sábado, 17 de diciembre de 2016

La melancolía del poder

Hace poco el filósofo brasileño Vladimir Safatle apareció en el programa “Café filosófico” de la televisión de su país. Si Safatle ya iba siendo bastante conocido, sus teorías y su estilo tuvieron muy buena acogida y gran difusión en ese momento, con su exposición y mesa redonda sobre la “melancolía del poder”. Aunque al público le preocupaba la traumática situación política brasileña, la teoría de la melancolía es extrapolable a cualquier sociedad moderna.
Lo que sugiere este filósofo es que hoy en día el poder se mantiene mediante la inducción a la melancolía en los sometidos. Parte de una de las proposiciones básicas de Freud: en la relación madre-hijo, en una de sus patologías, el hijo se autoconcibe como objeto rechazado por la madre, cuando espera una reciprocidad amorosa y ésta no ocurre. Safatle traslada esta idea del ámbito familiar y personal al ámbito social y político. Los ciudadanos que nos podamos sentir “rechazados” incubamos esa misma patología.
Según Safatle, la melancolía es el sentimiento amoroso a un objeto perdido e irrecuperable. Este objeto puede ser cualquier cosa: una persona, una idea, una creencia, etc., pero lo esencial es que no hay posibilidad de recibir ese mismo sentimiento recíprocamente, ya sea porque la persona ha muerto, nos odia, o una creencia es inaplicable porque han cambiado las circunstancias. No hay manera de suplantar el objeto de nuestro amor, no hay nada que pueda sustituirlo. Ese sentimiento enfermizo (recordemos lo que era la melancolía en la medicina griega, la “bilis negra”, que decía Galeno) es íntimo y personal, autoinducido: nos lo creamos nosotros mismos.

“O poder age em nós através da melancolia. Não há nenhuma dominação que seja baseada apenas na coerção, mas toda dominação só pode se realizar como uma forma de amor. Amamos o que nos domina, o que nos leva à questão de saber que forma é esta de amor que organiza nossa servidão. Se partirmos da compreensão freudiana de que a melancolia é uma forma de amor, a saber, amor por objetos perdidos que nunca podem ser elaborados, podemos ter um eixo para compreender as dinâmicas psíquicas da sujeição”, afirma Safatle.

Las estructuras del poder han logrado respaldarse en esto. La forma de poder por coacción ya no tiene tanta fuerza, sino que se sabe que la auténtica fuerza del poder está interiorizada en las personas. La persona que trata de actuar con normalidad pese a un estado patológico se mantiene en un autocontrol, que se consigue en un estado concreto de resignación: cuando se acepta que la situación no se puede cambiar, que no hay nada mejor, cuando se dan por perdidas otras opciones. La contrapartida de ese autocontrol que nos permite seguir viviendo pese a la melancolía es la parálisis: la imposibilidad de actuar, la sensación de impotencia.

"Formas de ressentimento e resignação podem ganhar múltiplos desenvolvimentos. Um deles, diz Freud, é internalizar o objeto perdido no eu. Como se o eu estivesse sobre a sombra de algo. Era algo que se amava, foi perdido e se torna uma reprimenda contínua de quem se questiona: como fui capaz de perdê-lo? Ou, nesses processos de inversão clássicos da descrição de Freud, transformar isso numa agressividade ao objeto. Como ele foi capaz de ir embora, me trair ou me enganar? Esses são vocabulários não só afetivos, mas também políticos. É quando uma situação de paralisia, de impotência e de fraqueza, então, se constitui”, disse Vladimir Safatle durante o Café Filosófico CPFL sobre “A Melancolia do Poder” na última sexta-feira, 19/08.

El filósofo no da una solución directa, pero sí que aporta algunas directrices para que cada uno busque una manera de curarse. Al no poderse reemplazar el objeto amoroso (que, como hemos dicho, puede ser una aspiración, la esperanza de un futuro mejor), no poderse realizar “trueques” para amar otra cosa, lo que nos queda es intentar transformar nuestra concepción interior del objeto perdido, como forma de superación. La frustración se supera cuando el objeto perdido cuya presencia nos causa melancolía lo transformamos de alguna manera que nos permita volver a actuar.
Esta represión psicológica alude a las dos formas de vida de la antigua Grecia. Había dos palabras para referirse a la vida: zoé y bios. Zoé era la vida propia de los animales, la “vida desnuda”, enfocada a la reproducción. Bios era la vida propia de los seres humanos, porque se radicaba en una forma de comunicación, mediante el habla, que construye realidades (el logos). Era, por tanto, muy superior a la zoé. La lengua, que recoge las relaciones entre conceptos, que hace comprender y desarrollar el logos, construye la estructura política, de la vida en la polis. Por eso lo peor que se le podía hacer a un ciudadano griego era desterrarlo de la polis: sin actuar en la sociedad, la vida no tenía sentido; le reducían a una vida zoé. Una persona prefería morir a vivir así, de manera apolítica. Recordemos al poeta romano Ovidio, deportado al Ponto Euxino, escribiendo sus obras más tristes.
El poder nos degrada a ese tipo de vida, a una vida degradada. Nos convencen porque nos autoconvencemos de que el cuerpo tecnocrático jamás desaparecerá, de que es invulnerable. Este autoconvencimiento es muy poderoso, como ocurre en el amor. Las ideas autoinducidas, donde la realidad no puede interceder, nos conducen y nos sitúan en un determinado estado que hemos elegido, o al que nos vemos sometidos por ese amor destructivo que fomentamos desde dentro. Kierkegaard decía (cita Safatle) que el verdadero amor es el dado a las personas queridas que ya están muertas. Es “el mejor” porque no tiene reciprocidad, y así no se espera nada más de él, no hay un horizonte de expectativas. Pero como hemos dicho, esto implica un autocontrol: en la melancolía nos bloqueamos en ese proceso de resistencia. La resignación jamás será superación. El objeto se interioriza en el yo. Según Freud, se puede sentir rabia o rencor hacia el objeto amado o hacia el propio yo, y en este caso, el sentimiento es de culpa. En cualquier caso, el resultado siempre es la inacción, la parálisis y la impotencia.
La resignación marca todo discurso en la situación política actual: “ganan los de siempre”. Está sucediendo en todas partes. Lo que hace que este discurso tenga tan buena acogida es que es tremendamente realista; efectivamente es así, es innegable. Nos identificamos al escucharlo, porque toda la sociedad es melancólica. Bajo este imperio de melancolía la resignación se garantiza y el poder se consolida.
Safatle nos pretende incentivar a la imaginación y a no descartar otras formas políticas que han resultado nefastas en el pasado, porque las circunstancias actuales no son las mismas que en el pasado. Todo lo que se haga, aunque sea repetido, forzosamente va a ser diferente. Lo que ocurre hoy en día con la democracia es que se asume que no hay nada mejor. Como dijo Winston Churchill: “Democracy is the worst form of government, except for all the others”. “La democracia es la única forma posible”, nos quieren decir los beneficiados por ella, anquilosados en su “castillo kafkiano”.

No nos queremos dar cuenta de que ese castillo en el que se fortifican no existe, o es mucho más vulnerable de lo que parece. Hay mucho que cambiar, mucho que hacer que sí puede servir para algo, que puede mejorar las cosas, pero hay que echarle voluntad e imaginación. Y no descartar nada que haya fracasado antes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario