domingo, 27 de octubre de 2019

El dios del fuego

Breve ensayo escrito mirando una chimenea.



El fuego es un símbolo muy poderoso. Siempre se ha dicho que significa transformación. La transformación es un cambio de un estado a otro. Es el cambio verdadero, el cambio final, el cambio en esencia. No se puede volver al estado anterior después del fuego. La materia se hace inmaterial: humo, cenizas, polvo, nada.

Pero, mientras tanto, en el proceso, hay un efecto fascinante: las llamas, el inquieto baile de lenguas anaranjadas, amarillentas, rojizas, azuladas, de un color indefinible, el del fuego. Ese proceso se produce precisamente porque es efímero. El fuego es efímero por naturaleza: siempre hay que recordarlo. Debe su ser a que no dura. Las rocas, la tierra, el agua en todas sus formas, el aire… pueden durar eternamente, al menos para nuestra limitada vida humana, pero el fuego es caduco. Brilla, es fascinante, pero siempre termina. Brilla porque tiene señalado su final, como Aquiles. Y termina porque lo que arde cambia de un estado a otro. Está destinado a cambiar y a terminar.

En algunas creencias se asemeja la vida en nuestro cuerpo a una llama que nos habita, el “fuego interior”. Estamos vivos, brillamos, se va transformando el trozo de materia que habitamos. Se va consumiendo. Los cambios se suceden de manera incontrolable, como las múltiples llamas que aparecen y desaparecen espontáneamente, dibujándose como fotogramas, cada vez de una forma. Pero, al mismo tiempo, hay partes previsibles, un cierto determinismo que se deduce por cómo están colocados los leños, su forma, calidad y origen.

La cuestión es saber cuál será el próximo gran cambio: qué leño se desplomará primero, qué nueva forma adoptará el hogar. ¿Arderá después? ¿O se extinguirán sus ya pobres llamas, para quedar todo hecho un montón de tenues ascuas rodeadas de ceniza macilenta? Si hubiera un Dios que cuidase el fuego, que lo ordenase con un atizador y lo avivase, no habría que temer los cambios. 

Pero no hay nadie. O bien se está quedando dormido ahí delante, cálido, relajado ante la belleza de su creación.

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