sábado, 22 de octubre de 2016

Aprender, crear, contemplar



Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares. Foto: E. M. C.



Acababan de sonar las campanas y en la recién reformada Universidad de Alcalá comenzaban las clases. Ya estaban todos los alumnos sentados, mas charlando animadamente, pues, al fin y al cabo, todavía eran muchachos.
El maestro de Gramática llegó puntual, con su raído hábito de monje y su libro bajo el brazo que él mismo había escrito, con los conocimientos de muchos años de experiencia docente. Se bastaba de ese solo libro que recogía lo indispensable. Como siempre, antes de abrirlo, comenzaba hablando de alguna sustanciosa digresión para entrar en calor. Sus más afamados discursos, siempre breves, se daban al principio y al final de la lección; así, creen los alumnos, conseguía que no se retrasaran y se quedaran hasta el final.
Así pues, el maestro, tras saludar y mesarse su encanecida barba, comenzó a hablar.

–Queridos míos, en la época de crisis de valores que vivimos, la educación del pueblo es vital. Las personas hacen la sociedad, y para que una sociedad esté formada, tiene que configurarse de personas formadas. Los que estáis aquí en la universidad sois privilegiados, pero a la vez no es extraño encontrar licenciados que, de alguna manera, han llegado a ser unos perfectos inútiles, y se han olvidado de todo lo aprendido. Del mismo modo, encontraréis de vez en cuando labradores o artesanos verdaderamente sabios, cultos, o ambas cosas. Por eso, amigos míos, no es más importante la formación que reciba uno desde fuera como la que nos impongamos desde dentro, como individuos.
»Ahí, en el interior, es donde radica la verdadera felicidad y la clave de la plenitud de nuestra existencia como hombres. ‘Hombres’ significa criaturas divinas, seres que experimentamos sentimientos más allá de los que puedan tener las alimañas, al menos que sepamos. En nuestra vida en la tierra, por tanto, hemos de aproximarnos a nuestra natural condición de seres escogidos y superiores a todas las demás criaturas, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.
»Para la existencia plena y consecuente con nuestra naturaleza parcialmente divina, es necesario desarrollar tres actividades ineludibles, que aunque puedan parecer en cierto modo trabajosas, producen mayor placer y felicidad que todas las demás. Estas acciones, sin las cuales nuestras vidas carecen de sentido, son estas tres: aprender, crear, contemplar. Se ejecutan en ese orden.
»La primera que hay que abordar, pero que debe realizarse durante toda la vida, es aprender. Uno debe prestar atención a todo lo que pueda serle útil para confeccionar unas tablas de comprensión del mundo. Recordad el origen de la palabra griega “teoría”, ‘ver lo divino’, que sólo se consigue tras un profundo conocimiento de la naturaleza. Aprender es un motivo en nuestra existencia, algo con verdadero sentido. Ya sabéis cómo Sócrates intentaba aprenderse una canción con la flauta hasta el momento previo a su ejecución. Hay que mencionar, eso sí, que hay dos tipos de aprendizaje: los más o menos mecánicos, como la música, la historia, la astronomía, los idiomas, nuestras disciplinas del trivium y el cuadrivium… y la nada desdeñable lección de la experiencia de la vida, los golpes, la edad.
»La siguiente actividad es crear. Es una deuda con lo aprendido, sin duda obligatoria, porque siempre que recibimos conocimientos y los aprehendemos, viene siempre impuesto el compromiso de realizar algo bueno y útil con ellos. El saber es un tesoro, y no compartirlo es egoísmo. Si se sabe música, hay que crear música. Si se sabe de política, se debe participar en la política. Así con todo lo que sabemos: escribir, enseñar, construir… La experiencia en la vida (el segundo modo de aprendizaje) facilita una de las máximas creaciones, que es crear un ser a tu imagen y semejanza, y a la vez, nuevo e imprevisible: un hijo. Pero hay todavía algo más allá, que es la creación de una obra de arte. La conmoción del alma por medio de la visión y comprensión del arte es pura trascendencia y lo que nos hace más felices.
»La última actividad es contemplar. Es lo que más nos une a la naturaleza, por cuanto de divino y de salvaje hay en ella. Una vez creado nuestro paradigma de comprensión mediante una amplia base de conocimientos, y una vez saldada nuestra deuda con ellos al haber cumplido nuestro compromiso con la sociedad, nuestra alma es capaz de apreciar las maravillas de la naturaleza y sentir un inmenso placer por ellas. El mismo efecto se produce con la contemplación de las obras de arte humanas, porque lo que subyace es lo mismo que en la naturaleza.

»Recordad, queridos míos: aprender, crear, contemplar. Y ahora comencemos la clase.


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