un mes y tres días desde que dejé Iberia, desde que rompí mi mejor relación (como si fuera una pareja) sin verdadera necesidad, desde que traicioné mis recuerdos de juventud y comencé a enterrarlos, como a paladas de tierra sobre un féretro, hasta dejarlos sepultados a tres metros bajo tierra. A seis, a seis metros como seis años, y cada año están más profundos.
En el galley posterior, el joven TCP, mientras habla con sus dos compañeras, se pone a estornudar. Estornuda una y otra vez, mientras las chicas siguen hablando. Pero el joven sigue sigue estornudando varios minutos más. Una de ellas, cuasidivina, con unas facciones de lo más atractivas a la vez que de semblante cercano y simpático, de lo más deseable (yo recordaba los versos de Rubén Darío: "Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver..."), sale y abre el maletero sobre la fila 31 izquierda (LH), un maletero más corto y con tres pegatinas. Saca una maleta de plástico rígido naranja y se la lleva atrás. La utilizan y el azafato deja de estornudar. Es el kit médico, que yo siempre vi cerrado y precintado. La tripulante lo guarda en su sitio y echa encima dos bolsas de tela marrón, que había sacado previamente. Sé perfectamente qué hay en esas bolsas: extensiones de cinturón de seguridad. No sé si había quince o si eran veinte. Había que contarlos.
Recordé cómo llamábamos a esa tarea de revisar todo el equipo de emergencia y accesorios de cabina: el "equipo mínimo". Era un trabajo agradecido, sin mancharse ni ponerse en posturas difíciles. Podría enumerar los nombres de grandes compañeros con quienes hice esa tarea. Aunque de algunos ya he olvidado el nombre y sus figuras azules se me aparecen borrosas.
Ahora, o entonces, mientras escribía en ese vuelo, pensaba que tal vez me costaría menos estudiarme todos los módulos de la licencia de TMA, que tendría que sacarme otra vez al haberme caducado, y superar todas las pruebas necesarias para reentrar en Iberia, que hacer la burocracia que hago como profesor de secundaria, y la que me queda, porque cada año va a más. Me engañan y me engaño. Me exploto yo más que nunca y me explotan, por mucho que sea funcionario. Pero no me ayuda pensar esto, me parece. No lo voy a hacer. No se puede retomar una relación que ya terminó, como en las relaciones sentimentales, porque ni esa mujer, ni yo, somos los mismos.
Pero la Iberia que dejé me sigue doliendo y me dolerá siempre.