“Has pasado a mejor vida”, me
dicen alegremente, en broma, en el buen sentido. Todo parece un cambio a mejor.
No lo parece; lo es, sin duda. Sin embargo, el buen augurio “a mejor vida”
parece morir, curiosamente, por todo lo que dejo atrás. Muere conmigo algo al
irme de aquí, algo que parecía que no iba a morir nunca, como un olivo
milenario. Recuerdo que hace mucho tiempo, cuando todo estaba empezando, le
pregunté a alguien: “¿Dónde te imaginas que estaremos dentro de veinte años?” Y
decía, con sorna: “¿Dónde vamos a estar? ¡Pues aquí!”
Pero a ese olivo que imagino, que
tan hondamente había agarrado, se le fueron pudriendo las raíces. Alguien había
comenzado a envenenar la tierra, no sé si para hacer crecer el árbol deprisa y
de mala manera o para matarlo directamente. El caso es que Iberia dejó de
parecer un lugar para siempre. Aparecieron las pizarras con objetivos y datos
de empresa, el proyecto Lean, la limpieza exhaustiva (para bien y para mal),
las líneas pintadas en el suelo, las necesidades que no existían (creadas para
darles carguitos a unos cuantos), las prisas, las amenazas, los 22 sábados al
año, y de vestirnos del tradicional azul mecánico pasamos al rojo chillón
publicitario.
Paso a mejor vida, pero irme de
aquí es, por un lado, una ambigua mezcla de algo triste y doloroso y, por otro,
la extraña sensación de que no pierdo nada al irme. Pero éste ha sido mi hogar
durante mucho tiempo. Lo llevo dentro. Es lo más ingenuo que un asalariado
puede decir, pero lo siento “mío”, porque ha sido mi casa. Desde mi taquilla
hasta los hangares, con cada uno de sus rincones, pasillos, carros, elevadores…
Y el avión, otro tanto. Mis tanques de combustible, que tantas veces han sido
lugar de paz y recogimiento (cómo no) y de buenas conversaciones con algún
amigo.
Y, sin embargo, se acaban los
madrugones, trabajar los sábados, los festivos, los cuadrantes infernales y el
abrasivo desgaste del día a día de ser un TMA. Me gustaría poder decir al mundo
lo que aguanta un profesional como vosotros tras largos años de calor, frío,
posturas dolorosas, golpes, hidráulico en los ojos, ruido de pistolas
neumáticas, ruido del APU, ruido de bombas de hidráulico, todo ruido posible, y
olores a grasa verde, a combustible, a lo innombrable de los depósitos de la
mierda, a todo tipo de porquerías. Y que nos quiten poco a poco los
privilegios: el transporte colectivo, la ducha dentro de jornada, que te
vigilen el tiempo del bocadillo, etc.
Por esto, lo que más pena me da
es que no me dé pena irme. Lo que tiene que ser idealmente un trabajo, un
ejercicio de autorrealización y satisfacción, era últimamente la obligación de
la supervivencia, que es lo que quieren los que mandan: aprovecharse de nuestra
necesidad. Yo ya no estaba creciendo ahí. No digo que haya que irse, porque los
que estáis ahí podéis hacer que no vaya a peor, si conseguís que se os valore y
se os respete (que así será), pero sí recuerdo que Iberia, o los hangares, son
un mundo muy pequeño y limitado. No os engañéis con que afuera está todo peor.
Me quedo con lo mejor, el
recuerdo de vosotros, el sentirme siempre protegido, valorado y escuchado,
porque siempre que he necesitado atención, ayuda o simplemente alguien con
quien compartir inquietudes lo he encontrado en Iberia. Ha habido, incluso,
momentos de lo más alto a lo que se puede aspirar, que es la libertad. La
libertad se ejerce siempre entre las personas, en sociedad, porque en su más
remota etimología significa ‘estar entre amigos’ (ing. freedom, free < friend; al. Freiheit, frei < Freund), y solamente entre amigos se
puede hacer lo que se desea o lo que se necesita; se puede ser, estar y actuar
a gusto con uno mismo y con los demás.
Me gustaría transmitir únicamente
una cosa para todos los trabajadores de este mundo, y es que importa muchísimo
más llevarse bien con el compañero, a quien vamos a ver todos los días y que va
a difundir su bienestar o malestar a otras personas fuera del trabajo, que el
propio trabajo en sí, que es importante, pero de un modo u otro siempre va a
salir. No vale la pena discutir por trabajo. Todas las formas de hacer un
trabajo, si son razonables, son válidas. Y con la cantidad de horas al día que
se pasa con los compañeros, todos los días, más que con nuestras parejas o
familias, lo más importante es respetarse y cuidarse, que ya es bastante triste
la vida con lo que nos ha tocado.
Si lo hacemos así, en vez de la
agria sensación de aguantar estoicamente las obligaciones, nos sentiremos
agradecidos. Es lo que pienso, con alivio, cuando veo que muchos de los que han
estado conmigo lo han hecho así: quiero decir “gracias”, y doy gracias a Iberia
y sus trabajadores, mis compañeros, mis amigos, por todo lo que me han dado.
Eduardo Madrid Cobos
Madrid, 1 de septiembre de 2018