lunes, 24 de diciembre de 2018

Simbolismo y literatura en los árboles de Pradolongo

Simbolismo y literatura en los árboles del parque de Pradolongo (Madrid, Usera)

Nota previa: el siguiente trabajo comenzó en 2018 con la intención de llegar a libro o a un artículo publicable. Sin embargo, no pasó de una introducción de tono lírico y nostalgia académica, pues no hacía mucho tiempo de mi época de estudiante universitario. Siete años después, doy por frustrado el ambicioso proyecto y me decanto por algo más modesto: un borrador para una actividad con alumnos, si es que llega a realizarse.
A continuación, expongo aquella introducción del año 2018, que escribí en los primeros meses de trabajo en aquel instituto de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero recuerdo que se la mostré a mi tutora de prácticas, a quien ni le iba ni le venía todo esto.

Una introducción personal: el lenguaje de los árboles


Mientras buscaba un título para esta obra, se me iban sucediendo unos y otros sintagmas más o menos precisos, hasta que me vino a la cabeza un fragmento de uno de mis intentos de poesía:

Porque a las cuerdas orquestales son las manos
lo que el infinito a la vida.
Y no son las cuerdas vocales lo que habla,
sino el aire que se mueve.
Ver lo eterno es muerte y transformarse
en alto chopo blanco.
No, no se entenderá el Lenguaje
si no se piensa

que no es el viento lo que suena,
sino las hojas de los árboles.

En la línea de algún insigne filósofo, quiero aquí concebir la realidad como lenguaje, ese Lenguaje con mayúscula. Sé que debería leer más sobre filosofía del lenguaje antes de ponerme a escribir esto, pero no hay tiempo. Ya lo editaré más adelante. En cualquier caso, el primer paso a seguir es analizar una de las partes de ese lenguaje. Como Champollion y los primeros que intentaron traducir los jeroglíficos, que se fijaron en los "cartuchos", los símbolos que rodeaban grafías indicando nombres de faraones, me dedicaré a observar un fragmento de la realidad que nos rodea, el mundo de los árboles.

¿Por qué los árboles? Me han fascinado desde siempre. Desde muy joven los dibujaba y guardaba en otoño sus hojas en libros o cuadernos. Nos abastecían para todo, nos proporcionaban herramientas y juguetes, ya fuera a través de una rama o un trozo de corteza caída. 
Pero hay algo muy sencillo de lo que nos damos cuenta con los árboles, sin necesidad de leer libros sobre ellos: son más altos que un hombre. Una mente antigua tenía que admirarse ante esa estatura y verticalidad. Los antiguos, además, vivían en comunión con la naturaleza mucho más que nosotros, los supuestos sabihondos de la "sociedad de la información". Para muchas cosas, justo a través de esa conexión, la gente de la antigüedad era más sabia, gracias a la observación meticulosa y profunda, con una enorme capacidad de abstracción. Las cosas no eran, en muchos casos, mera decoración arbitraria, sino que tenían un sentido y significaban algo.

Estamos ya muy lejos de los orígenes del lenguaje o, mejor dicho, de nuestras lenguas históricas, para poder apreciar el largo camino que lleva recorrido cada unidad del código, cada palabra. Nuestras palabras son ya meras herramientas y se han quedado vacías. Pero hace tres, cuatro o cinco mil años no era así, porque la capacidad de comunicarse acababa de forjarse a base de la interacción con el medio, con lo que cada palabra tenía vivas y latentes connotaciones. Por ejemplo, decimos ahora la palabra "amarillo" y solamente pensamos en un color. Como mucho, podemos notar que en muchos casos alude a la 'precaución', por las señales de las obras, o algo que tenga que llamar atención, por los marcadores fluorescentes con los que resaltamos palabras en documentos escritos. Pero un indoeuropeo de hace cinco mil años, que carecía de una sociedad compleja con una cultura anterior en la que basarse, nombraba las cosas con lo que iba encontrando en la naturaleza, con las sensaciones que le transmitían. Así, aunque hubiera flores amarillas, aunque el sol fuera amarillo, lo que le hizo designar este color fue algo sinestésico, la hiel. Al comerse un animal, vería ese tono amarillo junto al hígado, de amargo sabor, en contraste con el resto de sabores de la carne. De ahí esa manera de 'resaltar', la 'advertencia' o 'precaución'. Muy pocos se dan cuenta de que está presente la palabra "hiel" en todas las lenguas para nombrar este color: ing – yellow; pl – żołty; r – жëлтый; al – gelb; it – giallo; y si no es esta sustancia, la bilis, es su sabor amargo:  esp – amarillo; lat – amarus; p – amarelo. El amarillo es, por tanto, el color 'amargo', una sinestesia, una simultaneidad de percepciones sensoriales.

Recordemos, pues, que todo el conocimiento inicial de un ser humano tenía que estar construido con lo que veía y experimentaba en la naturaleza. Descartando por ahora el tema del alma y el espíritu, con lo que vivimos y con lo que aprendemos es con el cuerpo. El cuerpo es el instrumento de conocimiento del mundo que, además, es parte de la naturaleza. El ser humano fabrica, hace lo artificial, es un homo faber, pero es un ser natural, procede de la naturaleza. Esto lo tenían muy claro cuando tenían que afrontar la muerte: se enterraban los cadáveres como semillas, para que dieran lugar a una nueva vida, o se llevaban a una alta peña para que las aves carroñeras tomasen sus restos y los llevasen al cielo. Se devolvía lo dado. Como decía J. Manrique en sus Coplas, aunque nos estemos refiriendo al cuerpo, "dio su alma a quien se la dio".

De aquí que todas las palabras con las que se comunicaban los seres humanos, con las que comprendían el mundo, tuvieran que proceder de la naturaleza, en mayor o menor medida. Y no sólo había que nombrar realidades concretas, sino abstractas; no sólo había que nombrar y comprender lo de fuera, sino lo de dentro. Así, el cuerpo, el instrumento de conocimiento del mundo, con lo que se conoce todo lo que está afuera, sirve también para conocer lo que hay dentro, a través de lo que se ve y lo que se siente. Lo que está afuera está adentro. El decorado exterior, el orden natural, servía de plantilla de traducción, de piedra Rosetta, para entender lo que les pasaba a las personas por dentro y así entenderse a sí mismas.

La naturaleza es el espejo de nuestra psique. No entenderemos nunca quiénes somos ni quiénes son los demás si no entendemos el lenguaje primigenio, sus símbolos universales. Es lo que quise decir en el poema, anunciando, además, la manera de intentar comprenderlo: a través de las hojas de los árboles, no fijándonos en el viento. A través de lo tangible y lo visible, no a través de lo inasible. Estos símbolos estarían primero en la jerarquía del código del inconsciente colectivo de C. G. Jung, quien considero que se aproximó a una interpretación de este lenguaje a través de los sueños, los mitos y el arte. Jung (1984: 91-92) habla de “símbolos naturales” (contenidos inconscientes de la psique) y “símbolos culturales” (“verdades eternas”, religiones, imágenes colectivas). Como es natural, tantos siglos o milenios de cultura han dejado su huella en el llamado "inconsciente", sobre todo las religiones, pero, recordemos, lo primero era la naturaleza. Dejo para más adelante la explicación de lo que entiendo por "inconsciente".

De este modo, podemos ver a ese hombre o mujer de la más remota antigüedad mirar la magnífica altura, la majestuosidad y la perfección de un árbol, de fuerte tronco y profundamente amarrado al suelo. Vería algo así:



En ese momento, esa persona se daría cuenta de su inferioridad, de lo minúscula que es y de la grandeza de la naturaleza. Pero, además, estar ahí suponía algo: un vínculo a ese majestuoso abeto, al ser tanto éste como el ser humano hijos de la "madre tierra", mater tellus, y, al estar debajo, estaría sometida a su influjo y protección, el poder de ese árbol. Estar ahí nos revela lo que tenemos nosotros de ese alto y verde árbol. Es un encuentro con esa parte de nosotros, o quizá con algo que deseamos o añoramos, como veremos más adelante.

Un término conocido en antropología es el de la “identidad psíquica” o “participación mística” de los primitivos, que ha sido eliminada en nuestra cultura actual, y es lo que venimos exponiendo. La cultura de los antiguos vehiculaba estos mensajes del "código natural": así, una muchacha, en nombre de todas las mujeres, se sentía “florida”, o “verde” como un pino, o mecida por el viento como un álamo. 

Conviene matizar por qué tanta admiración e identificación o búsqueda en los árboles como símbolos. Dice Isabel Uría (1989:103):

Así, desde los tiempos más remotos, el árbol, por su propia forma y sustancia (porque es vertical, crece, pierde las hojas y las recupera una y otra vez), representa -ya sea de manera ritual y concreta, o mítica y cosmológica, o puramente simbólica- al cosmos vivo que se regenera incesantemente, y, como vida inagotable equivale a inmortalidad, [...]
No solamente se trata de su grandeza en el espacio, sino en el tiempo. Los árboles parecían inmortales, sumidos en los eternos ciclos de la naturaleza: tan milagroso podía parecer que muriesen cada otoño y revivieran en primavera, como que estuvieran siempre verdes fuera cual fuera la estación del año. Y a esto, hecho formidable que superaba la limitación humana de su mortalidad, hay que añadir la mencionada verticalidad que señala Uría (1989:104):

[...] el árbol, como símbolo del cosmos, de la vida inagotable, de la realidad absoluta, es también un símbolo del "centro", y por su verticalidad se convierte en el eje del universo, punto de intersección de los niveles cósmicos y, por tanto, capaz de unir el cielo, la tierra y el infierno. 
Son un nexo, una interconexión entre lo que está arriba y lo que está abajo, entre la oscuridad de las raíces y la luminosidad del cielo, entre la oscura base de un pozo iniciático y su salida a la luz, entre la oscura cripta de una catedral y sus altas torres que tratan de tocar el cielo. Representa todo un sistema de vida muy en común con la nuestra: la oscuridad de donde nacemos, de la que crecemos, de la que obtenemos alimento, nos ha hecho alzarnos; de ella extendemos la belleza de las ramas y las hojas, incluso los frutos que aportamos al mundo.

No lo he visto en ningún libro, pero me gusta fijarme en las finas ramificaciones de sus copas, que tan bien se ven en invierno en los árboles de hoja caduca. Son como terminales nerviosas, son dendritas que se multiplican para ser lo más sensibles posibles. Como los capilares sanguíneos en los alvéolos pulmonares, como cables que tuvieran que descargar de electricidad estática. Las ramas, ramitas, con todas sus yemas y hojas, son un medio de contacto, son sutiles instrumentos para tocar el cielo. Un cielo unido con la tierra a través de un eje, el tronco, por eso el árbol es el axis mundi.

Espero que estos breves y desordenados apuntes hayan sido suficientes para abarcar la magnitud de la importancia de los árboles, tanto por su valor físico como simbólico. Ahora, como si cada uno fuera una palabra, un jeroglífico lleno de connotaciones y profundidades, iremos viendo uno por uno lo que significan, rastreando su pista en la literatura y en el arte.


JUNG, CARL GUSTAV (1984). El hombre y sus símbolos. Barcelona: Luis de Caralt.
URÍA MAQUA, ISABEL (1989), "El árbol y su significación en las visiones medievales del otro mundo", Revista de literatura medieval, ISSN 1130-3611, Nº 1, 1989, págs. 103-122.


***

Ruta guiada por el parque de Pradolongo (en proceso de redacción)

Debido a mi situación laboral presente, en el momento en que redacto este texto, en el CEPA Orcasitas, la ruta a seguir debería empezar en el lado occidental del parque, aproximadamente donde he puesto la X roja:



Comenzaremos junto a esta columna toscana (que no es dórica porque tiene basa):


Cerca de esa columna hay un ejemplar de un árbol muy frecuente en el parque y en todo Madrid, que no tiene referentes literarios. El almez, Celtis australis.

Almez




Celtis australis. Es bello, resistente y sus frutos se comen cuando están maduros (se ponen de color marrón oscuro o negro). Tardan mucho en madurar y la parte comestible para nosotros es una capa muy fina sobre el hueso o parte dura. A los pájaros no les importa, se los comen enteros.

Eleagnus angustifolia

Espero no equivocarme. Quería buscar un sauce, pero no lo vi.


Y es que las hojas me parecen de sauce, aunque no sea llorón...






En fin, pasemos a otro.

Arce real o arce noruego



Su nombre científico es Acer platanoides. Lo de "platanoides" quiere decir 'parecido al plátano', al género de árboles Platanus que ya conocían los antiguos griegos, en donde entraría nuestro plátano de sombra o Platanus hispanica, que echa bolas que se convierten en pelos marrones cuando son aplastadas. Este otro no, el Acer platanoides echa semillas aladas.





Tilo

Tilia tormentosa.

Otros tilos junto al huerto Halcones:


Pensar qué poemas. Mencionar que en polaco el mes de julio se llama "lipiec" por ser allí la época cuando florece. 
Famosa infusión, calma y lentitud en dar flores y frutos.
Famosa calle de Berlín, "Unter der Linden", 'bajo los tilos'.

Olmo

Ulmus.
Buscar poema de Machado, A un olmo seco.




Ahí hay una buena olmeda. Recordar a los alumnos los sustantivos colectivos y El caballero de Olmedo, de Lope de Vega.

Otro buen ejemplar está cerca del huerto Halcones:




No sé si este otro, muy bello, que está junto al fresno de la orilla del lago es otro olmo. Tengo que confirmarlo:




Arce negundo

Acer negundo. Paseo junto al huerto Halcones.



Este otro, de la foto a continuación, no sé si es un arce negundo o es otra cosa.



Dentro del jardín botánico tenemos los siguientes:

Castaño de Indias





Olivo



También se puede ir a la plazuela de los tres olivos, junto a la calle Doctor Tolosa Latour.

Hay bastantes poemas y menciones de este árbol en literatura.


Melia










Boj


Buxus



Eucalipto azul





Abeto rojo




El cartel está bastante desmejorado:


Abeto del Cáucaso

Con nidos de cotorra argentina.






Ciprés


Cuprus, hablar de que su nombre viene de la isla de Chipre, donde nació Afrodita.


Hay otros dos grandes ejemplares junto al huerto Halcones:





Poner el poema del ciprés de Silos y otros que encuentre.

Roble

Hablar del robledal de Corpes del Cantar de Mio Cid y de otros poemas o relatos donde aparezca el roble.
Hablar de los distintivos militares y recordar cómo es la graduación de oficiales en el ejército español.
Mencionar que tal vez el adjetivo "robusto", que ya era igual en latín (robustus), venga de "roble".






Encina


Quecus ilex


Hablar de lo importante que es esta especie en España, de las dehesas de Extremadura, de Córdoba... 
Poemas de lírica tradicional. So el enzina. 
¿Árbol consagrado a Júpiter, o es el roble?

Sombra de la encina, siempre agradable.

Otras encinas junto a las pistas deportivas:


Las hojas a veces son bastante largas y sin formas puntiagudas. Las bellotas también pueden ser muy diferentes. Recordar a los alumnos de dónde viene la palabra "glande", glandis en latín.




Almendro

Prunus ... algo.


Duraznillo


Cercis canadensis



Fresno


Fraxinus, en la orilla del lago. Era antes uno de mis lugares favoritos, pero lo han podado mucho.



No sé si este otro es otro tipo de fresno. Según el móvil, puede ser un Fraxinus velutina:



Pino

Espléndido paseo bajo los pinos, junto al lago:


Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
El muerto, José Hierro.

Esta foto a continuación no es de Pradolongo, sino del Parque Lineal Palomeras, también en Madrid. Foto de hace años con un móvil antiguo. No la borro por nostalgia de esa época.



Álamo


Populus alba




La forma de las hojas varía bastante entre las partes altas y bajas del árbol.


De los álamos vengo, madre.
De ver cómo los menea el aire.





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